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A+ ¡Oh, my God! Publicado en El Mercurio, 22.07.2017

A+ ¡Oh, my God!

La semana pasada me tocó trabajar en Londres. Visité el Temple Court Inn, asociación de abogados ubicada alrededor de la iglesia medieval del "Temple", inmortalizada en la novela "El Código da Vinci".

Viendo el desempeño de los barristers (abogados litigantes), solicitors (abogados comerciales) y jueces, sentí algo de envidia por el nivel de profesionalismo y rigor intelectual con que enfrentan la profesión. Nos hemos acercado, pero todavía nos falta mucho para llegar a ese nivel. Como dijo el ex Primer Ministro laborista Gordon Brown, se necesitan 500 años de práctica para empezar a entender la democracia; lo mismo ocurre con el ejercicio del derecho. Trabajando en Londres y viendo la civilidad con que se comportan sus ciudadanos, me preguntaba de dónde sacamos la idea de que somos los ingleses de Latinoamérica.

Es cierto que tenemos la deformación de manejar por la izquierda y que nuestras barras bravas se asemejan a los extintos hooligans , además algo de espíritu isleño exudamos, pero no mucho más a primera vista.

Sin embargo, me bastó entrar a EMOL y ver la reacción de nuestra prensa y autoridades en relación a la baja en la calificación de riesgo de Chile para entender lo que nos une.

En efecto, me acordé de esa noble inglesa que mientras tomaba el te y leía The Times se entera de que la India se había independizado y el subcontinente dividido en 2 países. Entonces, frente al derrumbe del imperio británico, ella reflexionaba: "what a pity we lost India", que podría traducirse en algo así como "que penita que perdimos India".

Por eso parecemos ingleses. La mezcla de resignación, estoicismo y flema con la que reaccionamos frente a la adversidad nos hace acreedores de esa fama.

Que las agencias internacionales nos suban el riesgo país no es trivial. Si el país es más riesgoso, por definición económica y financiera, todas las personas y empresas que viven ahí también lo son. De hecho, nadie puede tener mejor calificación de riesgo que la república. Eso significa que en lo sucesivo, todos nos endeudaremos más caro, nuestras empresas empeorarán su calificación; ergo, serán menos competitivas y nuestras inversiones más costosas, etc. Por culpa de este gobierno, del "programa" y la irresponsabilidad e ignorancia de la Nueva Mayoría, todos estamos peor que antes. Nos llevó una generación mejorar nuestra calificación de riesgo para perderla ahora por culpa de un verdadero dream team de la ineptitud.

"Si el país es más riesgoso, por definición económica y financiera, todas las personas y empresas que viven ahí también lo son."

Además, tenemos en Chile personeros de gobierno que evocan los personajes de cera del museo londinense de Madame Tussaud. Si no sabe a qué me refiero, acuérdese de la imperturbable cara de Alberto Arenas y Alejandro Micco explicándonos que la reforma tributaria era inocua para el empleo, inversión y crecimiento. O nuestra vocera de gobierno que, impertérrita, cual orquesta del Titanic, enfrenta la adversidad con un garbo envidiable. La vo-cera no se sonroja ni parpadea ni palidece mientras niega la realidad. Con una flema y desenfado muy británicos, culpa al mundo de nuestra economía; niega el terrorismo en La Araucanía; sostiene que la reforma educacional es fantástica, porque una tómbola es mucho más justa, inclusiva y pedagógica que los exámenes, y se desentiende del Sename como si ocurriera en otro país. Y qué decir de nuestro ministro de Interior (sí existe uno, y no es de cera), que realmente solo es superado en su expresividad, exuberancia y capacidad analítica por el príncipe de Edimburgo. Vale la pena destacar también el estoicismo del ministro Valdés, que sacrificó su prestigio profesional "to save the Queen". El epitafio de su gestión será "Sin él pudo ser peor", lo que resulta deprimente para alguien a quien se le exige excelencia. Finalmente, las ideas del líder laborista Jeremy Corbyn tienen su émula en Chile con Lady Beatriz Sánchez, cuyo discurso parece el hijo ilegítimo de Benny Hill con Gladys Marín.

Por eso, si a primera vista pareciera que no tenemos nada en común con los ingleses, tras un par de días empecé a reconciliarme con la idea de que en realidad sí somos los ingleses de Latinoamérica.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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