Bajo un discurso plagado de buenas intenciones se esconde la más profunda contradicción moral del progresismo de izquierda: su animadversión a lo distinto y su clasismo retrógrado y oligarca.
Sin excepción, son un ejemplo de la paradoja donde quienes decían representar los intereses del "pueblo" se hicieron del poder para convertirse en una casta peor a la que derrocaron.
«El progreso no es una bendición ininterrumpida. A menudo viene con sacrificios y luchas»
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