Las palabras de Taleb se verían duras si no fuera porque se confirman con decenas de artículos publicados en las últimas semanas. Parte importante del problema, dicen muchos, se estaría produciendo en las universidades.
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En una reciente columna en el The Washington Post, el ganador del Pulitzer George Will afirma que la educación superior en Estados Unidos está "inundada de histeria, autoritarismo, oscurantismo, filisteísmo y charlatanería " y que eso podría haber contribuido a que saliera Trump. Will habla de una "decadencia de las clases protegidas" que se ve, desde las safe zones o "espacios seguros" donde los estudiantes no tengan que oír ninguna opinión que les moleste, hasta las verdaderas policías del lenguaje que circulan en los campus denunciando a quien sea sorprendido diciendo algo políticamente incorrecto. Entre los diversos casos que presenta, Will cita el de un estudiante que escribió "la libertad de expresión importa" y que fue reportado por tal atrevimiento. En Bowdoin College la universidad facilitó asesorías para estudiantes traumatizados por una fiesta mexicana que hacía de su tema central los sombreros y los tequilas cayendo en la "herejía" de estereotipar nacionalidades.
En Yale, un profesor hizo optativo un examen el día después de las elecciones para que los estudiantes pudieran lidiar con el trauma personal que podrían haber sufrido por el triunfo de Trump. Casos como estos se repiten por miles a diario. El problema es que son estas personas las que luego forman parte de las élites que imponen las pautas de lo aceptable. En una reciente columna en The New York Times, el profesor de Columbia Mark Lilla, que se declara de izquierda, afirma que el liberalismo americano — entendido como la ideología progresista- ha caído en "una especie de pánico moral sobre asuntos raciales, de géneros y de identidad sexual" que excluye por completo a todos los grupos que no comparten esa visión. Según Lilla, "la fijación con la diversidad en nuestras escuelas y en la prensa ha producido una generación de progresistas narcisistamente inconscientes de las condiciones fuera de sus grupos autodefinidos". Para Lilla, la tesis de que los blancos salieron a votar con rabia por Trump es falsa y un pretexto de la izquierda que le permite ponerse en un pedestal de superioridad moral sin aceptar que su agenda lo "políticamente correcto" es fundamental en explicar la elección del magnate.
Si esta visión es acertada, lo que estamos viendo es una reacción en contra del elitismo moralista — y social- de una casta integrada por intelectuales, burócratas y gente de negocios que desprecia una realidad que no conoce y que, sin embargo, pretende dirigir.
Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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