La batalla cultural y la Navidad
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Publicado en La Segunda, 19.11.2025
Publicado en La Segunda, 19.11.2025 Evelyn Matthei tenía todo para haber sido la Margaret Thatcher chilena. Pero se convirtió en una en una especie de democratacristiana rodeada de neoyorkinos iluminados y bondadosos. En una maniobra inentendible, ella, y especialmente sus equipos, se autoimpusieron una superioridad moral insoportable sobre el resto de la derecha —ni siquiera sobre la izquierda—. Exponían orgullosos sus diplomas universitarios mientras que el resto eran, para ellos, unos ignorantes poca cosa. Chile necesitaba reforzar el derecho de propiedad, y decirlo, pero ellos, los centristas, ganaban con su silencio y no exaltaban su importancia. Eso de la propiedad era para ellos una cuestión pecaminosa, platera —aunque les encante la plata—.
Los Matthei matizaban los temas y se preocupaban por los pobres, mientras que, al resto, no le importaban los matices y menos los pobres: eran una tropa de simplones, gruesos con los números de sicariatos y extorsiones. La palabra sicario la conocí en 2008, cuando La Quintrala de Providencia mandó a matar a su sobrina y a un compañero de universidad —me perdonarán los literatos por Matthei—. En fin, ellos, los Matthei, moderados, llegaban a acuerdos. El resto también, especialmente en seguridad, pero no importaba, porque según ellos el resto no acordaba nada, eran unas murallas. Y ese resto eran, además, unos inhumanos con los inmigrantes, frutos de pura y diáfana riqueza cultural.
«Evelyn Matthei tenía todo para haber sido la Margaret Thatcher chilena. En una maniobra inentendible, ella, y especialmente sus equipos, se autoimpusieron una superioridad moral insoportable sobre el resto de la derecha —ni siquiera sobre la izquierda—».
Los Matthei maquinaron esa pésima reforma de pensiones que presentaron como un diploma de civilidad y superioridad técnica y moral. ¿No se podía disentir? Empezaron después a victimizarse por unos bots, ¡unos bots! ¡En política! Acusaban una maquinación para destruir imagen, cuando ella, Matthei, hace unos años, había sido parte de una de las maquinaciones más oscuras de la historia política chilena para destruir la imagen pública de otros. Inentendible. ¿Quiénes la asesoraban?
Ellos, además, sabían achicar el Estado. El resto no. Un amigo del club Matthei, Enrique Barros Bourie, salió a decir por la prensa que ese resto no tenía «densidad» y que, además, él «no respetaba profesionalmente» a Jorge Quiroz, el economista de Kast. No dio ni un solo argumento para semejante mal gusto, pero no importaba, había que darse el gusto y seguir ninguneando al resto. Además, él, Barros Bourie, quién al parecer ungía humanos, había ungido años atrás a Fernando Atria en la academia y en la deliberación pública. Era el mejor teórico vivo del derecho en habla hispana, habría llegado a decir. Ungiendo a Atria, al mismo que teorizaba —y teoriza— irracionalidades sobre educación, propiedad sobre ahorros, y tanto más, uno de los principales articuladores y azuzadores del movimiento que casi destruye el país entre 2011 y 2022. En fin, ahora tenemos a una comunista al frente, no queda otra que unirse, y frenarla.
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