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Litoralpress, el hombre y el perro Publicado en El Libero, 08.07.2017

Litoralpress, el hombre y el perro

«Oye, anda a Twitter y mira lo que está pasando con Litoralpress», me dice por teléfono Fran, una amiga siempre bien informada.

Efectivamente, hay movimiento. Videos, fotos y una carta abierta resumen el alboroto. En los primeros aparecen carteles demandando mejoras laborales; en uno se lee «¡¡NO A LA AUTOMATIZACIÓN. EN HUELGA!! SINDICATO LITORALPRESS». La carta, por su parte, se extiende generosamente y explica la posición del grupo firmante: «(…) estamos muy cerca de hacer efectivo nuestro Derecho a Huelga, obligados por una propuesta muy precaria por parte de la empresa donde el telón de fondo son los preparativos de la firma para automatizar sus servicios y disminuir el poder de negociación del sindicato (…) Un país con esa interpretación de los derechos fundamentales sigue en la era de las cavernas en materia laboral y estará condenado al desequilibrio económico y a la pobreza».

La carta sigue refiriéndose a la empresa Metro, «que hará que millones de personas en Santiago viajen sin contar con un conductor humano en la cabina».

El caso suma votos a la tesis de muchísimos expertos, y a la del reporte de riesgos del World Economic Forum. Entre los riesgos actuales más relevantes para los negocios —para todo, en realidad, Gobiernos incluidos— están el desempleo, el subempleo y la profunda inestabilidad social. Bajo el título Tres tendencias que socavan la democracia, el análisis dice también: «Además de la globalización, el cambio tecnológico ha afectado dramáticamente el sentido de seguridad económica de muchas personas».

A inicios de 2016, el presidente de la organización, Klaus Schwab, publicó el libro La Cuarta Revolución Industrial, que precisamente trata el significado, alcance y profundidad del cambio tecnológico global que ya ha comenzado. Y de sus efectos, de los cuales la iniciativa del sindicato de Litoralpress no es más que una minúscula, pero elocuente, muestra. La cuarta revolución industrial está cambiando la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos con otros. Eso incluye la automatización y el que esta tome el lugar de los seres humanos en muchas tareas rutinarias y predecibles… muchas.

La advertencia, como la de tantos especialistas, es que la cosa se viene color de hormiga y hay que tomar cartas en el asunto ya. En el Gobierno, en las empresas y en todo. Y, claro, en materia de políticas públicas, modelos de negocios y educación, para empezar.

El lector podría objetar el drama recordando que la revolución industrial –y todo lo que vino, más la «destrucción creativa» que popularizó Schumpeter y tal– no terminó en un Apocalipsis de pobreza y desempleo, sino en todo lo contrario: un mundo más próspero y la época de bienestar y progreso más impresionante de la historia de la humanidad. Y es absolutamente cierto. Sin embargo, hay diferencias que, en el más optimista de los escenarios, nos ponen ad portas de lo que podría ser una transición dolorosa para muchas personas, aun cuando se prevé que el mundo será cada vez más rico y avanzado.

Para ilustrarlo más claramente, imaginemos una primera y una segunda era de las máquinas, como dicen los autores Brynjolfsson y McAfee en The Second Machine Age. La primera –que comenzó con la Revolución Industrial— nos permitió superar nuestras limitaciones de fuerza muscular humana y animal, y producir grandes cantidades de energía útil y poder mecánico para llevarnos a la fabricación y transporte a una escala nunca antes vista. Pensemos en los motores, los aparatos de carga o los equipos de fundición y metalurgia, por ejemplo.

"Estamos en el mejor momento para las personas creativas, flexibles, adaptables, ávidas de aprender e innovadoras, y en el peor para quienes no desarrollen estas aptitudes."

La segunda era de las máquinas es la que estamos viviendo. Lo que las computadoras y otros avances del mundo digital están logrando ya no es a favor de nuestra fuerza física, sino de nuestro poder mental e intelectual, de nuestra capacidad para entender, abarcar y modelar nuestro entorno. No se trata de las calculadoras o de los computadores de hace algunas décadas, hoy piezas de arqueología. Aquí estamos hablando de inteligencia artificial, machine learning, algoritmos, big data y más. Es decir, de lo que está detrás de Google, Waze, Uber, Facebook, Boston Dynamics, Amazon (y Amazon Robotics), Wikipedia y un larguísimo etcétera. Esta revolución es cognitiva y estamos superando nuestras limitaciones para procesar información, manejar datos, compartirlos en tiempo real, reaccionar, producir conocimiento y acceder a él.

Esto no es que sea demasiado nuevo, como de ayer: La computadora Deep Blue de IBM venció al maestro ruso del ajedrez Garry Kasparov en 1997. ¡Y, el año pasado, el programa de Google AlphaGo ganó 4 a 1 al surcoreano Lee Sedol, campeón mundial del popular y difícil juego de mesa Go!, mientras que los autores de The Second Machine Age relatan en las primeras páginas del libro su paseo en un vehículo autónomo de Google en 2012… por la U.S. Route 101.

No quiero alarmar a nadie, pero Warren Bennis dijo una vez que «la fábrica del futuro tendrá solo dos empleados, un hombre y un perro. El hombre estará allí para alimentar al perro. El perro para cuidar que el hombre no toque los equipos». Parece descabellado, distópico y exagerado, pero encierra esto una gran verdad: quien no se adapte y tenga las competencias y habilidades que demandan estos tiempos y los que vienen, pues no va a pasarla nada bien. Estamos en el mejor momento para las personas creativas, flexibles, adaptables, ávidas de aprender e innovadoras, y en el peor para quienes no desarrollen estas aptitudes.

En Chile estamos discutiendo sobre la gratuidad y el lucro en la educación, pero no sobre esto, ni sobre cómo deben repensarse el enfoque, los métodos y el propósito de la educación. ¿Están nuestros niños y jóvenes desarrollando las actitudes y aptitudes que necesitan? ¿Cuántas carreras impartidas en nuestras universidades e institutos de capacitación tienen futuro (inmediato)?

En materia laboral, estamos concentrados en el derecho a huelga y el salario mínimo, pero los robots y los algoritmos no hacen huelga ni forman sindicatos (todavía). Y el gran tema debería ser cómo enfrentamos la complejidad de este desafío. A una pregunta que hice recientemente a Moisés Naím al respecto, el prestigioso intelectual venezolano me respondió que circulan tres grandes ideas: ingreso mínimo garantizado, proteccionismo y capacitación para el aprendizaje continuo y el desarrollo de nuevas habilidades. Las dos primeras podrían ser nefastas para la economía y hasta para la dignidad de las personas. De la última no hay experiencias masivas ni expectativas muy optimistas de éxito a la escala, ritmo y profundidad que se requeriría. Lo más seguro es que la mayoría de los políticos opte por lo más rentable y popular: las dos primeras.

Lo de Litoralpress no es más que una advertencia pequeña y amable, como lo ha sido la protesta de los taxistas contra Uber y Cabify. Basta ver las cajas automatizadas de algunos supermercados de la ciudad para sospechar lo que puede venir en la industria del retail. O la llegada a Chile de la empresa Baumax, que trae la construcción robotizada en hormigón e impresión 3D; rápida, de bajo costo. Dejo a la imaginación el pleito que se va a armar cuando esto avance.

Espero que los candidatos aspirantes al Gobierno y sus equipos tengan propuestas sensatas y responsables, y siquiera alguna idea de cómo sus cuatro años de administración van a ayudar a Chile a prepararse… si es que ya no es demasiado tarde.

 

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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