El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en La Segunda, 29.03.2023Murió Jorge Edwards. Lo conocí poco o nada, pero comprobé lo que sus amigos y literatos han dicho: era una persona libre, bohemia y filosa. Un día le mandé un email para que escribiera una crónica sobre la visita de Arthur Miller a Chile para nuestra nueva revista. Respondió altiro, que lo llamara. Me dijo que fuera a su casa a almorzar a la una. Sin entender si era en serio o no, partí. Llegué al taquillero edificio Barco y entré a su departamento, lento, mirando cuadros, grabados y libros desparramados por el living que miraba al Santa Lucía. Entremedio del charquicán y el vino, me preguntaba que qué estaba haciendo, que quiénes eran los jóvenes que escribían y que por qué ya no había escritores. Yo escabullía respuestas y le seguía preguntando por todo. Saltaba desde Lihn al Hotel Copacabana y los trenes de Nueva York. Me habló de William Styron —yo nunca había escuchado de él—, el novelista que había venido junto a Miller. De repente dijo que el próximo Premio Nacional la verdad se lo merecía Lafourcade. Le dije que, para mí, un niño, él había sido un personaje del delirante Cuánto vale el Show y que ya más grande había leído Palomita Blanca de manera entrecortada, en la casa de mi abuela. Nos vimos un par de veces más, luego se empezó a apagar, quizás al ritmo de Chile, al ritmo del estallide.
«En ese libro Jorge Edwards mostró su independencia y valentía al haber dicho la verdad sobre Castro y la dictadura cubana. Más allá de las obviedades en la que caen los cortesanos y los ambiciosos de poder, para mí será siempre un misterio psicológico el por qué cuesta tanto hablar con la verdad».
Todas sus necrologías hablaron también de su mayor éxito editorial, Persona Non Grata, donde, además, habría fijado su mejor voz; su tono. En ese libro mostró su independencia y valentía al haber dicho la verdad sobre Castro y la dictadura cubana. Más allá de las obviedades en la que caen los cortesanos y los ambiciosos de poder, para mí será siempre un misterio psicológico el por qué cuesta tanto hablar con la verdad, más aún hoy en día donde todo es más transparente. A pesar de que Jean-Francois Revel decía que la fuerza más poderosa que mueve al mundo es la mentira, uno se pregunta, ¿por qué o cómo llegar a apoyar a Chávez e incluso a Maduro en nombre de la libertad y una mejor sociedad? Y peor aún, ¿cómo apoyar a alguien que hace eso y dice que los carabineros son unos inútiles asesinos; o grita que el gobierno anterior era criminal; o defiende a Llaitul, un simple terrorista; o culpa sin razón a las AFP? Cuestiones así hacía y decía el presidente Boric. Y hace apenas unos meses. Quienes lo apoyaban con emoción, ¿no se preguntan nada hoy? ¿Qué significa todo esto?
Finalmente, Edwards escribió una ácida crónica sobre la visita de Styron y Miller antes del plebiscito de 1988. Con sobriedad y valentía, había formado en Chile el Comité de Defensa de la Libertad de Expresión. Se arrepentía de haberlo cerrado terminada la dictadura. Quizás habría servido para las censuras contra Dahl, que recién, un par de siglos después de la Ilustración, escandaliza a algunos. Sobre Jorge Edwards, dijeron, «Nadie pasó por el mundo con tanta discreción, generando tanto alboroto».
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