El delirio institucional del feminismo de género
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Publicada en El Mercurio, 25.11.2023Para muchos resulta difícil entender la magnitud cultural de lo que ha ocurrido en Argentina con el triunfo de Javier Milei. Un poco de historia servirá para poner las cosas en perspectiva.
En 1951 Juan Domingo Perón creó la Escuela Superior Peronista. Según Perón, para que el peronismo se proyectara en el tiempo se requería de «poner en marcha no solamente la idea, para que ella sea difundida, sino la fuerza motriz necesaria para que esa idea sea realizada». La misión fundamental de la escuela era, por lo tanto, «desarrollar y mantener al día la doctrina» e «inculcarla y unificarla en la masa» para después capacitar los cuadros conductores.
Perón continuaba con reflexiones que vale la pena reproducir para entender el rol que la batalla por controlar la hegemonía cultural jugó en el triunfo del ideal colectivista en Argentina: «Desarrollar la doctrina será función de la escuela, será función de los profesores y será función de los alumnos…Las doctrinas no son eternas sino en sus grandes principios, pero es necesario ir adaptándolas a los tiempos, al progreso y a las nuevas necesidades…la segunda función que yo asigno a la escuela es unificar e inculcar nuestra doctrina en la masa…lo importante en las doctrinas es inculcarlas, vale decir, que no es suficiente conocer la doctrina: lo fundamental es sentirla, y lo más importante es amarla… es menester tener cierta mística, que es la verdadera fuerza motriz que impulsa a la realización y al sacrificio para esa realización... La función de esta escuela no es sólo de erudición…sino la de formar apóstoles de nuestra doctrina».
Nada cambió en Argentina en lo fundamental desde entonces hasta la era de los Kirchner quienes fueron fieles herederos de la tradición fascista de Perón en un país en que el liberalismo fue marginado como fuerza rectora de la discusión pública. De hecho, el kirchnerismo contó con un programa hegemónico apoyado en la clase intelectual de ese país. Como explicó Martín Retamozo «la configuración del kirchnerismo» requirió «de cubrir puestos clave ligados a la política y la gestión cultural».
«Tal vez Milei no pueda hacer la totalidad de las reformas que quiera, pero todo indica que su revolución libertaria ha herido gravemente al peronismo como proyecto cultural. Solo queda esperar que esa herida sea letal».
Según Retamozo, la gestión político-cultural y los nuevos proyectos impulsados por el gobierno de los Kirchner exigieron «la participación de intelectuales en cargos operativos en la TV pública, el canal Encuentro, la Biblioteca Nacional, y diferentes institutos ligados a la cultura, las ciencias y las artes». Como resultado, «la relación entre intelectuales, Estado y poder político se trastocó considerablemente en gran parte del campo intelectual».
Según el periodista peronista Eduardo Jozami, bajo el kirchnersimo Argentina asistía a «la construcción de una nueva hegemonía» lo que requería de la «movilización social y un profundo debate cultural».
En su obra sobre la presencia de Antonio Gramsci en Argentina, Mario Della Rocca, explicó que Néstor Kirchner actuó acercándose a un grupo de intelectuales que lo ayudaran a dar la batalla cultural. Un ejemplo de ellos serían las reuniones que mantenía con el filósofo José Pablo Fienmann, quien se convirtió en una especie de asesor de Néstor Kirchner en materias de táctica y estrategia para conseguir apoyos a nivel de consciencia ciudadana. Della Rocca afirmó que el gran desafío krichnerista era «dar la batalla cultural» para dar legitimidad al gobierno, función en la cual los «intelectuales orgánicos» de que hablaba Gramsci resultaban esenciales.
Más aún, pese al declive de partidos tradicionales de izquierda, el kirchnerismo ocupaba «el espacio real de izquierda y centro-izquierda en el espacio político argentino» en el contexto de «una cultura y valores de izquierda con influencia en la sociedad y también en el sistema político». Su origen, dice Della Roca, estaba en los numerosos grupos muchas veces fragmentados que promovían esas ideologías.
Es en este contexto que debe entenderse la emergencia de Javier Milei quien, a diferencia del gobierno anterior presidido por Maurico Macri, entendió perfectamente que la dimensión más relevante de la lucha por el poder es la ideológica y cultural. Es por eso que el economista muchas veces declaró que de lo que se trataba era de una «batalla de ideas» para acabar con la cultura y mentalidad putrefacta del socialismo. Sin eso, afirmaba, Argentina estaba perdida porque el peso de la herencia peronista haría imposible un cambio.
Así fue como decidió convertirse, primero en un intelectual público y fenómeno mediático, y luego en político. Trabajando sobre la tradición de intelectuales como Juan Bautista Alberdi y Alberto Benegas Lynch (h) y ayudado por otras figuras del movimiento liberal, logró desatar en la juventud una ola libertaria sin precedentes en la historia del país. Su estilo dogmático y frontal fue decisivo como sin duda lo fueron también sus libros y las redes sociales, que hoy se han venido a convertir en el espacio público por excelencia para las nuevas generaciones. Tal vez Milei no pueda hacer la totalidad de las reformas que quiera, pero todo indica que su revolución libertaria ha herido gravemente al peronismo como proyecto cultural. Solo queda esperar que esa herida sea letal.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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