El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Pinguino-Análisis, 03.05.2020De a poco, a medida que el miedo a la pandemia comienza a disminuir y parecen no hacerse realidad los anuncios apocalípticos de algunos, incluido un director regional del COLMED, los llamados a medidas sanitarias radicales que paralicen todo se disipan y empiezan a ser reemplazados por las convocatorias a movilizarse, a salir a las calles a protestar. Así son los poderes salvajes, abandonados a una libertad salvaje como diría Kant, donde no reina la racionalidad ni la ley, sino simples impulsos primarios. Primero fue el miedo y ahora parece ser la cólera. En ese contexto, el gobierno se pisa solo la cola. En medio de una pandemia que parece estar manejando relativamente bien —aunque algunos de sus opositores desearían que los cadáveres desbordaran las calles y los muertos fueran muchos más a tal punto que empiezan a buscarlos a como dé lugar— abre un flanco innecesario al plantear una discusión fuera de tiempo: si se aplaza o no el plebiscito de octubre. Y entonces, al más puro estilo conductista, le tocó la campana al perro y este inmediatamente empezó a salivar, pero con rabia. Porque así son a veces los poderes salvajes.
La única posibilidad de aplazar un proceso electoral como el plebiscito sería que la pandemia alcanzara ribetes extremos y se cumplieran con creces los anuncios de los pájaros de mal agüero.
La única posibilidad de aplazar un proceso electoral como el plebiscito sería que la pandemia alcanzara ribetes extremos y se cumplieran con creces los anuncios de los pájaros de mal agüero, junto con los deseos de aquellos que dicen que les importa la salud y vida de la gente, pero en el fondo sueñan con una crisis sanitaria brutal con funerarias colapsadas y hospitales desbordados. En el fondo fantasean con un estado de naturaleza hobbesiano. Lo cierto es que una crisis económica, como la que se avecina, que sin duda nos hará más pobres, nos dejará sin empleos y viviendo a punta de deudas, no podría ser excusa para no votar, aunque el gobierno y su coalición lo crea. Esa es la verdad. No obstante, el campanazo del gobierno que ha activado los poderes salvajes, que estaban calmos bajo el temor a la pandemia, refleja algo que parece no apreciarse a la hora de discutirse respecto a cambiar o no la constitución. En general, todos asumen que los afanes por cambiarla carta apuntan, efectivamente y en su totalidad, a promover una perspectiva constitucional mejorada (y eso sería ideal y no problemático). Sin embargo lo cierto es que el retorno de los ladridos más bien indica que estamos ante una infinidad de impulsos anticonstitucionales, los cuales fueron muy apreciables a partir del 18 de octubre del año pasado. Esto es así pues los poderes salvajes se reflejan en la adhesión al asambleísmo, en la animadversión al pluralismo y la propensión a lógicas identitarias que son otra forma de exclusión, y la exaltación de la retórica del amigo-enemigo. Todas formas que prescinden de todo proceso, como las habituales funas, y que son contrarias a la solución civilizada de las desavenencias. En otras palabras, estamos ante un populismo plebiscitario, no ante una impulso constituyente. El populismo plebiscitario no aparece de la nada. Se explica en parte por la débil promoción de una cultura constitucional durante décadas, la decadencia de la moral pública, en parte alimentada por un cierto mercantilismo descarado y la distorsión de la representatividad debido a la captura del Estado por parte de partidos controlados por operadores políticos. De ahí primero el clientelismo, la oligarquización de la política, la burocratización del estado y luego la crisis de confianza, de representatividad, de las instituciones y de autoridad.
Frente a todo esto, quienes impulsan poderes salvajes presumen tener la respuesta a este embrollo, pero en realidad con sus afanes no están promoviendo un pacto civil, sino que están impulsando un proceso desconstituyente que socava profundamente la idea de constitución como eje de la vida política. Un pacto civil no puede surgir de las bajas pasiones. Pero tampoco surgirá del simple temor al COVID. Se debe recuperar la autoridad del Derecho y eso toma tiempo.
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