El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en Diario Financiero, 18.04.2024La neolengua, explicó Orwell en el apéndice de su novela «1984», era el lenguaje oficial de Oceanía, país regido por el Gran Hermano. Ella había sido diseñada para «satisfacer las necesidades ideológicas del Ingsoc, socialismo inglés», y su propósito era no sólo «proveer de un medio de expresión apropiado para la visión y los hábitos mentales de los devotos del Ingsoc, sino hacer todas las demás formas de pensamiento imposible».
Como consecuencia, explicó Orwell, toda idea que se desviara de la neolengua sería vista como una «herejía» y, por tanto, como algo imposible de ser pensado, pues todo pensamiento depende de las palabras que la neolengua ha depurado. Con el fin de destruir el lenguaje tradicional u «Oldspeak» como lo llamaba despectivamente el régimen totalitario de Oceanía, se inventaban nuevas palabras, se destruía el significado original de otras palabras y, sobre todo, se eliminaban palabras indeseables.
«La creación de conceptos como "espacios seguros", "microagresiones", "privilegio blanco", "manels", "mansplaining", "apropiación cultural", entre otros, forman parte de esta neolengua. Y en Chile sus principales promotores se encuentran en el Gobierno».
Orwell, el mismo un hombre de izquierda hastiado del totalitarismo que inspiraba a su sector, explicó que la neolengua socialista creaba distintos tipos de vocabulario. El «vocabulario tipo B», explicó, consistía en palabras «deliberadamente construidas con fines políticos: palabras que no sólo tenían en todos los casos una implicancia política, sino que buscaban imponer una actitud mental deseada en la persona que las usaba».
Mentiras convertidas en verdades oficiales, adoctrinamiento sistemático, propaganda permanente, vigilancia sin descanso y la creación de lenguajes diseñados para servir la causa de quienes detentaban el poder –o aspiraban a él–, por la vía de controlar los pensamientos de los pueblos, fueron parte constitutiva de la aplicación de las principales ideologías colectivistas del siglo 20.
Y si bien es cierto que, en el contexto actual de Occidente, esos regímenes han desaparecido, los intentos por crear una neolengua con el fin de avanzar agendas ideológicas incompatibles con el orden liberal prevaleciente continúan vigentes. De hecho, una verdadera revolución cultural está teniendo lugar en los centros de pensamiento más influyentes de Estados Unidos y Europa, en los que el espíritu de las cacerías de brujas se ha combinado, en muchos casos, con el diseño de neolenguas con el fin especifico de atacar los valores, instituciones y tradiciones que han permitido el florecimiento de las sociedades occidentales.
La contaminación polémica de conceptos antes neutrales, el asalto en contra del lenguaje natural en busca de un lenguaje «inclusivo» y la creación de conceptos como «espacios seguros», «microagresiones», «privilegio blanco», «manels», «mansplaining», «apropiación cultural», entre otros, forman parte de esta neolengua. Y en Chile sus principales promotores se encuentran en el Gobierno.
Lamentablemente, hay sectores de oposición que no advierten que la libertad comienza perdiéndose en el mundo del lenguaje, que es el del pensamiento. No ven que sus opositores, encerrados tras las rejas del pensamiento único que acepta su propio vocabulario, se han lanzado incluso en contra de las ciencias exactas cuando sus conclusiones rompen los dogmas establecidos en la nueva fe victimista que promueven. La consecuencia la advirtió Roger Scruton: «Me parece que estamos entrando en el reino de la oscuridad cultural, donde el argumento racional y el respeto por el oponente están desapareciendo del discurso público y donde, crecientemente, en cada asunto que importa, se permite sólo una visión y una licencia para perseguir a todos los herejes que no adhieran a ella».
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