El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Mercurio, 26.10.2020Hemos votado por construir la casa de todos. No pocos chilenos votaron por no mudarse y quedarse en la que estamos. Pero la democracia habló. Yo soy de los perdedores, pero reconozco con hidalguía que se impuso el Apruebo sin peros ni dudas.
Ahora empieza la competencia de verdad. Yo he sido deportista toda mi vida y moriré compitiendo, me encanta el desafío y eso de competir de chico a grande, no hace sino entusiasmarme. A contar de hoy, los del Apruebo tienen muchas menos cosas en común que los que votaron Rechazo. Es más, incluso los de Chile Vamos que votaron Apruebo están alineados con un proyecto más o menos consensuado de mantener en Chile una Constitución que consagre una sociedad libre, donde todos seamos iguales, en dignidad y derechos; que limite el poder del Estado y de los políticos sobre los ciudadanos; que obligue a los gobiernos a ser responsables con el dinero de todos y que incentive a la gente a vivir de su propio esfuerzo y no del esfuerzo de los demás.
En momentos de derrota, uno debe inspirarse en los clásicos. Sir Winston nos decía que los ingleses pierden todas las batallas salvo la última. Hemos perdido una batalla, pero la lucha sigue abierta y es larga, y como en el boxeo, la pelea no termina hasta que suena la campana. Ojalá que la lucha se rija por las reglas del boxeo del marqués de Queensberry, pero temo que —dada la madurez cívica y compromiso democrático que ha mostrado la izquierda— es probable que se rija por las normas de una pelea de cachacascán.
Los partidarios de una democracia liberal tendremos que elegir buenos constituyentes y proponer una Constitución que congregue a las grandes mayorías, mal que mal se requiere 2/3. No es fácil construir una casa de todos con el creciente tribalismo, violencia e ignorancia de nuestros compatriotas. Proyectos arquitectónicos hay muchos, desde los que quieren construir una ruca ecológica hasta los que quieren un block soviético, pasando por los que aspiran a un palacio versallesco construido con plata de los demás. Como siempre ocurre, es probable que terminemos con esas casas a medio terminar que uno especula si los dueños se pelearon, se les acabó la plata o quebró la constructora, o una obra tipo Gaudí donde caben todos, pero nadie quiere vivir.
Los arquitectos serán clave. Debemos evitar a los divos que no escuchan a sus clientes. Esos que quieren mostrar sus obras en las revistas, pero no les importan los que tienen que vivir en ellas.
Los más viejos ya hemos pasado por la construcción de casas, uno quiere pieza para ver TV y la señora un clóset más grande y, por supuesto, los recursos son limitados, pero cuando hay cariño y generosidad todos terminan más o menos satisfechos, aunque nadie muy contento, porque hay que ceder a cambio de recibir. Y quien quería un clóset atómico se queda con uno normal, y la pieza para la TV termina en pieza multiuso para toda la familia.
En fin, si en el ejercicio que voluntariamente nos metió la mayoría no se llena de gente juiciosa, experimentada y dialogante, el riesgo no es menor que 'la casa de todos' termine en una 'casa de citas'.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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