El milagro de Milei
No fue fácil defender a Javier Milei por años frente a los economistas, empresarios y tantos otros que se escandalizaban […]
Publicado en El Líbero, 02.04.2016Con espanto y horror los chilenos hemos sido espectadores de los últimos actos terroristas en Europa los que, con razón, han sido ampliamente rechazados por todos los chilenos, incluidas las más altas autoridades. Paradójicamente y guardando las proporciones, aquí en Chile, a menos de mil kilómetros de la capital, frente a constantes actos de violencia, no existe la misma condena por parte de dichas autoridades.
Es tal la poca importancia que se le ha dado al problema que incluso, erróneamente, algunos creen que el conflicto en La Araucanía se reduce a un conflicto entre “chilenos” y ”mapuches”, entre los que tiene apellidos de origen alemán o indígena. La verdad es que la violencia, los constantes atentados incendiarios, afectan no solo a dueños de predios, sino a trabajadores, parceleros, cuidadores, pequeños campesinos y conductores de camiones. A personas como cualquiera de nosotros, que hoy no pueden vivir ni trabajar en paz.
A veces parece que olvidamos que, tal como decía Robert Kennedy en uno de sus últimos discursos, las víctimas de la violencia son: “sobre todas las cosas, seres humanos a los que otros seres humanos querían y necesitaban”. En ese sentido, no hay diferencia entre las víctimas inocentes de la barbarie en Bruselas, de aquellos que sufren o han sufrido por la violencia en La Araucanía.
Es en circunstancias como estas, y no en otras que a veces parecieran ser más “urgentes”, es en las que todos los chilenos debemos exigir que el Estado intervenga por la dignidad de todas las personas. Es en circunstancias como estas donde le corresponde al Estado centrar sus esfuerzos en velar por lo que le corresponde: el cumplimiento de nuestros derechos fundamentales como son la vida, la propiedad y libertad.
Ante este Estado ausente, la sociedad civil ha tomado acción y se ha organizado de diferentes maneras para alzar la voz y despertar a las autoridades. Son esas mismas personas, como usted y como yo, quienes frente a la indolencia de la autoridad se organizan en favor de un elemento clave para la dignidad de toda persona: poder vivir en paz. Esto es lo mismo que, probablemente y con justa razón, exigen hoy miles de personas en Bélgica y otros países de Europa.
Es de esperar que la misma autoridad que solidariza con las víctimas de los atentados en Bruselas, sintonice con sus ciudadanos en La Araucanía. Que sean escuchados por todos quienes desde Santiago deben ponerse por un momento en los pies de quienes sufren terrorismo a diario, pero que estando tanto más cerca que nuestros amigos europeos, pareciera que algunos no les importara.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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