El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en La Segunda, 10.04.2024La llegada de los picaflores en Santiago al final del verano y los primeros fríos del otoño me llevan, irremediablemente, a recordar los encierros pandémicos. Las primeras tardes oscuras me retrotraen a esos días encerrados, de una ciudad apagada, en que la política estaba desenfrenada. Durante esos días, el ahorro de las AFP no era de los chilenos y no existía terrorismo en la Araucanía. Jaime Bassa, «el bello Jaime», como lo bautizó Rafael Gumucio, caminaba por estudios de televisión explicándolo. El silencio de las noches solo lo rompían las motos, antes artefactos casi inexistentes en Chile —Santiago se convertía en Hanoi. Hoy, la política está algo más meditabunda, se envían militares a la Araucanía y todos sinceran lo que sabíamos: los ahorros eran efectivamente de los chilenos. ¿Qué habrá pasado en las mentes de quienes lo negaban? ¿Habrán estado muy aburridos consigo mismos? Les falta reconocer, todavía, que las malas pensiones no son culpa de las AFP, y que la mala salud pública y privada tampoco lo es de las isapres. Todo es perfectible, en todo caso, como decía José Piñera en la famosa entrevista —decía la verdad, aunque les duela—.
«Les falta reconocer, todavía, que las malas pensiones no son culpa de las AFP, y que la mala salud pública y privada tampoco lo es de las isapres. Todo es perfectible, en todo caso, como decía José Piñera en la famosa entrevista».
Quedan apenas unas semanas para que los políticos se pongan de acuerdo en mejorar —aunque sea en migajas— el sistema político. Ya nos salvamos apenas del caos Baradit, Atria, Loncón y Bassa. No hay que olvidar que el director de la Fundación Democracia Viva y actual profesor de la Escuela de Gobierno UC, Juan Pablo Luna, nos decía que lo importante de la Convención no eran sus ideas, sino que los apellidos en ella —hacía caso omiso de los apellidos de sus amigos: Jackson, Winter, Schönhaut, Boric, Vodanovic u Orsini, cualquier cosa menos populares, chilenos o «representativos», en su jerga—. Luna, académico uruguayo, escribe ahora frustrado e impotente para llamarnos la atención por el desastre del Chile de los últimos treinta años, ese que, según él, no ha logrado «articular el espacio político ‘de abajo’». Quizás qué implique eso, pero, en ese tiempo, a Chile solo inmigraron personas, todo lo contrario a Latinoamérica —y Uruguay—, desde donde solo escaparon, tenebrosa selva de Darién algunos mediante.
El domingo publicaron un reportaje de Laguna Negra, la laguna cordillerana con las más grandes truchas de la RM. En mi época de adolescente para llegar allá había que pedirle permiso a EMOS. El reportaje no hablaba de sus legendarias truchas, sino de que la caminata está ahora abierta y que la primera expedición datada, del intendente Francisco Echaurren, era de 1878. Desesperado por la sequía, había ido en busca de agua. Estaba preocupado por los santiaguinos, y eso a pesar de su apellido —qué pensarán de Vicuña Mackenna, su sucesor—. Echaurren casi se ahoga en su piragua improvisada, aunque no sabemos si decía cosas como «no es sequía, es saqueo». Quién sabe.
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no pueden cambiar nada»