El delirio institucional del feminismo de género
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No puedo apartar de mí una sensación triste: el mundo avanza a ritmo vertiginoso mientras nosotros nos estancamos y al parecer volvemos a perder la oportunidad de llegar a ser un país desarrollado.
He llegado a San Francisco, California, una ciudad que amo por muchas razones, entre otras, por su rostro con aires porteños (un rostro que cada día guarda menos semejanza con nuestro Valparaíso), pero la inquietante realidad política de Chile no me suelta. ¿Cómo apartarse de la grave crisis de credibilidad por la que atraviesa nuestra república en esta época en que puedes leer la prensa, escuchar las radios o ver los programas de televisión de casi todo el mundo, sin importar dónde estés?
San Francisco es una ciudad golpeada por la realidad económica y los errores de sus políticos, pero también una urbe cosmopolita marcada por una diversidad racial y cultural, una vitalidad y creatividad, una originalidad y voluntad de emprendimiento y reinvención que azora y explica la capacidad de recuperación de Estados Unidos. He visitado en estos días la sede central del servicio de alojamiento de archivos en “la nube”, Dropbox, frente a la inmensa bahía, y como chileno siento allí envidia por lo que veo: un millar de jóvenes talentos especializados en informática que se ocupan no sólo de los desafíos del presente tecnológico, sino también de imaginar y anticipar el futuro.
Es imposible no pensar en nuestro panorama: mientras Chile gira en torno a los temas de corrupción, tráfico de influencias y uso de información privilegiada, la caída en las encuestas de la Presidenta y lo que ocurrió hace más de 40 años, aquí veo de pronto a muchachos de aspecto informal –que no usan traje ni corbata, ni llevan corte de pelo tradicional, y emplean monopatín o patineta para trasladarse dentro de la empresa- que a través del conocimiento especializado y pantallas de alta resolución auscultan el presente y proyectan el futuro. Al pasear entre centenares de pantallas de una compañía donde cada uno trabaja a la hora que prefiere, no puedo apartar de mí una sensación triste: el mundo avanza a ritmo vertiginoso mientras nosotros nos estancamos y al parecer volvemos a perder la oportunidad de llegar a ser un país desarrollado.
Recorro el variopinto barrio de Mission, y entro a un pequeño restaurante vietnamita, celebrado por guías turísticas como una “picada” imperdible: Lotus Garden. Y, en efecto: en ese local limpio, bien iluminado y sin pretensiones, que atiende un emprendedor matrimonio de 60 años, se come delicioso y barato. Cuando el dueño se entera de que venimos de Chile, nos pregunta por la salud del país, y luego nos cuenta de su vida y Viet Nam: Llegó a Estados Unidos en 1975, huyendo del triunfo militar comunista, y se dedicó a hacer lo que tenía que hacer en Estados Unidos: trabajar duro, ahorrar para financiar la educación superior de los hijos y contar con algo para la vejez.
Me dice que es un hombre feliz porque el régimen comunista de Viet Nam cambió su estrategia: ahora promueve la economía de mercado, mantiene excelentes relaciones con Estados Unidos e invita incluso a los vietnamitas que huyeron del comunismo a invertir allá. Hay certeza jurídica y eso nos alegra, precisa el dueño de Lotus Garten, y nuestros jóvenes están invirtiendo en Viet Nam y ayudando a la reconstrucción y el crecimiento del país. Es evidente, pienso yo, que los vietnamitas, gente sobria, cauta y sabia, que derrotaron a los principales imperios del mundo, no comparten para nada la febril ideología del castrismo cubano, del socialismo siglo XXI de Chávez, o el apolillado socialismo que postula la izquierda no renovada chilena.
No me sorprendería que en un par de años estos hacendosos y emprendedores vietnamitas, pasando de la alternativa china a la coreana del sur, nos superen en nivel de desarrollo, inversión extranjera, turismo e innovación tecnológica. En el caso de Viet Nam queda nuevamente de manifiesto la máxima que escuché en todos los países comunistas que conocí: “El socialismo es la vía más larga para llegar al capitalismo”. Incluso los comunistas vietnamitas parece que procuran abreviar ahora esa ruta.
Pero hay otro elemento interesante en esta relación entre Viet Nam y Estados Unidos, que menciona el dueño del local: La guerra, una guerra terrible, terminó casi el mismo año en que en Chile se produjo el golpe de Estado en medio de un Chile dividido y polarizado al extremo. Viet Nam parece estar superando de mejor forma su pasado, uno que me parece más doloroso y trágico, si es que es admisible comparar tragedias sociales y violaciones de derechos humanos.
Hay algo más: ¿Cuándo terminó la guerra que libró Chile contra Perú y Bolivia en 1879? ¿Cuán presente sigue esa guerra del siglo XIX en la memoria nuestra y de nuestros vecinos, y en qué medida esa porfiada persistencia de la memoria y el resentimiento seguirá impidiendo la reconciliación auténtica entre nuestros países y la cooperación efectiva para salir del atraso, y sortear de una vez por todas las reiteradas tensiones que nos perjudican?
Mientras me alejo de Dropbox y Lotus Garden, respirando la vitalidad ilimitada de San Francisco, su confianza en el emprendimiento y la innovación, siento que el continente latinoamericano parece cada vez más encallado en el pasado, menos capaz de alzar la mirada para imaginar un futuro de libertad, más contagiado por burócratas, proteccionistas, populistas, corruptos y demagogos, más hundido en la peor de sus trampas: seguir siendo lo que siempre ha sido.
Fuente: El Libero
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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