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La eterna adolescencia Publicado en Agricultura, 06.12.2023

La eterna adolescencia

imagen autor Autor: Antonia Russi

La caracterización sobre la nueva clase dirigente como «generación perdida» en el discurso de José De Gregorio frente a estudiantes de la FEN en su ceremonia de graduación, ha repercutido en la opinión pública, y varias voces se han unido al análisis del fracaso de quienes «lo tuvieron todo y lo perdieron todo», refiriéndose a quienes hoy son gobierno.
De Gregorio advierte que su fracaso estuvo dado por «la superioridad intelectual y moral que nos lleva a desconocer las complejidades de la realidad(…) a no reconocer nuestra limitaciones y nuestra ignorancia», agregando que además fue un grupo que actuó falto de reflexión.

Esta dura pero cierta calificación se enmarca en una realidad mucho más compleja que aqueja a Occidente en general, en el avance y prolongación de la adolescencia. Frente a esta creciente infantilización de la población, encontramos en la política y sus relatos, a su mayor cómplice, que han invertido la tradicional admiración del adolescente a la adultez, por lo contrario, convirtiendo a los adultos en imitadores de los adolescentes.

«En un mundo donde los valores de la adolescencia prolongada dominan, desde el postureo presidencial hasta la degradación de las obligaciones, urge un replanteamiento de nuestras prioridades. Es momento de evolucionar hacia un liderazgo maduro y consciente».

La cultura de la adolescencia es trabajada por el antropólogo Marcel Danesi, en su obra Forever Young, en donde describe este síndrome colectivo de extender la adolescencia a edades avanzadas, en sujetos que exigen al mundo cada vez más pero que lo entienden cada vez menos. Es por esto, que es una generación que tarde o temprano termina con una sensación de inutilidad y de total distorsión, donde «quienes toman las decisiones cruciales suelen ser individuos con valores adolescentes».

Esto, lamentablemente, implica la desaparición del pensamiento, la reflexión y el entendimiento, el que se sustituye por la satisfacción instantánea. Sin embargo, uno de los elementos más interesantes trabajados por Danesi es que, para este hombre adolescente, los privilegios se anteponen a los deberes, reconociéndose y priorizando los derechos sobre las obligaciones.

En esta cultura se entra en un relato de degradación de las obligaciones como elementos injustos e impuestos por alguien de manera arbitraria, no como tareas relevantes, que se toman libremente para conseguir un proyecto vital propio.

Si repasamos tanto el comportamiento como el relato del actual presidente, podemos ver que calzan en varias de estas características. Un presidente que se destaca por su postureo, que no se avergüenza de publicar fotos en el cerro en horario laboral, que cree que el relato sentimental del quiebre con su pareja es de interés público, que prefiere parecer gracioso y cool por sobre responsable y capaz de enfrentar los principales problemas de la nación que preside; es alguien que juega con representar esta cultura de la adolescencia.

Junto a ello, es evidente que su relato ataca la idea de las obligaciones, pero que no rechaza, por nada del mundo sus privilegios. Alguien que goza de su ostentación del poder, pero que reacciona con molestia cuando los medios o la oposición le exigen rendir cuentas sobre sus obligaciones. Todo esto se enmarca en el berrinche propio del adolescente que no quiere ser cuestionado, pero que exige una mesada por su tan preciada existencia.

El problema con esta nueva cultura es que el adolescente es incapaz de ver la realidad como un adulto, a quien esta le ha enseñado que la rigurosidad, el trabajo duro, la responsabilidad y la excelencia es lo único que garantiza las ganancias que la narrativa contemporánea ha acuñado como derechos.

En este sentido, en un mundo donde los valores de la adolescencia prolongada dominan, desde el postureo presidencial hasta la degradación de las obligaciones, urge un replanteamiento de nuestras prioridades. Es momento de evolucionar hacia un liderazgo maduro y consciente, que reconozca la responsabilidad no como una carga, sino como el pilar fundamental para construir un futuro próspero. En definitiva, este es un momento crucial para decidir entre seguir atrapados en una juventud perpetua o dar un paso adelante hacia la madurez. Es una decisión que le corresponde tanto al presidente Boric como a todos nosotros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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