El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en El Líbero, 16.02.2015Nos quedamos en absoluto silencio, con el ceño fruncido y la mirada pegada al techo, buscando en nuestras cabezas tan solo un nombre, un rostro, una silueta. Fue meses atrás, entre reflexiones serias y chistes tontos, durante una de esas pretenciosas e inútiles conversaciones de café en las que arreglábamos el mundo. Hablábamos de Rusia y de una de las más singulares figuras de su historia: Vladimir Vladimirovich Putin, esa rara especie de James Bond postsoviético que, con el torso desnudo, cabalga soberbio a cuestas del oso eurasiático sin visible rival en el horizonte planetario. ¿Quién es hoy la horma del zapato de un hombre como él, resuelto, arriesgado, convencido de sus ideas y de su misión histórica? ¿Quién en el mundo libre –en nuestros países de instituciones democráticas liberales– es el contrapeso simbólico y político del único líder de alto tonelaje que se me viene a la mente por su envergadura y carácter? ¿Angela Merkel? ¿Hollande o Sarkozy? ¿Un Berlusconi? ¿Un Rajoy? ¿O Barack Obama, a quien el célebre ajedrecista Kasparov abofeteó en su cuenta de Twitter? "Si Obama hubiese sido presidente en el lugar de Ronald Reagan, yo sería aún ciudadano de la Unión Soviética", escribió el campeón hace algún tiempo.
Churchill fue un constructor con miras de gigante. Sus ojos eran binoculares de largo alcance. Fue un hombre capaz de vivir, sentir y obrar muy por encima de las pequeñeces, de las contingencias insignificantes y de las mezquindades.
_____El siglo XXI carece de estadistas verdaderos, de hombres y mujeres que puedan mañana quedar bellamente petrificados en estatuas inmortales, de esas que se miran desde la pequeñez de la talla natural y están allí siempre, bajo el sol y la luna, la brisa y la tormenta. De nombres que puedan quedar grabados en el imaginario de las personas como figuras inspiradoras y fascinantes. Y es que nuestra época está llena de políticos lamentables, de caudillos autoritarios al estilo del difunto Hugo Chávez, con Nicolás Maduro, su heredero acaso accidental. O de personajes de comedia siniestra como Kim Jong-Un, cuya parodia en Twitter es casi más seria que el original, solo que bastante menos peligrosa. Lo demás es Mugabe o Ahmadinejad, Lukashenko o el abruptamente defenestrado Ghadafi. En América Latina, pues el club del fracaso ideológico: Kirchner, Morales, Correa, Castro y los bolivarianos, todos emblemas vivientes de la mediocridad regional. Lo más gris son los pálidos, desprovistos de brillo y color, de chispa y buenas ideas, como Michelle Bachelet –¿Dilma Rousseff?– y Juan Manuel Santos. En unos años será más interesante leer la biografía de un criminal como Bin Laden que la de cualquier gobernante de nuestra época. Parece que "de este lado" no tenemos héroes, entendidos como los definió Paul Johnson. No tenemos a los protagonistas de los libros de historia de mañana… casting desierto. Como que se extinguió la raza con la baronesa Thatcher. O con Reagan, cuyos agradecidos monumentos esparcidos por Europa Oriental recuerdan lo que "ese actorcillo" hizo por la caída del comunismo y el mundo libre. Incluso se nos acabaron los papas al estilo de Juan Pablo II, que con la Dama de Hierro y Reagan conformaron la triada más trascendental de la segunda mitad de la pasada centuria.
_____Este año 2015, a cinco décadas de su viaje one way hacia el más allá, en el más acá, en medio de este desolador y aburridísimo paisaje vacío de gloria, confieso recordar con cierta nostalgia a Sir Winston Churchill, el coloso del siglo XX por excelencia. Por supuesto que no lo conocí personalmente –ni falta que hace aclararlo–, pero tratar de explorar su mente y sus modos, sea desde sus escritos, sus discursos o de sus geniales ocurrencias, es una aventura intelectual y psicológica tremenda.
_____Churchill vivió tanto –90 años– como para ver los desarrollos más importantes de la humanidad reciente: dos guerras mundiales, para empezar. Y vio esa explosión de inventiva y creatividad que construyó el avión, el automóvil o la radio. Fue soldado de imperio, hombre a caballo, conductor de una guerra, pintor, escritor (por eso premio Nobel de Literatura), orador, maestro de los medios de comunicación... y tan fino fumador que una vitola de puros lleva su nombre. Los cuentos de copas quedan para otro día. Fue conservador, fue liberal… y otra vez conservador. Pero, al final, la encarnación misma de una magnífica fórmula de aprecio por lo bueno de la tradición y lo espectacular de la innovación, del cambio, de la evolución. Fue hombre de progreso y mil cosas más, todo muy difícil de sintetizar como tan magistralmente lo consiguió, por ejemplo, Sir Isaiah Berlin en Personal Impressions.
