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Gracias Pelao Vade, gracias Carolina Tohá Publicado en La Segunda, 17.12.2025

Gracias Pelao Vade, gracias Carolina Tohá

Muchas causas nos llevaron a ese callejón sin salida que casi termina por destruir Chile en 2022. Entre ellas, la nula educación cívica que teníamos. La continua despolitización durante los 90 fue intensificada por los dólares que agasajaban a jóvenes y viejos. Así, las élites negociaron sin mucho diálogo con los chilenos, quienes vivían desconectados de lo que era una constitución o un sistema de justicia. En segundo lugar, está la opinión pública, muy sesgada al ser mediada por esas mismas élites, que hacían un eco exacto en la opinión pública. Y al final está el voto, que pasó a ser cada vez más voluntario —y terminó siéndolo oficialmente—, lo que hizo de la política, y del poder completo, una conversación cada vez más elitista, y también más izquierdista —porque quienes más participan en política, y en las juntas de vecinos y en la causa que aparezca, por ridículas que sean, son endógenamente más izquierdistas.

«Las redes sociales permitieron eliminar esa mediación excesiva que hacían las élites de la opinión pública, lo que permitió el surgimiento de otros referentes, como Javier Milei en Argentina».

Estábamos en esa situación, sumada a unos jóvenes pseudoiluminados que fueron apareciendo desde 2011, cuando empezamos a creer —y votar— que en pos de la educación pública, había que destruirla; que en pos de la paz social, había que incentivar las tomas de terrenos y que ese «tren a Valparaíso» de Boric —que no llegaba a Valparaíso— sí llegaba en verdad a Valparaíso. Era el mundo al revés, que nos llevaba directo a esa pluriconstitución que hubiese permitido a los políticos, y a nadie más que los políticos, hacerse del país completo. Pero nos salvamos.

La falta de educación cívica la suplimos con una inoculación forzada de los conceptos de libertad, derechos, límites e igualdad ante la ley: gracias Pelao Vade, gracias Elisa Loncón, gracias Fernando Atria, y gracias a todos los histéricos que los siguieron a ciegas en su jarana. Luego se consolidaron las redes sociales, que permitieron eliminar esa mediación excesiva que hacían las élites de la opinión pública, y permitió el surgimiento de otros referentes, como Milei en Argentina —hablo del país vecino, para no herir susceptibilidades chilenas, tan sensibles estos días—. Y finalmente, el voto obligatorio, que obligó a que todos los chilenos nos pronunciásemos, eliminando el sesgo participativo de los politizados, es decir, de quienes se querían hacer del país completo.

Nos salvamos. Pero ahora, en esta nueva etapa, habrá que profundizar la educación cívica por la libertad, porque todavía el 40 por ciento de los chilenos sigue creyendo que habría sido bueno que nos gobierne alguien que cree que Cuba es una «democracia diferente». No hay que agradecerle al Pelao Vade, sino que a la izquierda completa que lo siguió: su amor al poder —y no a mejorar la vida de los chilenos— los dejó al descubierto. No les importaban los chilenos, sino que esas pegas. Ahora el país queda para todos, y habrá que seguir trabajando para mantenerlo.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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