El reemplazo radical de una constitución es intrínsecamente riesgoso, tal como la propia historia de América Latina ha demostrado. Las viejas constituciones tienen fortalezas —una suerte de autoridad propia impuesta por la tradición, el éxito alcanzado y la familiaridad con el contenido del texto— que las constituciones jóvenes, por naturaleza, no tienen. En tal sentido, dado el extraordinario crecimiento económico de Chile desde 1980 a la fecha y su exitosa transición a la democracia bajo el amparo de la carta magna promulgada ese mismo año, parecen no existir justificaciones que valgan para retornar al antiguo vicio de experimentar con constituciones desechables.
DESCARGAR«El progreso es imposible sin cambio, y aquellos
que no pueden cambiar sus mentes,
no pueden cambiar nada»