El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en Emol 06.01.2023La decisión del presidente Boric de indultar a 13 personas es inoportuna, arbitraria y sectaria. Inoportuna, porque estamos en medio de una crisis de seguridad sin precedentes en nuestra historia, donde todas las encuestas indican que el combate eficaz contra el crimen y la delincuencia es la principal prioridad de la ciudadanía. Arbitraria, porque se abusa de una facultad normalmente entregada por razones humanitarias. Sectaria, porque dicho abuso se lleva a la práctica con criterios partidistas.
Pero si los indultos otorgados por el presidente Boric ya son cuestionables por su evidente sesgo político y su falta de pertinencia, resultan incluso más impresentables las razones que él y los suyos han esgrimido con posterioridad a fin de defender esta decisión. Así, por ejemplo, destaca para mal la intervención del diputado Diego Ibáñez, quien no hace otra cosa que demostrar su suprema ignorancia respecto del tema cuando centró su razonamiento en los crímenes cometidos por personas indultadas por el presidente Piñera, lo que lo llevó a preguntarse en el hemiciclo la siguiente burrada: «¿Puedo entonces decir que por estos indultos el presidente Sebastián Piñera fue el presidente del genocidio?».
Yo le contesto, diputado: no, no puede decir semejante disparate, porque la lógica de los indultos no está en los delitos cometidos, sino en las necesidades y penurias del delincuente condenado. No se indulta para avalar o desmerecer las atrocidades perpetradas por el criminal, se hace porque en una sociedad con altos estándares morales al victimario se le trata con justicia a través del debido proceso y con clemencia en casos de extrema miseria a través del indulto. Ahora que el diputado sabe lo básico, debería contestar las siguientes preguntas: ¿tenían enfermedades terminales los delincuentes indultados por Boric? ¿Sabía que todos los indultados —a excepción de Mateluna— tienen menos de 40 años?
Sin embargo, quien contribuyó de forma más generosa con malas razones al interior del oficialismo fue el propio Gabriel Boric, quien no solo demostró estar a la altura de sus compañeros en ignorancia, sino que también evidenció con sus razones un claro sesgo totalitario. Entre otras cosas, dijo que los indultados no eran delincuentes. En una democracia liberal —que tiene el principio de culpabilidad como dogma— lo único que define a una persona como delincuente es una sentencia judicial condenatoria por la realización de un delito, es decir, no existe una cualidad ontológica que le permita al presidente Boric definir quién es y quién no es un delincuente más allá de los hechos delictuales que, en el caso de los indultados, son más que evidentes.
«Sin embargo, quien contribuyó de forma más generosa con malas razones al interior del oficialismo fue el propio Gabriel Boric, quien no solo demostró estar a la altura de sus compañeros en ignorancia, sino que también evidenció con sus razones un claro sesgo totalitario».
El sesgo totalitario también se percibe en su impás con la Corte Suprema, cuyo pleno le tuvo que recordar una norma básica del constitucionalismo clásico: las funciones judiciales pertenecen exclusivamente a los tribunales establecidos por la ley. Por lo tanto, si indultó a Mateluna porque considera que en su largo proceso judicial (que incluyó todas las instancias posibles) no se valoró correctamente la prueba, en los hechos está usando el indulto como una última instancia para hacer justicia, amenazando claramente a la división de poderes.
Séneca decía: «No conviene tener una clemencia sin distinción y generalizada ni tampoco suprimirla: es crueldad tanto el perdonar a todos como el no perdonar a nadie». Los indultos se fundamentan en la clemencia —por eso es inaceptable que se adjudiquen con sectarismo— y su otorgamiento de naturaleza particular se reserva a la primera magistratura del país porque es una herramienta de política criminal demasiado prudencial como para dejarla al alcance de otra autoridad menor.
Aunque muchos han cargado las tintas en contra de esta institución milenaria, los dardos deberían centrarse en quien ha hecho mal uso de esta facultad porque es preciso condenar al imprudente antes que despotricar en contra de los reducidos espacios que el régimen reserva a la prudencia. En definitiva, el mal uso de los indultos evidencia las pocas aptitudes que tiene Gabriel Boric para ser presidente de la República antes que la inconveniencia de que existan los indultos.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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