El establishment feminista y su falso desempeño
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Publicado en El Mercurio, 15.04.2023Son tantas las payasadas que dicen lo integrantes de la colación de Boric por semana que es difícil seguirles el paso. Hay una, sin embargo, que merece ser destacada, pues refleja de cuerpo entero el dogmatismo fanático y la locura moral de quienes nos gobiernan hoy. Me refiero a la frase de un diputado según quien no es cierto que ellos «no estaban preparados para gobernar», sino que es «el Estado neoliberal» el que no está preparado para permitir que la genialidad y pureza angelical de ellos se manifieste en todo su esplendor.
La absurda tesis de que tenemos una «Norcorea» del «neoliberalismo» es común a toda la izquierda y se encuentra plasmada en el libro El otro modelo que inspiró el desastroso segundo gobierno de Michel Bachelet el que, con su populismo – el mismo que ciertos intelectuales de «derecha» decían que no existía- dio un tiro de gracia a la posibilidad del país de salir adelante.
«Antes de condenar al "neoliberalismo", nuestros ángeles estatistas deberían mirar la historia para entender que su proyecto anti mercado fue compartido e impulsado siempre por fascistas y nazis».
Para reemplazar el «neoliberalismo», nuestros profetas de la igualdad y confesos admiradores de las experiencias bolivarianas, proponen un «Estado social de derechos» o «régimen de lo público» que va mucho más allá de la social democracia europea en su estatismo y que postula, en la práctica, el control total del Estado de todo aquello considerado «derechos sociales». Fuera de las experiencias fracasadas del constitucionalismo latinoamericano que admira nuestro gobierno y que rechazamos hace poco en Chile, uno podría suponer que lo que se pretende es crear Estados benefactores tradicionales como los que había en Europa antes de las reformas que los liberalizaron e introdujeron fuertes elementos de mercado para evitar su quiebra. No estaría de más recordar, si eso es lo que se propone bajo el manto de la purificación anti «neoliberal», que la Alemania nazi, por ejemplo, fue, en buena parte, el producto de una democracia incapaz de lidiar con las cargas sociales de su Estado de bienestar.
En su estudio sobre esta materia, David Crew constató lo siguiente: «La Primera Guerra Mundial produjo una rápida expansión del sistema de bienestar por lo que el Estado alemán tuvo que asumir mayor responsabilidad por un mayor número de clientes y expandir derechos sociales a cambio del sacrifico de la población por la nación. Después de 1918 el éxito o fracaso de la República de Weimar dependía en un grado nada menor de la habilidad del Estado de bienestar de dar a millones de alemanes, al menos un nivel fundamental de seguridad material y mental…sin embargo, los problemas del periodo de postguerra significaron que, incluso en sus mejores años, la República de Weimar era un Estado de bienestar sobrecargado. La Gran Depresión y el desempleo masivo destruyeron la democracia republicana y el Estado de bienestar sobre la que estaba fundada».
El Estado de bienestar en Alemania que contribuyó a la llegada de los nazis al poder, por cierto, venía de tiempos del canciller Otto von Bismarck, es decir, de antes de la Primera Guerra Mundial. Bismarck definió su sistema benefactor como «socialismo de Estado» agregando que los alemanes debían acostumbrarse a más socialismo. Su propósito era convertirlos en dependientes del poder político para que estuvieran más dispuestos a ir a la guerra y pelear por su proyecto imperial. Hitler utilizó la misma estrategia manteniendo un Estado de bienestar extraordinariamente generoso con el cual, según el historiador Götz Aly, literalmente «compró» el apoyo del pueblo alemán. Aly explica: «la idea de un Volksstaat – un Estado del pueblo para el pueblo- era lo que hoy llamaríamos un “Estado de bienestar”…Hitler prometió “la creación de un Estado socialmente justo” que “continúe erradicando todas las barreras sociales”».
La traumática experiencia de los alemanes con su Estado de bienestar, el que había servido de base, primero a un imperialismo agresivo como el de Bismarck, luego a una democracia con pies de barro como la República de Weimar y finalmente a un totalitarismo genocida como el nacional socialista, llevó a Ludwig Erhard, arquitecto del milagro económico alemán y amigo personal de Friedrich Hayek, a rechazar vehementemente toda su vida la idea de que Alemania volviera a ese esquema. En una advertencia realizada en 1957, Erhard afirmó: «El resultado de esta peligrosa ruta hacia el Estado de bienestar será la creciente socialización del ingreso, la mayor centralización de la planificación y el extenso tutelaje sobre el individuo con una cada vez mayor dependencia del Estado… Al final tendremos un Estado todopoderoso y parálisis en la economía… el Estado de bienestar, según toda la experiencia existente, significa todo menos bienestar y terminará repartiendo miseria para todos».
Esto fue también lo que ocurrió en Chile con la evolución del Estado de bienestar y el sistema proteccionista desde la década del 30 en adelante. Y como en Alemania, el fracaso de este sistema en resolver los problemas sociales urgentes que pretendía, condujo a un experimento totalitario como fue el régimen de Allende. Quienes mejor describieran el camino de servidumbre que había seguido Chile con su creciente estatismo fueron los autores de El ladrillo, documento escrito por el grupo de economistas con estudios en la Universidad de Chicago como programa de gobierno para un eventual triunfo de Jorge Alessandri y luego actualizado bajo el gobierno de la Unidad Popular. Dicen los autores escribiendo en la época de la UP: «La actual situación se ha ido incubando desde largo tiempo y ha hecho crisis porque se han extremado las erradas políticas económicas bajo las cuales ha funcionado nuestro país a partir de la crisis del año 30. Dichas políticas han inhibido el ritmo del desarrollo de nuestra economía, condenando a los grupos más desvalidos de la población a un exiguo crecimiento en su nivel de vida... esta ansiedad por obtener un desarrollo económico más rápido y el fracaso de los sucesivos programas intentados para generarlo, han abonado el camino para el triunfo de la demagogia marxista».
El resultado final del anticapitalismo rampante que nos caracterizó por décadas fue la ruina de la democracia chilena. Tal como advirtió el profesor de Princeton Paul Sigmund en su análisis sobre la UP, «ningún sistema democrático, no importa cuán estable inicialmente, podría haber soportado la presión de la inflación desatada, mercados negros extendidos, escases crecientes de productos esenciales y permanente caída de la productividad».
Antes de condenar al «neoliberalismo», nuestros ángeles estatistas deberían mirar la historia para entender que su proyecto anti mercado fue compartido e impulsado siempre por fascistas y nazis. Pero más importante aún sería que reconocieran de una vez que fueron ellos, con su anticapitalismo mesiánico y pasión por la violencia, los principales responsables de haber tumbado la democracia chilena hace medio siglo.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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