El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Mercurio 26.11.2022Después de la II Guerra Mundial, entre los heridos del crack bursátil del 29, el relativo éxito del dirigismo estatal de la economía de guerra, la buena prensa del new deal americano, el prestigio del keynesianismo y la admiración por el sacrificio y triunfo soviético ante los nazis, a nadie se le ocurría hablar de libre mercado, precios libres, emprendimiento privado, limitar al Estado o la importancia de los intercambios voluntarios y los órdenes espontáneos para el desarrollo de los países. Si hasta el nazismo pre guerra era admirado por sus obras públicas y la planificación de su economía.
Así, la Alemania de la posguerra partió en 1945 bombardeada, dividida y ocupada por los aliados y con su economía dirigida por los militares invasores. Hasta 1948 la realidad alemana era de inflación, desabastecimiento, fijaciones de precios, trueque (los cigarrillos americanos y el coñac eran las monedas de cambio) y mercado negro.
Esa realidad terminó el domingo 20 de junio de 1948, cuando Ludwig Erhard -arquitecto del milagro económico alemán- cambió la moneda Reichsmark por el Deutschemark y liberó los precios de todos los productos y servicios. Lo hizo un domingo para que las potencias ocupantes no pudieran impedirlo. Al día siguiente, el general Lucius Clay, encargado de los sectores americano e inglés, se reúne con Erhard y le representa su oposición a esa decisión informándole que: «mis asesores están en contra de sus medidas». Erhard con algo de ironía le contesta: «No se preocupe general, los míos también».
Las decisiones de Erhard -incluyendo una reducción de impuestos- dieron un impulso decisivo el crecimiento alemán. En los primeros 6 meses después de la eliminación de los controles, el PIB creció en un 53 % y se acabó el desabastecimiento. Mientras tanto, la Alemania comunista siguió con su modelo planificador y se quedó atrás hasta que tuvo que construir un muro para encerrar a sus ciudadanos.
«La historia del (neo) liberalismo es una historia de éxito bajo cualquier métrica que se tome. Países que partieron igual y apostaron por sus ideas superaron largamente a los que siguieron políticas estatistas».
Erhard admiraba la escuela austríaca de economía, esa que fundaron Hayek, Mises y Schumpeter, que se opusieron al nazismo, el comunismo y al keynesianismo. A la escuela austríaca la siguió la de Chicago de Friedman, Becker y Sowell, que promovía los principios de libertad económica y responsabilidad fiscal. A todos ellos juntos, sus críticos los denominaron «neoliberales». Margaret Thatcher tomó nota de lo que vio en Alemania. Inglaterra después de la guerra había estatizado sus industrias, rigidizado el mercado laboral y mantenido un sistema económico dirigido. Y se estancó. Como dijo un historiador, Inglaterra ganó la guerra y perdió la paz. Ya el año 70 la economía alemana era más grande que la inglesa. La Thatcher, siguiendo a Hayek y Friedman, decidió transformar la economía inglesa adoptando los principios de una economía libre y revirtiendo su decadencia.
La historia del (neo) liberalismo es una historia de éxito bajo cualquier métrica que se tome. Países que partieron igual y apostaron por sus ideas superaron largamente a los que siguieron políticas estatistas: Hong Kong vs Cuba; Singapur vs Jamaica; la China de Deng Xiaoping vs la de Mao. O el propio Chile vs Argentina. Los países que optaron por libertad económica y responsabilidad fiscal tuvieron un éxito abrumador. El último caso es el de Irlanda que, abriendo su economía, liberalizando el mercado del trabajo y bajando impuestos, pasó de hambrunas y exportación de gente a ser uno de los países más prósperos de Europa.
El liberalismo y el socialismo tienen intenciones similares: mejorar la condición humana. El liberalismo lo busca a través de la competencia privada y la cooperación voluntaria. El socialismo a través del gasto fiscal y la colaboración coercitiva. El liberalismo ha sacado a millones de la pobreza, el socialismo no. Por eso que las políticas públicas deben juzgarse por sus efectos no por sus intenciones. Esta semana nos visitó David Friedman, hijo de Milton, quien expuso en un teatro lleno con más de mil jóvenes y el libro «El economista callejero» de Axel Kaiser bate todos los records de ventas. El liberalismo está vivito y coleando y el gobierno más que matarlo debiera estudiarlo; y más que escuchar a intelectuales mediocres como García Linera o Mazzucato debieran aprender de sabios de verdad como Hayek o Sowell.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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