La guerra contra la razón: Humanidades o Ciencia
¿Se ha preguntado por qué la Revolución Industrial ocurrió en Europa y no en China o en India o en […]
El Mercurio, 10.06.2016Agradezco a Julio Dittborn por su comentario a mi última columna titulada "La nueva dictadura". Concuerdo con él en que la libertad de expresión ha de usarse con responsabilidad y ciertamente la prensa tiene el deber de informar los hechos de la manera más fidedigna que le sea posible. Sin embargo, mi observación según la cual la libertad de expresión consiste en poder decir cosas que a otros resulten ofensivas apunta a una dimensión algo distinta del tema.
En una sociedad pluralista y democrática existen puntos de vista irreconciliables sobre una infinidad de asuntos, y por tanto siempre habrá personas que subjetivamente se sientan ofendidas por lo que otros plantean. Muchos católicos, por ejemplo, pueden sentirse ofendidos por quienes dicen que el feto no es persona, muchos homosexuales por quienes creen que dicha condición es antinatural, muchos socialistas por aquellos que descalifican los derechos sociales, etcétera.
Si solo pudiéramos expresarnos cuando nuestras opiniones no ofendieran a nadie, desaparecería la confrontación de puntos de vista distintos y con ella el pilar que funda una sociedad abierta. Esto es lo que consigue gradualmente la dictadura de lo políticamente correcto al censurar, primero socialmente y, luego, legalmente, opiniones que no se ajustan a una visión del mundo preconcebida.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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El Mercurio, 10.06.2016«El progreso es imposible sin cambio, y aquellos
que no pueden cambiar sus mentes,
no pueden cambiar nada.»