La batalla cultural y la Navidad
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Publicado en El Líbero, 21.11.2025
Publicado en El Líbero, 21.11.2025 Tras la primera vuelta presidencial, «el fenómeno Parisi» ha sido explicado desde muchos ángulos, pero el que más llama la atención es «el fenómeno de la élite con Parisi». Resulta insólito observar, de manera casi generalizada en ciertos espacios de opinión, que profesionales de los medios aseguren no conocer a nadie que haya votado por él. Esa confesión no dice nada sobre Parisi y sí dice mucho sobre las burbujas en las que algunos viven. La distancia entre esos entornos y buena parte de la ciudadanía sigue siendo un dato político de primer orden.
Esa lejanía explica, al menos en parte, la tendencia a exagerar el impacto de Parisi y a presentarlo como el supuesto representante de la clase media. Aunque su proyecto posee méritos y una identidad reconocible, su electorado sigue correspondiendo a un segmento clásico: ciudadanos que se alejan de los grandes bloques políticos, un espacio que antes representó Francisco Javier Errázuriz, que Marco Enríquez-Ominami heredó y luego compitió con el propio Parisi durante tres elecciones. El evidente desgaste del hijo de Miguel Enríquez y el mediocre desempeño de Harold Mayne-Nicholls consolidaron a Franco Parisi como el amo y señor de ese nada despreciable 1/5 de la ciudadanía.
«Frente a las mentiras que se multiplicarán desde la izquierda, deben multiplicarse aún más las buenas ideas y la defensa de la verdad desde nuestro sector».
Si tomamos ese dato por bueno, todo indica que la estrategia de Parisi alcanzó su umbral. Esto no significa que sea incapaz de reinventarse ni de atraer a quienes se reconocen, con distintos matices, en identidades políticas más nítidas, ya sea de izquierda o de derecha. Los frutos de la equidistancia tienen un límite, pero Parisi posee una ventaja: puede aprovechar los errores de sus contrarios y decidir con el tiempo si profundiza el liderazgo hacia la derecha que encarna dentro del PDG o si explora la veta más izquierdista que representa Pamela Jiles, su diputada más visible. Todo puede ocurrir, aunque su éxito mayoritario depende de un factor decisivo: que la izquierda o la derecha se dividan de manera intensa mientras sus propias filas se mantienen cohesionadas.
El electorado de Parisi es indómito y las experiencias pasadas muestran que no se somete a los dictados del PDG, por muy eficientes que sean sus mecanismos de participación popular. La clave del éxito, más que escuchar a Parisi, es interpretar las preocupaciones de los chilenos que vieron en algunas propuestas del PDG —cada vez más sofisticadas, dicho sea de paso: no es lo mismo sugerir un IVA diferenciado que reembolsar el IVA de los medicamentos a las cuentas corrientes— una respuesta concreta a problemas reales. En materia de medicamentos, por ejemplo, es indispensable explorar soluciones de mercado que eliminen las barreras de entrada que encarecen nuestro sistema. Resulta insólito que un fármaco aprobado en Alemania, Corea del Sur o Estados Unidos deba pasar por controles adicionales para obtener un certificado de registro del ISP chileno. Ese proceso favorece a los laboratorios que ya cumplieron con la regulación local, pero no a los consumidores, debemos pensar en el bien de ellos claramente.
Esa misma independencia del electorado de Parisi explica por qué algunos intentos por capturarlo caen en el ridículo. En primera vuelta conocimos a Jeannette Jara como «la mujer de los mil oficios»; ahora, camino a la segunda vuelta, busca presentarse como «la mujer de las mil identidades» para seducir a ese 1/5 indómito de la ciudadanía. Pero ese electorado no sigue disfraces. Y Jara, más allá del personaje que adopte según la ocasión, ha tenido siempre un solo oficio y una sola identidad: la de militante disciplinada del Partido Comunista. Todo lo demás es simple maquillaje electoral.
Kast, por su parte, terminó convertido en el gran triunfador de la primaria de la derecha. Resulta admirable tanto la disposición del sector en su conjunto para apoyarlo como la apertura del propio Kast para recibir a todos quienes se han sumado a su proyecto. Es una señal alentadora de que, en el futuro, podría construirse una coalición capaz de ofrecer gobernabilidad al país desde nuestras buenas ideas. Pero esas reflexiones conviene postergarlas para el 15 de diciembre.
En estos días he visto análisis sobre fusiones de partidos, diseños de coaliciones y hasta listas de futuros ministros. Algunos pronostican treinta días de luna de miel; otros, tres periodos presidenciales para la alianza. Todo eso puede ocurrir, pero no es el momento del fatalismo ni del optimismo. Es el momento de ponerse el overol y asumir que la tarea será titánica. Nos enfrentaremos a la peor oposición de la historia reciente, una oposición que ya muestra su vocación maledicente en figuras como Jeannette Jara y Darío Quiroga. Más que disputar esta segunda vuelta, parecen ensayar el papel que adoptarán cuando sean oposición.
Por eso esta elección es más importante que nunca. No porque el resultado vaya a ser estrecho —tenemos la fortuna de contar con un sano anticomunismo arraigado en la mayoría de los chilenos—, sino porque en este mes se jugará el estado de opinión de los primeros días de gobierno. Frente a las mentiras que se multiplicarán desde la izquierda, deben multiplicarse aún más las buenas ideas y la defensa de la verdad desde nuestro sector. Se dirán las peores cosas de nuestros representantes y este es el momento de quebrar lanzas en su favor, como una carta de confianza que esperamos sea correspondida en el tiempo.
El futuro Gobierno de José Antonio Kast será tan arduo como la emergencia que enfrentará. Tendrá mucho de la «batalla de Meiggs» que ha mostrado, con coraje y paciencia, el alcalde Desbordes: será paso a paso, toldo por toldo, cuadra por cuadra. Habrá desinteligencias y decisiones que muchos no entenderán —como tener que rodear una manzana para llegar a un local—, pero cuando existe un liderazgo capaz de trazar el rumbo con claridad, esas dificultades humanas se vuelven comprensibles. Lo esencial es mantener la dirección y no perder el propósito.
De eso se trata este momento: de entender que Chile está a las puertas de un cambio mayor, no por entusiasmo ni por ansiedad, sino porque existe un liderazgo que convocó a una mayoría cansada de diagnósticos erróneos y burbujas herméticas. Kast llega a esta etapa con un sector unido, con una ciudadanía expectante y con un adversario que ya mostró cómo actuará cuando le toque ser oposición. Lo que viene exigirá carácter, realismo y paciencia, pero también convicción en nuestras ideas. Este mes no solo define una elección: define el clima moral del país que empieza a levantarse.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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