_____De Churchill quiero destacar apenas algunas cosas que me gustaría ver en los insípidos políticos y aspirantes a líderes de estos tiempos, que no necesitarían defender una isla de la voracidad genocida y expansionista de un demente totalitario como Hitler –o poner a raya a un Stalin– para ser dignos de recordación y aprecio.
_____La primera es su preciosa mezcla de intelecto y sabiduría práctica, es decir, su juicio político –otra vez Sir Isaiah Berlin. Esa capacidad para analizar e interpretar el mundo que le rodea con la inteligencia del genio y el tino suizo de Wilhelm Tell. Esa habilidad para tomar decisiones oportunas sin las intrincadas reflexiones teóricas del filósofo, y sin los intentos de forzar el mundo a entrar en un molde conceptual y utópico que no existe, salvo en la mente de los dogmáticos y los necios. Como él, pocos… Bismarck, por ejemplo. O tan diversos como Richelieu o Washington.
_____Una segunda cosa: su carácter y su fuerza inspiradora. Guió a un pueblo entero en su hora más dura y decisiva. Insufló coraje y heroísmo. Tenía, sí, una bestia que le acosaba y atormentaba odiosamente: la depresión... su "black dog", su "perro negro". Pero luchó contra el infernal canino imaginario sin permitirle que saboteara su misión. Estuvo al frente para pelear, como dijo en 1940, en los mares y océanos, en las playas, en el aire, en las colinas, con fuerza y confianza… we shall never surrender! Y así fue.
_____Sir Winston Churchill tenía además un elevadísimo sentido del honor, solo presente y claro en auténticos caballeros nobles. Luego del fatídico acuerdo de 1938 con Hitler, en el que la ingenuidad apaciguadora de Chamberlain firmó una de las más grandes estupideces de la historia –la misma que entregó la cabeza de checos y eslovacos a los nazis–, dijo: "Les dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Optaron por el deshonor y tendrán guerra".
_____Tercero: Churchill fue un constructor con miras de gigante. Sus ojos eran binoculares de largo alcance. Fue un hombre capaz de vivir, sentir y obrar muy por encima de las pequeñeces, de las contingencias insignificantes y de las mezquindades. Se sentó con los líderes mundiales de su época para dibujar el orden mundial y poner freno inmediato al peligro más temible, que era el apetito geopolítico de la esvástica. Desde la isla asediada vio todo: las oportunidades, los riesgos, los costos, al enemigo de postguerra detrás de la Cortina de Hierro. Churchill levantó a su país de los escombros físicos y anímicos de la destrucción bélica.
_____En cuarto lugar, están sus ideas e ideales, la humanidad que tenía en su mente y los valores que energizaban su espíritu. No solo unió a un país para sobrevivir y vencer, sino que además tenía una visión del mundo fanática de la libertad. No veía rebaños de idiotas como los vio el fascismo, ni prisioneros numerados como los tuvo el comunismo. En su concepción política, económica y social había familias, grupos e individuos con vidas, proyectos, sueños y talentos únicos que debían fluir libremente en una sociedad de progreso y prosperidad.
_____Finalmente, Sir Winston Churchill era devoto de las instituciones. Valoraba la sabiduría decantada por años en ellas –siglos, en realidad– y la reverenciaba con un respeto sin igual. Cuando humildemente inclinó su cabeza ante aquella joven de veinte y tantos años que ascendía al trono, Su Majestad Elizabeth II, lo hizo ante una institución. Y cuando obedeció sistemática y sinceramente los mandatos de la ley, aceptando sus licencias y limitaciones, lo hizo como un caballero y por su convicción de que las buenas instituciones son los fundamentos de la estabilidad, la concordia, la convivencia y el avance.
_____Vuelvo a pensar en nuestro presente. Pienso en los desafíos que enfrentamos, demandantes de tanto coraje y compromiso como antaño. Pienso en las decapitaciones del Estado Islámico, en atentados como el de Charlie Hebdo en París, en los dictadores que se sientan cómodos en sus tronos de palo, sonrientes ante la escalofriante ausencia de virtud y valentía. Pienso en los inquietantes desarrollos europeos, como la emergencia de nacionalismos, populismos y movimientos desastrosos que prometen lamentos no muy lejanos, como los habrá en Grecia y como ojalá no los haya en España. Pienso en la mediocridad institucional latinoamericana y en la degeneración occidental que acusa Niall Ferguson en sus libros y conferencias. Pienso en todo eso y solo veo gobernantes y políticos de verbo acomodaticio y timorato, veletas débiles que se mueven con el vientecillo del día y apuntan hacia donde el antojo de la popularidad indica. Solo veo personas carentes de las convicciones y el carácter necesarios para expresar los principios y valores de una sociedad libre, próspera y armoniosa. Por eso he escrito lo que llaman un éloge, un tributo a un ser humano imperfecto como todos, lleno de contradicciones y hasta de temores, pero que en suma contribuyó decisivamente en el combate al colectivismo y la barbarie. Un reconocimiento que creo justo para quien, como otros, ha ayudado a forjar el mundo libre de hoy.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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