La izquierda oficialista chilena y su compromiso con el mal

Autor: Antonia Russi

Quienes hoy formamos parte de «las nuevas generaciones», ya sea aquella cohorte compuesta por los mayores de la generación Z (nacidos en 1995) o cualquiera de los pertenecientes a los millenials, jamás habíamos tenido la oportunidad de vernos enfrentados a la lucha histórica entre el bien y el mal. Hasta este momento, teníamos que recurrir a la historia de los totalitarismos del siglo XX, o quizás a los años 60 y 70 del siglo pasado nacional, para comprender lo que Hannah Arendt alguna vez describió como «la banalidad del mal». Las terribles consecuencias de la ambición humana impactan de la manera que lo hacen, porque no permiten comprender (al hombre que no lo vivió), cómo nadie fue capaz de detener su cauce.

El problema está, como extraordinariamente lo relata Marc Bloch, en que el hombre del hoy está demasiado seguro de sí mismo, y juzga el pasado con los ojos del presente. Esta mentalidad le impide al contemporáneo, darse cuenta que, en circunstancias similares, él mismo cometería, fácilmente, los mismos pecados. Ahí descansa el concepto de la banalidad del mal. En la historia, muchas veces, lo heroico implica defender lo simple, lo evidente y, con ello, asumir las consecuencias de haberse comportado como un simple individuo, lo suficientemente decente como para no ser cómplice del mal, muchas veces ya establecido. 

«Occidente es testigo de la imagen de una mujer que representa a miles de ciudadanos, que luchan cada día por encontrar siquiera migajas de lo que el resto damos por sentado: el derecho a vivir en libertad».

Sin embargo, hoy se nos ofrece unos de los casos humanos más sobrecogedores de nuestra historia reciente. Una mujer que ha resistido, por más de dos años en la clandestinidad, a uno de los regímenes más crueles, totalitarios y longevos de nuestra historia. Hoy, el mundo se paraliza frente una de las imágenes más potentes para una humanidad acostumbrada a vivir cómodamente de las regalías de la democracia, la libertad y del progreso. Occidente es testigo de la imagen de una mujer que representa a miles de ciudadanos, que luchan cada día por encontrar siquiera migajas de lo que el resto damos por sentado: el derecho a vivir en libertad.

Sin embargo, siguen existiendo quienes «dudan» de las credenciales de quien ha liderado una de las batallas más audaces, justas, heroicas y nobles contra la vil narco dictadura Venezolana. En nuestro país, lideres de la élite política, figuras públicas que han clamado los últimos 40 años ser defensores consolidados de la democracia; niegan aplaudir la gran gesta democrática que ha encarnado la flamante Premio Nobel de la Paz, Ana María Corina Machado. La candidata a la presidencia chilena, Jeannette Jara, reconoció su total desinterés por el galardón entregado a Machado, identificándola como una política participe de distintas «intentonas golpistas». Si bien Jeannette Jara ha intentado disuadirnos de su fuerte compromiso con el marxismo leninismo, esta simple frase la dejó al descubierto, develando sus verdaderas inclinaciones ante la verdad, la justicia y el concepto de derechos ciudadanos. Jeannette Jara ha sido incapaz, en más de un año, de condenar los regímenes fascistas como el venezolano y el cubano, simplemente porque es incapaz de escindirse del partido e ideología que le ha ofrecido sentido a su trayectoria laboral y, si se quiere, vital.

Con todo, Jeannette Jara es y siempre será marxista-leninista, haciéndola cómplice irrestricta al régimen que hoy persigue y asesina a miles de venezolanos que formaron la pelea que hoy representa la galardonada por la academia noruega. Asimismo, tanto la candidata del PC como todos quienes se alían con ella para llegar al poder, claudican vergonzosamente ante el silencio, la permisividad y el fortalecimiento del régimen que hoy es derrotado en la eterna lucha entre el bien y el mal.