El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en La Segunda, 02.08.2023Los calores del fin de semana hicieron florecer el canto de los chercanes. Confundidos con esos días asoleados, se la pasaron revoloteando, cantando y cortejando hembras. En el campo le tienen mala a los chercanes, su canto de alarma «llama a las culebras», dicen. De sus huevos «nacen sabandijas». Al parecer, en la otrora taquillera «Moneda Chica», no revisaron los nidos de chercanes. Cantan bonito, en todo caso. Esos cantos me hicieron pensar que ya nos dejarían los picaflores y las viuditas, visitantes invernales, pero no, tenemos tiempo; seguiremos con los eléctricos chirridos de picaflores y rodeados de viuditas, minúsculos pájaros que no dejan de emitir su canto lastimero, evocador de nuestros tiempos, o de nuestros gobernantes, o más bien de sus seguidores inclaudicables.
«Es el oscuro win-win que utilizaba Giorgio Jackson cuando alababa las tomas de tierras, esas que sigue defendiendo al nombrar en Conadi a Felipe Ñanco Melillán, un promotor de tomas».
A los chunchos los he visto y escuchado menos. A esos sí que les tienen mala en el campo, son de mal agüero. Su versión futbolística —la U— está sufriendo. «En caída libre» le titularon hace unos días. A los chunchos les llaman también chucho, aunque de chico nunca escuché que lo llamasen así. Sí he notado que se le confunde con el Chonchón, que no es un pájaro sino una figura mitológica y maléfica del campo chileno. Sería de origen mapuche, pero ya abarcó a toda nuestra tradición campesina. Una especie de colonialismo cultural inverso; qué mal. El Chonchón es un ser malvado, un brujo, que se escucha por las noches y tiene forma de pájaro. Vuela en la oscuridad y es en esos momentos cuando se escucha su canto: tue-tué, tue-tué. Y por eso también le apodan Tue-tué. Este brujo mitológico noctámbulo y ese tenebroso canto de un patrón ostinato sólo coinciden con la existencia de un inofensivo y pequeño pájaro acuático, que nada tiene que ver con la maldad: la tagüita, también conocida como pollola o pitroca. Por cuestiones de seguridad, ellas se trasladan de noche buscando humedad. En las tinieblas se mueven de una aguada a otra y es en esos momentos cuando emiten ese repetitivo y penetrante sonido: tue-tué, tue-tué. Cantan también en la tranquilidad de sus lagunas o charcas, aunque con sonidos parecidos a carcajadas que rememoran el oscuro win-win que utilizaba Giorgio Jackson cuando alababa las tomas de tierras, esas que sigue defendiendo: acaba de nombrar en Conadi a Felipe Ñanco Melillán, un promotor de tomas. Ante ellas, decía, «está cambiando el paisaje y nunca se vio tan bello». Será hermoso, no importa la violencia. Piensan igual que Jacques Chonchol —no Chonchón—. Chonchol, el exministro de Allende, a quien Boric acaba de rendir homenaje, fue el ideólogo y principal gestor quizás la más odiosa política pública de la historia de Chile, la Reforma Agraria. Completamente instrumentalizada, alejada del Estado de Derecho, con tomas y violencia, terminó quebrando a Chile, lo que hacen los brujos maléficos.
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