El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Mercurio, 20.12.2021Escribí esta columna sin saber el resultado de la elección porque me parecía que no importaba si la centroderecha ganaba o perdía. Cualquiera hubiera sido el resultado, su misión debe ser la misma. Hoy tiene un líder, la mitad del electorado y la mitad del Congreso. Además, recuperó la mística y la izquierda tuvo que centrarse para ganar. A la centroderecha solo le falta recuperar la agenda y la confianza en sí misma.
La historia muestra que los hombres y las naciones se comportan sabiamente después de haber agotado todas las demás alternativas. El Chile de los últimos 40 años se construyó después de haber probado todo lo demás. No hicimos una educación, una salud y una previsión privadas porque la estatal funcionaba fantástica, sino porque era mala e injusta; no privatizamos las empresas estatales porque eran un modelo de eficiencia y rentabilidad, sino porque las expoliaban los políticos, perdían plata a manos llenas y eran la causa de un déficit fiscal crónico que se financiaba con inflación. No creamos un sistema de crédito para abusar de la gente, sino que para mejorar su calidad de vida y que pudieran comprar casa, auto y refrigerador sin esperar años para juntar la plata como en el resto de la región.
Este Chile moderno se construyó sobre la base del pragmatismo, la experiencia y la idea de que todas las personas son iguales en dignidad y derechos y que jamás deben ser utilizadas como instrumentos para lograr fines políticos. Este consenso y una adecuada arquitectura institucional hicieron que progresáramos como ahora reconocen todos.
La buena política es la que da respuesta a tres preguntas. 'Qué', 'Cómo' y 'Para qué'. ¿Qué quiero hacer?: mejorar las pensiones. ¿Cómo quiero hacerlo?: subiendo la cotización y alargando la edad de jubilación. ¿Para qué quiero hacerlo?: para sentirme orgulloso del trato humano que les damos a nuestros mayores. La izquierda en general es muy exitosa en el 'para qué' y es pésima en el 'cómo', y el programa y discurso de Boric et al. no es una excepción.
La centroderecha tenía claro el 'para qué' estaba en política. Para hacer de un país pobre, pero rico en recursos naturales, un país desarrollado. ¿Qué queríamos hacer?: terminar con la pobreza, y ¿cómo lo íbamos a hacer?: con políticas públicas basadas en evidencia y no en emociones; y juzgándolas por sus resultados y no por sus intenciones; promoviendo la educación y el empleo, controlando el gasto público y la inflación, destinando ahorro privado a la solución de problemas públicos y, sobre todo, limitando el poder del Estado y promoviendo la libertad personal y el crecimiento económico.
El resultado fue extraordinario. Redujimos la pobreza; aumentamos la expectativa de vida; mejoramos el medio ambiente y les dimos educación y libertad de elegir a millones de chilenos. Esa es una historia de éxito que muestra el camino de lo que debemos hacer. Recuperar la épica de las transformaciones, pero para progresar, no para satisfacer el mal llamado progresismo.
Un cínico decía que a los jóvenes hay que enseñarles historia para que no repitan los mismos errores, sino que cometan errores nuevos. El problema es que la nueva izquierda ignora la historia y si persevera en dedicarse a acabar con la riqueza y bajar de los patines, en vez de terminar con la pobreza y mejorar la educación, sus políticas cometerán ambos.
Con Bachelet I la izquierda dejó de trabajar por ese Chile y la derecha perdió la confianza en su diagnóstico, sus instrumentos y sus objetivos. Hoy los hemos recuperado y debemos trabajar para que la centroizquierda se comprometa de nuevo y la Convención Constituyente no se interponga en el camino del sueño de tener un país pacífico, próspero y desarrollado.
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