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No free lunch: no existe el almuerzo gratis Publicado en El Líbero, 25.10.2025

No free lunch: no existe el almuerzo gratis

Por: Pablo Paniagua y Héctor Gárate

En una famosa entrevista del 2009, le preguntaron a Milton Friedman cuál sería la única idea que enseñaría a todos sus alumnos si tuviese que escoger solo una; Friedman no dudó: «que no existe tal cosa como un almuerzo gratis». Con esta frase, el Premio Nobel de Economía Milton Friedman resumió uno de los principios más simples y poderosos de la economía política: todo beneficio y toda elección tiene un costo, aunque muchas veces no lo veamos de inmediato o no lo notemos. Es decir, la famosa frase «no existe un almuerzo gratis», busca simplemente señalar que toda acción y toda decisión, por más gratis que parezca, en realidad siempre posee costos. Veamos esta importante idea en detalle.

Analicemos esto con un ejemplo: imaginemos un cartel llamativo en la calle: «Pizza gratis, $0 pesos». A primera vista suena irresistible, ¡pizza gratis que no cuesta nada! pero todos intuimos que no puede ser real. Preparar dicha pizza tiene costos muy concretos: harina, tomate, queso, el arriendo del local y el salario de quienes la preparan. Si el cliente no paga directamente, dichos gastos se trasladarán a otra parte: precios más altos en las bebidas, reducción en la calidad de los insumos, o un subsidio cruzado que compensa las pérdidas de la pizza con ventas de otras cosas (como el consumo de bebestible). La conclusión es inevitable: la pizza nunca fue gratis, simplemente alguien más asumió la cuenta o nosotros asumimos la cuenta de forma camuflada en otros costos o servicios aledaños. Pero, incluso si no pagásemos por la pizza, el propio consumidor enfrenta un costo: el costo de oportunidad, ya que al ir a comer dicha pizza «gratis» uno está dejando de hacer otras cosas con su tiempo y recursos. Es decir, el consumidor al optar por la «pizza gratis a $0 pesos» está decidiendo usar su tiempo (que es un recurso escaso y tiene usos alternativos) en comer dicha pizza, tiempo que podría haber usado, por ejemplo, en hacer deporte o ganar recursos o trabajar. ¡Por lo que la pizza nunca es gratis!

«Cuando un gobierno anuncia que algo será “gratis” —educación, salud, transporte—, lo que en realidad dice es que el costo será financiado por otro lado: con mayores impuestos futuros, con deuda pública que pagarán las futuras generaciones, con mayor inflación, o con la reasignación de recursos desde otras áreas».

Como enseña el economista Gregory Mankiw en su libro Principios de Economía, enfrentar una disyuntiva o trade-off significa que, al elegir algo que nos gusta, debemos siempre renunciar a otra cosa que también valoramos. Es decir, al optar por la elección de algo, significa que tuvimos que abandonar la posible elección de aquella segunda alternativa que también valorábamos. El almuerzo gratis es, en el fondo, una ilusión: siempre hay un costo de oportunidad, ya que tenemos que renunciar a algo para optar por la decisión del almuerzo «gratis», aunque no lo veamos. Los costos de oportunidad son ineludibles y siempre presentes. Por ejemplo, en este mismo momento leer esta columna de opinión (que parecía gratis) en realidad tiene un costo: el costo de tiempo y de espacio mental que usted lector está invirtiendo en leer esta columna, que podría haber utilizado en otra actividad de su gusto. ¡Nada es gratis, incluso esta columna que usted está leyendo! 

Estos ejemplos, transmiten la esencia del «no free lunch»: los costos nunca desaparecen, sólo cambian de lugar, se transfieren en el tiempo o se ocultan. Y, si en un restaurante es fácil notarlo, en política pública es mucho más difícil seguir el rastro de quién termina pagando, motivo por el cual los políticos siempre buscan «envolarnos la perdiz», escondiendo o ocultando los verdaderos gastos y los costos de las malas políticas públicas. El célebre periodista y economista francés Frédéric Bastiat lo explicó con claridad en el siglo XIX en su famoso panfleto «lo que se ve y lo que no se ve»: toda acción tiene un efecto visible y otro invisible. Lo visible es lo obvio y lo que vemos de inmediato (lo simple es visible) —la pizza servida, la gratuidad anunciada—, mientras que lo invisible (o lo complejo de entender) serían los costos de oportunidad, aquello a lo que renunciamos sin darnos cuenta o los costos escondidos de nuestras decisiones políticas, que requieren un poco más de «chispeza» económica para notarlos.

En palabras de Frédéric Bastiat: «en la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos, el primero es sólo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven; bastante es si los prevemos. Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever. Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son funestas, y viceversa. — Así, el mal economista persigue un beneficio inmediato que será seguido de un gran mal en el futuro, mientras que el verdadero economista persigue un gran bien para el futuro, aun a riesgo de un pequeño mal presente».

