El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en Diario Financiero 18.11.2022Henry Hazlitt abrió su libro «The Conquest of Poverty» afirmando que «la historia de la pobreza es casi la historia de la humanidad. Los escritores antiguos nos dejaron descripciones específicas de ella. La pobreza era la regla normal».
La hambruna, recuerda Hazlitt, estaba a la orden del día incluso en países como Inglaterra y Francia, donde hoy es inconcebible. La posibilidad de superar toda esa miseria gracias a la economía de mercado y la libertad es lo que el Nobel de economía de 2015, Angus Deaton, ha llamado «el gran escape». Según Deaton, «los estándares de vida de hoy son mucho más altos que hace un siglo y más gente escapa de la muerte en la infancia y vive lo suficiente para experimentar esa prosperidad».
En nuestros países latinoamericanos, donde el análisis histórico serio escasea y las poblaciones son presas del populismo, pocas veces se comprende que los beneficios que el ser humano posee han sido gracias a la cooperación pacífica y el intercambio voluntario. Desde los zapatos que calzamos, los cimientos de nuestras viviendas, el teléfono con el que nos comunicamos, la refrigeradora o el vehículo que nos transporta, son el producto del intercambio. Los latinoamericanos podemos adquirir esos bienes por nuestra capacidad de producir otros bienes y servicios, recibir un salario y tener, entonces, poder adquisitivo de comprar aquello que importamos y que ha sido producido en un esquema de colaboración donde han existido millones de transacciones.
Esto fue lo que Leonard Read reflejó en su famoso ensayo «Yo, lápiz», donde demostró que ninguna persona en el mundo sería capaz de producir un simple lápiz de mina por su cuenta, es decir, sin hacer uso del conocimiento especializado de los demás y los intercambios con otros. La poca apreciación por el ingenio humano que nos ha sacado de las cavernas y nos ha transportado a un mundo moderno, donde la esperanza de vida y la calidad de la misma son hoy muy superiores a las de las clases nobles de la antigiiedad, sumerge a muchos latinoamericanos en un relato absurdo que rechaza el sistema de libertades económicas.
«En América Latina, lamentablemente, no triunfó la democracia liberal, pues la democracia es utilizada como una mascarada, una verdadera farsa para avanzar proyectos liberticidas que buscan apariencia de legitimidad popular»
La verdad es que estas no son más que libertades personales de poder emprender, adquirir bienes y venderlos, trabajar, contratar, despedir, tener propiedad sin que esta sea amenazada, libertad de competencia, ausencia de privilegios arbitrarios entregados a grupos de interés, moneda estable, apertura comercial, impuestos moderados, gobierno limitado y regulaciones razonables.
Todo esto es lo que el socialismo populista busca destruir cuando llega al poder poniéndole la etiqueta de «neoliberalismo». Ello da cuenta de que, en América Latina, lamentablemente, no triunfó la democracia liberal, pues la democracia es utilizada como una mascarada, una verdadera farsa para avanzar proyectos liberticidas que buscan apariencia de legitimidad popular. Por eso es tan difícil encontrar una preocupación seria por los límites al poder del Estado, por el Estado de derecho, la protección de derechos personales e individuales, la existencia de una prensa realmente libre y una sociedad civil capaz de articularse para enfrentar los abusos del poder.
Así avanza el liberticidio, con o sin apoyo mayoritario, pero siempre obteniendo el mismo resultado: miseria y opresión en nombre de la igualdad y justicia social.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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