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Quiebro una lanza por Chile

Quiebro una lanza por Chile

Seguir tensando el tejido social en las actuales circunstancias, marcadas por la carencia de liderazgo presidencial y de autoridad de los políticos, puede cambiar en parte el debate nacional, pero perjudicar aún más la sustancia de la república.

Hoy somos 17 millones de chilenos en busca de liderazgo nacional. La Presidenta, golpeada por las operaciones de Caval, actividades de familiares y a ratos injustificables silencios, perdió el liderazgo que irradiaba. El Parlamento y los partidos, con baja aprobación ciudadana, están lejos de brindarlo. Los empresarios se hallan ante un escrutinio que condena sus malas prácticas. En los tres ámbitos pagan hoy justos y pecadores, se impuso la hoguera en la plaza, la noción de que somos corruptos y que hay que remover hasta los cimientos. De continuar por esta pendiente, veremos el colapso de la república.

Pero en esta zozobra colectiva -en la cual tampoco la ciudadanía puede verse como espectador libre de responsabilidad- quiebro una lanza por Chile. Lo hago convencido de que no somos un país corrupto, que logramos avances sustantivos en los últimos decenios y tenemos razones para sentirnos orgullosos, y que las instituciones -si las dejan- pueden imprimir un nuevo rumbo. No se debe confundir a las instituciones con las personas que las integran ni caer en nuestra usual bipolaridad. Ayer, jaguares; hoy, los peores del mundo. Chile es perfectible. Bajo la mirada ciudadana y los nuevos estándares de probidad, las instituciones pueden cumplir sus tareas; entre ellas, marginar a los actores que eluden la letra y el espíritu de las leyes. El buen funcionamiento de una república no es un estado perpetuo, sino un horizonte utópico hacia el cual se avanza mediante ajustes, reformas y rectificaciones.

Mi fe en Chile no emerge solo del amor patrio -concepto hoy en desuso-, sino también de una convicción: no hay otra solución sensata. Lo delicado es que hoy se conjugan dos sensibilidades ciudadanas significativas: la de los republicanos hartos del hedor de la república, y la de los revolucionarios que aspiran a refundar el país, y estiman que el descrédito del sistema lleva agua a su molino. Es un cóctel peligroso: aunque ambos grupos coinciden en rechazar el estado de cosas, unos aspiran a renovar la república y otros a destruirla. Estamos ante la disyuntiva entre reforma y revolución. Decía Albert Camus que todas las revoluciones modernas han conducido a tiranías. De eso no faltan ejemplos en el continente. Por eso Chile no debe dar el salto al vacío.

Urgen, eso sí, gestos contundentes de quienes están en el ojo de la crítica: la Mandataria no puede seguir empeñada en cerrar un libro que los chilenos desean leer. Es preciso que se abra a un diálogo sin condiciones con Chile a través de la prensa. "Sincerarse" ante el país puede permitirle recuperar liderazgo. De lo contrario, sus discursos sobre buenas prácticas e igualdad seguirán sonando impostados. Conviene que los ex Presidentes apuntalen a la institución de la Presidencia. Un mensaje unitario y con altura de miras de ellos, que reúnen experiencia y convocan a diversas sensibilidades, podría ayudar a Bachelet a recobrar el timón y a la república la solidez.

Los parlamentarios, por su parte, se equivocan al creer que todo se resuelve mediante retórica y comisiones. De ellos esperamos un mea culpa transversal y una reducción sustancial de dietas. Es impresentable que algunos afirmen que las dietas elevadas garantizan su independencia. Eso implica que su probidad tiene precio. Los empresarios, por otro lado, deberán reconquistar la confianza de la ciudadanía a través de los actos y la palabra y expulsar del gremio a los colegas que infrinjan la ley.

Algo crucial no debe pasarse por alto: así como en el extremo de la desaprobación ciudadana se hallan los políticos, en el tramo superior de la confianza figuran carabineros, la PDI y las Fuerzas Armadas. ¿Qué lectura hacen de esto los políticos? Es evidente que la línea divisoria entre chilenos no pasa hoy por la que algunos perpetúan desde el Parlamento, y que la gente supera de forma sabia el pasado.

Queda por ver si la Presidenta abordará el resto de su mandato buscando acuerdos transversales o impulsando con premura nuevas y controvertidas reformas, como si dispusiera aún de gran respaldo popular. Seguir tensando el tejido social en las actuales circunstancias, marcadas por la carencia de liderazgo presidencial y de autoridad de los políticos, puede cambiar en parte el debate nacional, pero perjudicar aún más la sustancia de la república. Para superar la crisis, Chile debe actuar de forma consensuada, pero buscando y admitiendo la verdad. El país no merece otra alternativa.

Fuente: El Mercurio

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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