El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Mercurio, 31.08.2024El estado de bienestar encuentra su origen en tiempos del canciller alemán Otto von Bismarck antes de la Primera Guerra Mundial.
«Pecan de ingenuidad —o estupidez— quienes creen que si se cede solo un porcentaje al reparto la discusión terminará ahí. La izquierda sabe perfectamente que ese será solo el principio de una escalada sin fin de intervencionismo estatal en el sistema de pensiones».
Bismarck definió su sistema benefactor como «socialismo de Estado» , agregando que los alemanes debían acostumbrarse a más socialismo. Su propósito, además de competir políticamente por la derecha con las promesas del movimiento socialista, era convertir a los alemanes en dependientes del Estado para que estuvieran más dispuestos a ir a la guerra y pelear por él y su proyecto imperial. El mismo Bismarck declaró que «cualquiera que tenga una pensión —del Estado— se encuentra más satisfecho y es más fácil de manejar que quien no tiene esa expectativa. Mire la diferencia entre un empleado privado y uno en la cancillería o la corte; el último aceptará mucho más porque tiene una pensión que recibir». Y también diría: «Será una gran ventaja cuando tengamos 700 mil pensionados pequeños obteniendo sus ingresos del Estado, especialmente si provienen de esas clases que de otro modo no tienen mucho que perder en una revuelta y erróneamente creen que tienen mucho que ganar de ella».
La propuesta de Bismarck, como observó el historiador A.J.P. Taylor, se encontraba inmersa en el colectivismo nacionalista, el cual implicaba controlar a los trabajadores alemanes al hacerlos dependientes del Estado, es decir, del mismo Bismarck. Para ello, según relató David Kelley, Bismarck debía destruir las asociaciones voluntarias de socorro mutuo que diversos trabajadores alemanes habían conformado para financiar sus pensiones de manera independiente del Estado, objetivo que consiguió. De este modo, con su estado de bienestar, Bismarck sentaría las bases del imperialismo militarista alemán que luego aprovecharía Hitler.
De hecho, Hitler utilizó la misma estrategia que Bismarck manteniendo un estado de bienestar extraordinariamente generoso con el cual, según el historiador GötzAly, literalmente «compró» el apoyo del pueblo alemán. Aly explicó: «La idea de un Volksstaat - un estado del pueblo para el pueblo— era lo que hoy llamaríamos un “estado de bienestar”... Hitler prometió “la creación de un Estado socialmente justo” que “continúe erradicando todas las barreras sociales”». Más aún, el Estado benefactor de los nazis sentaría las bases de todo el modelo benefactor que se expandiría por Europa luego de la Segunda Guerra Mundial.
El fascismo y el progresismo que promueven el estado de bienestar se encuentran así genealógica y filosóficamente emparentados y no es casualidad que la izquierda se esfuerce tanto por destruir sistemas de pensiones privados como el que existe en Chile. En su ideología colectivista, concuerdan con Mussolini, quien decía «nada fuera del Estado, nada contra del Estado y todo dentro del Estado». Y es también parte de su lucha contra el capitalismo o «neoliberalismo», pues, en su visión, ambas cosas, como confesó el Presidente Boric deberían ser enterradas. En esto siguen también la doctrina socialista abrazada por nazis y comunistas. Por algo Hitler, además de prometer un Estado «socialmente justo» con derechos sociales, diría en 1921: «No estamos luchando contra el capitalismo judío o cristiano, estamos luchando contra todos los capitalismos: estamos haciendo que el pueblo sea completamente libre».
La privatización del sistema de pensiones en Chile, el primer país del mundo en hacerlo, fue así una auténtica revolución libertaria en contra de las bases filosóficas y doctrinarias de los principales sistemas totalitarios del siglo XX, pues afianzó la responsabilidad individual dejando al Estado, es decir, al poder político, fuera de la vida de las personas. Y, al hacerlo, consolidó el capitalismo que las izquierdas nazi y comunista han detestado históricamente.
De lo anterior se sigue que cualquier intento que exista de alterar este sistema para desvirtuarlo en el sentido de reincorporar al poder político como controlador de los ahorros de los trabajadores implica un regreso, aunque sea parcial, al esquema fascista según el cual nada puede estar fuera del Estado.
Cabe agregar aquí que pecan de ingenuidad —o estupidez— quienes creen que si se cede solo un porcentaje al reparto la discusión terminará ahí. La izquierda sabe perfectamente que ese será solo el principio de una escalada sin fin de intervencionismo estatal en el sistema de pensiones para volver a llevarlo bajo el control estatal del tipo que soñó Bismarck y aprovecharon hábilmente Hitler y Mussolini para hacer a las personas dependientes de su poder.
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