Para el Gobierno, moderación y para la oposición, unidad
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Publicado en El Libero, 22.11.2020En materias de orden público-económico debemos promover una nueva Constitución que sepa encapsular los ideales liberales y modernizadores de un progresismo responsable.
Una vez superado pacíficamente el plebiscito del 25 de octubre, es hora de que nos pongamos las pilas como país y nos concentremos en los contenidos y las ideas que van a estar plasmadas en la nueva Constitución. Sin duda el proceso que estamos abriendo está lleno de volatilidad e incertidumbre y esto durará al menos un par de años. Las mayores fuentes de incertidumbre son tres: cuáles serán los reales contenidos de la nueva Constitución, quiénes participarán y como será el proceso de redacción constitucional, y, finalmente, qué pasará con la violencia callejera que se ha transformado en rutina en el centro de Santiago —violencia incluso manifiesta después de los pacíficos resultados del Apruebo.
Si bien estas tres fuentes de incertidumbre son suficientes para extender un manto de duda y escepticismo respecto al proceso constituyente, debemos aportar con vehemencia y con altura de miras a perfilar los contenidos y a darle forma a las ideas que formarán parte esencial de los principios de orden público económico que definirán nuestra nueva Constitución. Es bien sabido que el poder de las ideas es fundamental para configurar el orden social y producir progreso o catástrofe; el célebre economista John Maynard Keynes ya lo reconocía así cuando nos recordaba que “las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando son correctas como erróneas, tienen más poder de lo que comúnmente se entiende. De hecho, el mundo está dominado por ellas”. Esta máxima es aún más crítica cuando se trata de redactar una carta fundamental que regirá el orden publico económico y toda nuestra convivencia.
Como también lo reconocía el Premio Nobel de Economía Douglas North, el papel de las ideas es fundamental en determinar el “desempeño económico a través del tiempo”. Por ello resulta crítico que nos pongamos de acuerdo en temas económicos centrales que serán no solo los determinantes de nuestra vida económica, sino que también las reglas que determinarán nuestra capacidad de generar progreso y bienestar social. En este sentido, es clave un compromiso en esta materia, no sólo entre aquellos que se consideran afines con el centro y la derecha política, sino también entre todos quienes se consideran parte de la centroizquierda moderada, progresista, pero responsable fiscalmente, y que debe diferenciarse de la actual izquierda radical, populista e irresponsable. Por esto es que en materias de orden público-económico debemos promover una nueva Constitución que sepa encapsular los ideales liberales y modernizadores de un progresismo responsable. Esto, llevado a la práctica constitucional, implicaría promover seis principios fundamentales para el orden público económico; en esta, la primera parte de dos columnas, enumeraré solo tres en función de la parsimonia y la claridad:
Lo anterior implicaría incorporar una reforma en la que se vele por un Estado moderno en donde impere el profesionalismo y la meritocracia, sin operadores políticos ni pitutos entre amigotes. Debemos incorporar reglas y estándares objetivos de calidad para la administración pública en materias de transparencia, eficiencia, coordinación y probidad, entre otros. Para esto, podemos consagrar el derecho de todo ciudadano a una buena administración pública, con reglas y mecanismos de control para que esto efectivamente se cumpla. Además, podemos incorporar un principio de igualdad y no discriminación de trato entre trabajadores del sector público y del sector privado y elevar los estándares de exigencia y profesionalismo para el ingreso a las funciones públicas a todo nivel de gobierno.
Establecer el principio de responsabilidad fiscal a nivel constitucional nos puede ayudar además a abordar el problema de los nuevos derechos sociales, evitando que dichos derechos se judicialicen y se ensanchen de sobremanera, haciendo, finalmente, peligrar nuestras finanzas públicas y dañando la capacidad del Estado de elaborar otras políticas públicas igualmente necesarias. Una nueva ancla fiscal de tipo constitucional nos puede ayudar a velar por una batería de nuevos derechos sociales que sean sustentables fiscalmente, evitando lo que ocurrió con la nueva Constitución de Colombia en 1991.
Entonces, por razones de prudencia, buena administración pública y equilibrio presupuestario, nadie más que el Ejecutivo debiese tener iniciativa y responsabilidad sobre materias de tributos y gasto fiscal. Es decir, la iniciativa exclusiva permite que el sistema de gasto y de tributos sea claro y trasparente, permitiendo que las llaves del tesoro fiscal tengan un solo dueño. De lo contrario, nuestras arcas fiscales se transformarían en piñatas públicas, donde lo que es de todos es de nadie. Los populistas serían los primeros en entrar, como Alí Babá, a desvalijar los recursos que son de todos los chilenos.
Para concluir esta primera columna, debemos recordar que la nueva Constitución debería ser la base esencial de sustento para promover los principios liberales y modernizadores que actuarán de motor económico para que Chile pueda seguir perfeccionando y modernizando su camino hacia el progreso y el desarrollo. La única forma de satisfacer realmente todos los anhelos de dignidad, de justicia meritocrática y de derechos sociales —tan reclamados por la ciudadanía desde octubre del 2019— es a través de una Constitución responsable que sirva de base para que los principios liberales y de modernización del Estado desaten las fuerzas del progreso, del crecimiento económico y de la meritocracia, que traerán finalmente no solo mayor crecimiento material, sino que también mayores espacios fiscales para que un nuevo Estado eficiente expanda los programas sociales, promoviendo la dignidad y el progreso para todos.
En síntesis, nuestra actual cuestión constitucional enfrenta un desafío modernizador y liberal; o, en palabras del célebre Keynes: “El problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual. La primera necesita buen sentido, prudencia y conocimiento técnico; la segunda, un espíritu desinteresado y entusiasta, que ame al hombre corriente; la tercera, tolerancia, amplitud de miras, apreciación de las excelencias de la variedad y de la independencia, que prefiere, ante todo, dar oportunidades libres a lo excepcional y a lo ambicioso”.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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