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La nueva dictadura El Mercurio, 7.06.2016

La nueva dictadura

imagen autor Autor: Axel Kaiser

Durante las fiestas del último Año Nuevo más de mil hombres en la ciudad de Colonia, Alemania, se lanzaron a atacar sexualmente a cientos de mujeres que celebraban en las calles. Los atacantes eran, prácticamente sin excepción, de origen inmigrante. La autoridad alemana, en lugar de decirle la verdad al público, mintió descaradamente sosteniendo que no sabía quiénes eran los agresores hasta que un par de policías no soportó más las mentiras y dieron una entrevista a medios independientes.

Los canales de televisión estatales sabían hace días que los atacantes eran inmigrantes, principalmente del norte de África y países árabes, pero optaron por ocultar la información. ¿Por qué ocurrió todo ello? Simplemente porque no era políticamente correcto decir la verdad: que los atacantes eran inmigrantes. La situación escaló hasta que tuvo que renunciar el jefe de la policía de la ciudad, mientras la alcaldesa culpaba a las víctimas diciendo que las mujeres debían caminar a un brazo de distancia de los hombres para evitar ser atacadas, con lo cual desató la furia de la ciudadanía alemana.

El caso alemán refleja como pocos lo que tematiza una reciente editorial de The Economist bajo el título "Libertad de expresión bajo ataque". El medio británico menciona diversos casos de represalias directas a medios y periodistas por parte de gobernantes como Vladimir Putin, Recep Erdogan y Xi Jinping, entre otros. Pero igualmente critica la manera en que en occidente se ha venido restringiendo dramáticamente la libertad de expresión bajo el peso de lo políticamente correcto. Se trata de una nueva forma de dictadura que no basa tanto su coacción en el aparato estatal, sino en sanciones sociales que van desde la pérdida del trabajo hasta una verdadera quema en la hoguera de los medios de comunicación masivos.

Lo cierto es que occidente vive hoy cada vez más lo que John Stuart Mill advirtió en su ensayo On Liberty, cuando dijo que la opinión mayoritaria podía ejercer una tiranía peor que la de un déspota.

Crecientemente en nuestro hemisferio, fundamentalmente bajo el influjo del marxismo cultural, el derecho de libertad de expresión ha pasado a entenderse como el derecho a no ser ofendido. Y el lugar en que peor se manifiesta esta nueva dictadura es en el último en que debiera ocurrir: las universidades. En Harvard, alumnos de Derecho se quejan porque se sienten "ofendidos" cuando se estudia el delito de violación. La Universidad de California prohíbe decir que Estados Unidos es un "país de oportunidades", porque se considera una "microagresión" según la cual quienes no logran salir adelante no lo harían por su propia responsabilidad. Diversas universidades han excluido a presentadores de categoría mundial porque grupos de alumnos y profesores se sienten ofendidos por lo que dicen, mientras en otras ningún profesor que no sea de izquierda puede ser contratado por no ajustarse a la corriente dominante.

Estos grupos, cada vez más extendidos, buscan imponer una visión única del mundo, de la cual nadie puede apartarse un ápice sin pagar un elevadísimo precio. Para verificar que sea así, se convierten en verdaderos policías del pensamiento que denuncian histéricamente cualquier desviación que ellos creen ver de la doctrina aceptada.

A tal punto ha llegado esta perversión que ni siquiera la ciencia se escapa. En su libro "The Blank Slate", el profesor de Harvard Steven Pinker, experto en psicología evolutiva, se quejó amargamente de que la mentalidad de "un culto fanático" hacía imposible la discusión racional sobre la base de evidencia en diversos temas, como, por ejemplo, las diferencias cerebrales entre hombre y mujer.

En materia política esta mentalidad ha llegado a extremos como lo muestra el patético caso alemán comentado, o el de Suecia, que producto de la migración ha visto desplomados sus niveles de seguridad pública negándose a admitirlo por ser contrario a la ideología del multiculturalismo, o el de Italia, donde el gobierno cubrió todas las esculturas desnudas que han estado cientos de años en Roma para no ofender al Presidente de Irán que visitaba el país.

En otras partes se ha avanzado en leyes mordaza que prohíben a historiadores cuestionar ciertos temas, como propuso el PC chileno en relación a la época del régimen militar sin que la prensa saliera a defender la libertad de expresión como lo ha hecho recientemente. La última movida, recuerda The Economist, es la de países islámicos que quieren prohibir cualquier ofensa a la religión en el derecho internacional, iniciativa que al parecer prosperará. Como ha dicho el mismo semanario, es hora de sacar la voz y frenar esta nueva dictadura de lo políticamente correcto, pues si hay algo en lo que consiste la libertad de expresión es precisamente en el derecho a decir cosas que a otros resulten ofensivas.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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