Por todo esto, en economía la pregunta correcta nunca es solo «¿qué ganamos con esta decisión o acción?», sino que también «¿qué dejamos de hacer o a que renunciamos al implementarla?». Esta es la gran diferencia entre el buen economista y el político populista: el primero mira más allá de lo evidente, mientras que el segundo busca vender humo concentrándose solo en lo visible y lo obvio a expensas de ocultar la verdad de los costos. Por ejemplo, cuando un gobierno anuncia que algo será «gratis» —educación, salud, transporte—, lo que en realidad dice es que el costo será financiado por otro lado: con mayores impuestos futuros, con deuda pública que pagarán las futuras generaciones, con mayor inflación, o con la reasignación de recursos desde otras áreas.

«El rol del buen economista no reside en proponer soluciones “perfectas” o “gratuitas” (¡ya que no existen!), sino que, en comparar los costos y beneficios alternativos y los riesgos de distintas soluciones factibles, pero siempre imperfectas, para luego elegir aquella que minimice los costos y riesgos».

Consideremos un caso concreto: la educación universitaria gratuita, tan vendida por los jóvenes políticos del Frente Amplio durante la última década en Chile. La propuesta es popular y suena justa, pero los recursos del Estado son limitados y tienen usos alternativos, es decir hay costos de oportunidad de dicha propuesta. Cada peso destinado a financiar matrículas en la universidad para estudiantes ya adultos (y cognitivamente ya maduros) bien podría haberse invertido en educación temprana o primaria ayudando a los niños más pequeños (que están cognitivamente en desarrollo) y de bajos recursos, que es donde más impacto tiene el efecto educacional y lugar donde la evidencia muestra un impacto relevante en el desarrollo del capital humano y en la reducción de desigualdades de origen. De esta forma, la «educación universitaria gratis» es, en realidad, una educación bastante costosa que viene a expensas de las futuras generaciones, de jóvenes que podrían haber tenido una educación básica o primaria de mejor calidad, impidiendo que podamos combatir las desigualdades generacionales y de origen tan presentes en el país. 

El dilema en este caso no es entre gastar o no gastar, sino entre qué nivel educativo priorizar para lograr más equidad y eficiencia dado que los recursos son escasos y hay costos de oportunidad frente a usos alternativos. Y allí aparece la verdadera dificultad: más allá de cuál grupo de interés grite más fuerte (como los estudiantes de la «revolución pingüina» en el período 2011-2014), el desafío del Estado es decidir dónde los recursos públicos generan mayor beneficio e impacto social y priorizar en función de las necesidades más apremiantes y teniendo presente los costos de oportunidad de las opciones. En otras palabras: gobernar siempre es priorizar, porque en economía, como en la vida, no existen los almuerzos gratis.

Otro ejemplo clásico del «no free lunch» es la inflación como mecanismo de gasto público y financiamiento de gastos sociales. Emitir o imprimir dinero para cubrir déficits fiscales puede dar la impresión de que se encontró un almuerzo gratis: no se suben los impuestos, no se emite deuda explícita y el Estado obtiene recursos inmediatos y puede gastar para promover el bien social o alguna medida populista, ¡parece que la inflación es un almuerzo gratis! Pero la factura llega después y es dolorosa: a medida que todos los precios se elevan y la moneda pierde valor, la inflación comienza a irse de control y son los ciudadanos quienes pagan silenciosamente a través de la pérdida de poder adquisitivo y del caos económico que la inflación genera en el sistema de precios, como lo que ha ocurrido en Venezuela y Argentina en las últimas décadas.

De hecho, la experiencia chilena bajo Salvador Allende y la Unidad Popular entre 1970-1973 lo muestra con crudeza. Como bien documenta el economista Sebastián Edwards (2023; 2024): «lo que condenó al gobierno [de Allende] fue la combinación de una masiva impresión de dinero para financiar déficits y pérdidas de empresas nacionalizadas, controles draconianos de precios y una inflación fuera de control. Fue esta trilogía la que creó desabastecimiento, mercados negros y erosionó el apoyo ciudadano». En dicho contexto, la ilusión del «almuerzo gratis» se desmoronó con rapidez, pues lo que parecía una panacea y un boom económico en los años 1970-1972 basado en la inflación y la expansión del gasto público a punta de imprimir dinero (que pareció un almuerzo gratis y visible por unos años), en realidad resultó ser solo un espejismo producido por la inflación que estimulaba el consumo y financiaba a las ineficientes empresas estatizadas por el gobierno de Allende. El supuesto «almuerzo gratis» se reveló que tenía costos bastantes profundos, traduciéndose en el periodo inflacionario más grave en la historia de Chile (por encima del 1500% en una medida anualizada de seis meses), generando caos y descoordinación económica que llevó al país a una profunda crisis económica y política en 1973. La inflación, o la masiva emisión de dinero, como lo demuestran dramáticos casos como el de Chile en los años 70 o Venezuela en la última década, no es un almuerzo gratis, ya que posee profundos costos que no se ven en el corto plazo, pero que son visibles y dañinos en el largo plazo en la forma de inflación galopante y que, lamentablemente, los terminan pagando todos los ciudadanos. 

