La izquierda a camarines
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Publicado en El Líbero, 04.09.2025
Publicado en El Líbero, 04.09.2025 El lunes 1 de septiembre Informe Especial de 24 Horas, reveló que Fundación Integra ya implementa protección antibalas en algunos de sus establecimientos. Que hoy existan salas cunas y jardines infantiles blindados es un síntoma doloroso del país que hemos construido. En total, son 11 recintos —entre ellos en la Región Metropolitana, Alto Hospicio, Iquique, Coquimbo, La Serena y San Fernando— que buscan resguardar a más de mil niños y niñas frente al alza de la violencia armada cercana a espacios educativos. Desde la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji), no entregaron detalles respecto de sus recintos por no contar con un registro oficial.
«Sin seguridad, sin infraestructura adecuada, sin confianza en el sistema, la infancia no está creciendo: está sobreviviendo».
Según datos de Contraloría en 2024, luego de una auditoría a la Junji de la Región Metropolitana, varios establecimientos se encontraban 100% edificados, pero aún no estaban entregados para su funcionamiento. Y según denunció a inicios de 2025 la Asociación de Funcionarios Junji (Ajunji), hay 69 jardines completamente construidos, pero sin entregar, como silenciosa metáfora del abandono institucional hacia la infancia.
El dolor es aún más profundo cuando vemos que Fundación Integra lidera el ranking de instituciones con licencias médicas fraudulentas —2.377 licencias—, seguida por Junji, con 1.820, según este mismo reportaje y antecedentes entregados por Contraloría. Un peso enorme sobre aquellos educadores honestos que hacen un esfuerzo inmenso por cuidar y educar a los niños, pero que deben sobrecargarse con burocracia, vulnerabilidad, miedo y pocas manos.
Para las familias, en especial las mujeres —quienes asumen gran parte del cuidado—, vivir con el miedo latente de que el jardín no sea un lugar seguro, implica una doble carga. Decidir no enviar a los hijos a un establecimiento por temor no solo es una elección desgarradora, sino que muchas veces significa renunciar, parcial o totalmente, al propio trabajo. La conciliación entre trabajo y cuidado desaparece.
Nos enfrentamos a un escenario inaceptable: espacios que deberían ser refugios de confianza y desarrollo para los niños han devenido en fortalezas fragilizadas. Blindar jardines no debería ser una opción realista. No puede ser normal que la infancia necesite protección balística. Urge replantear las prioridades: frenar la delincuencia desatada, invertir en prevención de violencia, concluir obras educativas abandonadas, reparar el sistema de licencias médicas y restaurar la tranquilidad a las madres y padres que solo quieren lo mejor para sus hijos. Sin seguridad, sin infraestructura adecuada, sin confianza en el sistema, la infancia no está creciendo: está sobreviviendo.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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