El delirio institucional del feminismo de género
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Publicada en El Mercurio, 10.02.2024Apenas unos días antes de que muriera nuestro expresidente, en una librería de Madrid se lanzaba una traducción del libro de Séneca, La brevedad de la vida. El libro fue traducido y prologado por un chileno, Patricio Domínguez Valdés, y es una exhortación de Séneca a Paulino para que ya deje de trabajar arduamente. Paulino llevaba años liderando algo así como el ministerio de Agricultura del Imperio Romano, y era hora de que empezase a vivir y no solo existir. Si no, iba a terminar reclamando por lo corta se le había hecho la vida. Para Séneca, la vida no era corta, sino que nosotros la convertimos en eso: «no recibimos una vida breve, sino que la hacemos breve», dice. Es decir, «no somos pobres, sino malgastadores» al desperdiciar el tiempo en minucias o acciones constantes, olvidándonos de uno mismo, del buen vivir.
«Sebastián Piñera fue víctima de una izquierda que, sin principios, como parece estar ocurriendo en el mundo entero, no cree en la democracia liberal mientras no esté ella gobernando. Acá en Chile, quedará para la historia vergonzosa oposición que le hicieron».
No sabría qué pensaría Séneca acerca de Sebastián Piñera, quien murió hiperkinéticamente a sus 74 años, sin dejar un solo segundo de trabajar. Creo que el personaje del presidente no calzaría dentro de las categorías de Séneca, quien recomienda, para alargar nuestras vidas, vivir pausado y consiente de sí mismo. Nuestro presidente no parecía ser ese modelo de hombre, sin embargo, fue capaz, como pocos, de vivir muchas vidas, quizás el único remedio que descubre Séneca para combatir esa supuesta brevedad. ¿Y cómo se lograría? Un escritor francés decía la solución para esto era leer novelas.
Séneca, miles de años antes, propone algo similar pero más ambicioso: algo así como una conquista del tiempo, de nuestro pasado, presente y futuro, para aprehenderlo «al dialogar con Sócrates, dudar con Carnéades, lograr la quietud con Epicuro, vencer la naturaleza humana con los estoicuos y superarla con los cínicos». A pesar de su hiperativicadad, el expresidente me parece que podía «volver a su pasado con gusto» y vivir conscientemente el presente —disfrutando y bromeando lo justo y necesario, como se le conoce—. Se le puede imaginar con su familia los domingos, donde podía conversar con sus nietos, amigos y familiares. Me parece que podía también recordar las diferentes obras que había creado o hecho crecer.
Ciertamente, Séneca le habría recomendado no repostularse, y eso era lo que él al menos decía, tanto en público como en privado. Estaba entonces consciente de su tiempo y podría uno ver cómo estaba gozando de su futuro al ver cómo crecía su familia y cómo, al fin, se revertía la decadente injusticia con la que fue tratado por la oposición política que tuvo. La simple realidad es estaba imponiendo y el tiempo estaba dejando cada vez más en ridículo la pequeñez e irracionalidad de la centroizquierda e izquierda que le negaron todo y no le reconocieron nada, pero absolutamente nada. Trataron de derrocarlo por «las buenas», con dos viles, grotescas y desleales acusaciones constitucionales, y por las malas, con violencia, la validación de ella y la deslegitimación del rol de las fuerzas de orden. Él, en uno de sus mayores legados, se mantuvo firme con la democracia —y quienes lo critican tan histéricamente por esto, deben revisar su pasado, y peor aún, quienes siendo «aliados» se declararon en oposición en su peor momento, meses después—.
Hace unos meses, el presidente dijo en una radio de Buenos Aires que había sufrido un «golpe de Estado no-tradicional», concepto que hizo estallar a tétricos burócratas académicos, quienes ya se quisieran las publicaciones del presidente, quien publicó en los mejores journals en su juventud de vida académica. Séneca incluso se ríe de ellos, al burlarse de esa «enfermedad…de investigar cuántos remeros tenía Ulises». Un desperdicio de vida.
Hay personas que prácticamente hicieron su vida insultando al presidente Piñera —muchos de esos burócratas, hay que decirlo—. Deben estar hirviendo, porque su leyenda crece. El pueblo lo despide con vítores. Deben tener, además, un vacío muy lúgubre, muy decadente, que solo refleja lo artificioso de su odio, y, lo peor, lo artificiosa y frágil de su identidad. Piñera se opuso a la dictadura cuando no era fácil y estuvo incluso en el famoso acto del Caupolicán en 1980. Como empresario podría haber sido fácilmente perjudicado, como lo fueron muchos. Votó por el No y luego fue presidente de Chile. Yo creo que si hubiese votado por el Sí lo hubiesen odiado menos. Una vergüenza.
Sebastián Piñera fue víctima de una izquierda que, sin principios, como parece estar ocurriendo en el mundo entero, no cree en la democracia liberal mientras no esté ella gobernando. Acá en Chile, quedará para la historia vergonzosa oposición que le hicieron. Nos queda pendiente enmendar el rumbo, ya que Chile, y el mundo, lo necesita. Al revés, y siguiendo el remedio de Séneca, el expresidente logró conquistar el tiempo: murió recordando en paz su pasado, sin descuidar su presente y sin temerle al futuro. Y lo más increíble, con una receta algo distinta.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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