Milton Friedman usó la expresión «no free lunch» como herramienta pedagógica, pero la idea ha trascendido y se ha convertido en una idea fundamental de la economía política. El economista Thomas Sowell lo sintetizó en una frase similar y muy importante: «No hay soluciones, solo disyuntivas» (there are no solutions only trade-offs). Con esto, Sowell busca señalar que las políticas públicas nunca resuelven los problemas sin costo o de manera perfecta; lo único que hacen es redistribuir cargas y beneficios, decidir quién paga y quién gana. O, dicho de otra forma, Sowell señala que no existe solución perfecta o solución sin costos, ya que toda solución o política pública posee costos de oportunidad y posee riesgos y costos de implementación. Y, por lo tanto, el rol del buen economista no reside en proponer soluciones «perfectas» o «gratuitas» (¡ya que no existen!), sino que, en comparar los costos y beneficios alternativos y los riesgos de distintas soluciones factibles, pero siempre imperfectas, para luego elegir aquella que minimice los costos y riesgos. Como ya bien lo intuía el famoso filósofo francés Voltaire: «Lo perfecto es enemigo de lo bueno».

Sowell insiste en que el gran error de la política es prometer soluciones perfectas o «balas de plata» que aparentemente no tienen costos visibles o inmediatos, cuando en realidad lo que existe son solo disyuntivas y costos de oportunidad: mejorar la cobertura en un área puede significar sacrificar calidad en otra; promover la gratuidad universitaria puede venir a expensas de poder haber hecho un mejor uso de esos recursos; promover los retiros de los fondos de pensiones viene a expensas de dañar el mercado financiero (que se traduce en tazas de interés más altas para los que quieren comprar su primera casa); aumentar los impuestos a las empresas o a los «super ricos» puede generar recaudación hoy pero a expensas de menor crecimiento económico mañana, etcétera. Como podemos ver, en las últimas décadas en Chile nos hemos hecho guiar (y engañar) bastante por lo «visible» a riesgo de ignorar lo «invisible» y hemos caído en la trampa del «almuerzo gratis» con grandes costos y riesgos que terminarán pagando todos los chilenos en el largo plazo. La célebre frase de Sowell, «no hay soluciones, solo disyuntivas», nos recuerda, al igual que Frédéric Bastiat, que la economía nos obliga a pensar en aquello «invisible» o aquello que no se ve a simple vista; es decir, nos obliga a pensar en el hecho de que toda solución tiene costos, de que toda acción o decisión conlleva costos de oportunidad y que toda política pública tiene costos y riesgos que tienen que ser tomados en consideración. Y, por ende, tenemos que renunciar a perseguir ilusiones o panaceas que parecen «gratis», pero que en realidad son espejismos con grandes costos encubiertos.

«La prosperidad y el progreso social no se consiguen a punta de ofertas mágicas o de atajos simplistas como aumentar el gasto público, sino que a través de elecciones conscientes y serias sobre qué vale más y qué estamos dispuestos a sacrificar».

Finalmente, grandes economistas como Bastiat, Friedman y Sowell, cada uno a su manera, buscan recordarnos de lo mismo: en economía no existen milagros gratuitos y que tenemos que estar atentos y alertas ante los «ofertones de gratuidad» de los políticos. La prosperidad y el progreso social no se consiguen a punta de ofertas mágicas o de atajos simplistas como aumentar el gasto público, sino que a través de elecciones conscientes y serias sobre qué vale más y qué estamos dispuestos a sacrificar. La vigencia de la idea del «no free lunch» está en su capacidad de hacer visibles los costos ocultos o de hacer visible lo invisible, para que los ciudadanos puedan tomar decisiones que generen progreso sostenido y no espejismos que conducen al estancamiento y a la pobreza. Ahí reside, como decía Bastiat, la intuición del buen economista y del político honesto: no hay que limitarse a lo visible y a lo obvio hoy, sino que hay que entender los efectos de las políticas publicas en el futuro, y hay que ser capaces de transparentar sus costos de oportunidad o alternativos y de prever sus futuros riesgos y efectos en el largo plazo por el bien de todos.

Todo esto no es una invitación al pesimismo, sino al realismo, al pragmatismo y a la racionalidad. Si entendemos que nada es gratis en la vida, podemos exigir transparencia en la política o en el actuar de las personas: ¿quién pagará dicha decisión?, ¿qué dejamos de hacer para financiar esto o aquello?, ¿qué estamos abandonado para hacer dicha política pública?, ¿cuál será el efecto futuro de una decisión tomada hoy? ¿a quién beneficia y a quién perjudica dicha acción? Como ciudadanos, aprender a leer la «cuenta camuflada» detrás de cada «almuerzo gratis» ofrecido en política es la mejor vacuna contra las promesas fáciles y contra el populismo tan rampante en Latinoamérica. En síntesis, pareciera que Friedman eligió bien: si solo pudiésemos enseñar una cosa de economía, la idea del «no hay almuerzo gratis» es la que más necesitamos hoy en un mundo plagado de buenismo y de consignas fáciles. Porque detrás de cada gratuidad aparente o de cada solución fácil siempre hay alguien que termina pagando los platos rotos, y solo reconociéndolo podemos tomar decisiones más responsables y justas para el bienestar de todos.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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