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La trampa del sueldo mínimo Publicado en El Dinamo, 28.05.2022

La trampa del sueldo mínimo

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El sueldo mínimo es uno de los conceptos más estudiados en economía, pero también es uno de los que tiene menos consenso, ya que los economistas no pueden ponerse de acuerdo en si la existencia de un sueldo mínimo –o incrementos en este– tiene efectos positivos o negativos para las personas. Es posible encontrar estudios que digan que el sueldo mínimo aumenta el desempleo, otros que dicen que no afecta el desempleo, y otros que dicen que no hay evidencia suficiente para hacer ninguna de las dos afirmaciones.

La teoría económica que se enseña en la mayoría de las universidades –respecto de los sueldos mínimos– es que cuando se obliga, por ley, a las empresas a pagar un sueldo por sobre lo que se pagaría en un libre mercado, éstas no podrán cubrir el incremento en el costo y tendrán que hacer despidos –o evitar nuevas contrataciones– para seguir existiendo. Además, se estaría dejando fuera del mercado laboral a cualquier persona que esté dispuesta a trabajar por menos del mínimo establecido. De ahí que los incrementos en el sueldo mínimo aumentan el desempleo. No obstante, esta teoría no siempre se cumple. El estudio más famoso al respecto es el de Card y Krueger, quiénes compararon el impacto en el nivel de empleo de dos localidades vecinas en Estados Unidos después de que solo una de ellas incrementara su sueldo mínimo. Los autores concluyeron que “no hubo indicación de que el aumento del sueldo mínimo haya reducido el nivel de empleo”.

Para entender mejor el enredo de los efectos del sueldo mínimo, David Neumark, un economista que ha dedicado años de su vida a esta materia, revisó toda la literatura que existe al respecto en Estados Unidos, y encontró lo siguiente: (i) casi un 80% de los artículos en cuestión concluye que incrementar el sueldo mínimo tiene un efecto negativo en el nivel de empleo (disminuye la cantidad de trabajos); (ii) estos efectos negativos son más fuertes y consistentes para las personas con bajo nivel de educación e ingresos. Según Neumark, la evidencia es contundente. No es verdad que la evidencia empírica nos indique muchas cosas distintas, la tendencia hacia los efectos negativos del sueldo mínimo es clara, sobre todo para los pobres. La confusión, entonces, no está en las estimaciones de los efectos, sino en “la ausencia de consenso sobre lo que dice [realmente] la investigación”.

Por otro lado, Jonathan Meer, un economista experto en los impactos del sueldo mínimo, dice que “cuando el debate se centra en el número total de empleos ganados o perdidos, se esconden las potencialmente sucias distribuciones de los beneficios”. Esto debido a que existen otras variables importantes asociadas a un trabajo además de la remuneración. Meer explica que, “cuando se aumenta [por ley] el sueldo mínimo, los empleadores compensan los mayores costos laborales al reducir beneficios como la generosidad del seguro de salud. Otros beneficios, como el estacionamiento gratuito o la flexibilidad en los tiempos, son más difíciles de medir, pero también es probable que se reduzcan”. Por lo tanto, según Meer, el debate de los sueldos mínimos debería estar enfocado en cómo éstos afectan la pobreza, en lugar de la cantidad de empleos u horas trabajadas.

En este sentido, las investigaciones de Meer sugieren que, dada su popularidad, los incrementos al sueldo mínimo son atractivos de implementar en el corto plazo, pero que en el largo plazo son dañinos para los más desaventajados. Los empleadores, al verse obligados a pagar mayores sueldos, “decidirán contratar o mantener trabajadores con mejores credenciales”, dejando fuera del mercado a quienes más necesitan un trabajo (los con menor educación). Así, el problema fundamental con el sueldo mínimo es que no cumple la función para la que fue creado porque no hace la diferencia entre quienes lo reciben. Puede subir el sueldo de un universitario que garzonea por las noches mientras que le dificulta encontrar un trabajo a la mamá soltera que no terminó el colegio.

Actualmente, el sueldo mínimo en Chile es de $350.000 pesos –muy bajo. Pero como vimos, incrementar esta cifra solo empeora la situación. Los sueldos deben ser regulados en el mercado, sin intervenciones, para que a cada trabajador se le pague “en función de su productividad”, como explica Axel Kaiser. Para combatir el problema de los bajos ingresos en Chile, existe otra herramienta que no es regresiva, se puede focalizar en los que más lo necesitan, y cuenta con mucho más apoyo de parte de economistas y políticos: el impuesto negativo al ingreso.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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