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Todos son socialistas Publicado en El Mercurio, 03.08.2024

Todos son socialistas

imagen autor Autor: Axel Kaiser

En toda la discusión sobre la catástrofe venezolana se ha encontrado ausente la esencia del problema que aqueja a ese país y la razón principal por la que ha llegado a ser controlado por la dictadura criminal que lo somete hoy. Me refiero al conjunto de ideas que sentaron las bases de la transformación que emprendería Hugo Chávez hace ya 25 años y que son conocidas como socialismo. El socialismo, no está demás recordarlo, es una ideología colectivista que niega los derechos individuales enfatizando derechos colectivos de tipo material – derechos sociales- que han de ser asegurados por el Estado, es decir, por quienes controlan el poder. 

«Quienes comparten el gobierno hoy con el PC: en el fondo, no tienen problemas de principios con el comunismo ni con lo que ocurre en Venezuela, y si los tienen, no son tan grandes como para sacarlos del gobierno lo que habla de que no creen realmente en la democracia liberal».

En su ensayo Sobre la cuestión judía, Marx rechazaría la idea de derechos humanos individuales en los siguientes términos: «ninguno de los llamados derechos humanos va, por tanto, más allá del hombre egoísta, del hombre como miembro de la sociedad burguesa, es decir, del individuo replegado en sí mismo, en su interés privado y en su arbitrariedad privada, y disociado de la comunidad….El único nexo que los mantiene en cohesión es la necesidad natural, la necesidad y el interés privado, la conservación de su propiedad y de su persona egoísta». Como consecuencia, afirmó Max, estos derechos liberales, inventados por la burguesía, no tenían más propósito que sostener el capitalismo permitiendo la explotación de una clase sobre otra. El socialismo, en tanto doctrina que somete al individuo al colectivo, es, por lo tanto, incompatible con la idea de derechos individuales propiamente burguesa. De ahí se sigue que no puede existir una economía libre con respeto a la propiedad privada, pues, nuevamente, si ello se permite, se acepta el egoísmo que destruye el bien común. 

Por eso Chávez diría que «el neoliberalismo es el camino al infierno» prometiendo acabar con el mediante «una revolución socialista pacífica, pero armada». Los resultados son conocidos. Desde que Chávez llegara al poder, Venezuela tiene casi ocho millones de refugiados económicos en el exilio –cerca de un 25% de la población– ,inflación acumulada de más de 2 millones por ciento, salario mínimo de 3,5 dólares mensuales, indigencia de 52%, pobreza de 81,5%, caída del PIB de 70%, colapso en la producción petrolera de 80%, reducción de 5 años en las expectativas de vida, 50% menos de camas hospitalarias, baja de más de 15% en cobertura escolar y 65% de niños con problemas de desnutrición. Esta es una de las catástrofes humanitarias más dramáticas de las que haya registro en la historia regional. 

Ahora bien, cualquier país en que se haya impuesto el socialismo en el mundo, independientemente de la región, cultura, historia, etnia, etcétera, muestra resultados similares. Tampoco son excepcionales las más de diez mil ejecuciones extrajudiciales por razones políticas y los miles de torturados que se ven en Venezuela, pues en tanto doctrina totalitaria, el socialismo debe necesariamente recurrir a la violencia para imponer su plan a toda la sociedad eliminando todos aquellos elementos que puedan resistir. Además, por su propia naturaleza, debe retener el poder para siempre.

 Las comparaciones entre la dictadura Maduro-Chávez con el régimen militar chileno son estúpidas por diversas razones, pero la principal es que ni Pinochet ni los demás militares chilenos tuvieron jamás una ideología totalitaria como el socialismo. Su régimen, más allá de crimines injustificables cometidos en el combate contra el terrorismo socialista, fue de tipo republicano, liberal en lo económico y siempre con miras a reestablecer la democracia. Los militares llegaron al poder en Chile aclamados por la mayoría de la ciudadanía y la clase política precisamente para evitar en Chile un destino como el de Cuba o Venezuela, país en el que hoy la mayoría clama por que sus propios militares pongan fin al proyecto socialista de Maduro.  En términos simples, si Pinochet y los miembros de la junta hubieran sido socialistas como era Allende y su gente –y sigue siendo buena parte de la izquierda chilena– jamás habrían establecido un itinerario para restaurar la democracia, no habrían entregado nunca el poder y menos aun habrían hecho de Chile el país más próspero de América Latina. 

En cuanto a Boric, Bachelet y la izquierda que gobierna hoy, tenemos dos tipos de socialistas marxistas: los de buenos modales y los de malos modales. Todos sabemos que Boric es un marxista de buenos modales mientras Cramona es de malos modales, pero en el fondo ambos creen en lo mismo: eliminar el capitalismo y establecer la dictadura socialista. De ahí los elogios en el pasado de Boric a Maduro y Fidel y de ahí también su disposición a gobernar con los comunistas a pesar de ser cómplices explícitos de la dictadura de Maduro y plantear una amenaza para la seguridad nacional en Chile. Lo mismo vale para Bachelet, admiradora incondicional de Fidel Castro, la Alemania comunista y amiga personal de Hugo Chávez según ella misma dijo alguna vez. Si ninguno de ellos estaría dispuesto a gobernar con un partido totalitario fascista, aunque electoralmente les conviniera, pero si lo están con uno totalitario comunista, se debe precisamente a que comparten su ideología. Lo mismo vale para todos quienes comparten el gobierno hoy con el PC: en el fondo, no tienen problemas de principios con el comunismo ni con lo que ocurre en Venezuela, y si los tienen, no son tan grandes como para sacarlos del gobierno lo que habla de que no creen realmente en la democracia liberal. Y es que, más allá de las palabras de buena crianza y el oportunismo político para desmarcarse de Maduro, son todos igual de socialistas.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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