El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en La Segunda, 28.08.2024La semana pasada se conmemoraron 56 años de la invasión de Checoslovaquia por sus «países aliados», en agosto de 1968. El régimen comunista checo llevaba años perdiendo cada vez más las riendas. Se publicaban libros, se montaban obras de teatro y los bares se llenaban. Había vida. El secretario del Partido Comunista de ese país, Alexander Dubček, impulsó reformas que otorgaban más libertades, pero a sus aliados no les gustó, así que los invadieron. Polonia, Hungría y Bulgaria, liderados por la URSS, irrumpieron con tanques para poner fin a ese periodo de «libertad» y florecimiento que se llamó «Primavera de Praga». Acá en Chile, los comunistas celebraron.
«Creer que la vida depende de uno y de sus cercanos, antes que de otras estructuras sociales, habla de una sociedad sana, en la cual los ciudadanos no esperan todo del Estado o de un sistema. Ese “individualismo” es simplemente sabiduría».
Allá, uno de los líderes creativos y opositores más importantes era Václav Havel, un dramaturgo bohemio cuyas obras eran admiradas por Samuel Beckett, Leonard Berstein y otros artistas e intelectuales. Desde ese 1968, la represión en ese país no hizo sin empeorar, por lo que las temáticas de Havel —el absurdo y el conformismo social— no hicieron sino que intensificarse. Para Havel, la vida no era, pero se podía volver, absurda, y por eso ha sido catalogado de existencialista. Y de eso trataron muchas de sus obras: de cómo la sociedad y sus estructuras podían sofocar al individuo hasta hacerlo una mera parte de un todo, de una comunidad superior; una que, ordenada mediante ideas, símbolos y jerarquías, puede ofrecerle a las personas grandes respuestas a cualquier pregunta existencial; una que les entregaría así sentido de pertenencia y vida a los ciudadano; una comunidad que, en su peor versión, la ideológica y burocrática, pasaría a ser una especie de hogar que niega el cuestionamiento, la individualidad y, al final, la verdad, porque les entrega a las personas un sentido de vida conformista, donde en «su horizonte desaparece el misterio, las interrogantes, la inquietud y la soledad». Para Havel eso era el fin, y luchó toda su vida contra ello. De ahí sacó su última y más profunda arma de rebelión: expresar siempre su individualidad para sobreponerse a las imposiciones de la sociedad.
Parece difícil, por lo tanto, que Havel estuviese de acuerdo con las ideas que expresan las élites en el recién publicado informe del PNUD, donde se manifiestan molestas con los chilenos porque serían «demasiado individualistas». Eso sería un paternalismo insoportable para Havel, para quien ese «individualismo», el creer que la vida depende de uno y de sus cercanos antes que de otras estructuras sociales, hablaba de personas sabias y de una sociedad sana, en la cual los ciudadanos no esperan todo del Estado o de un sistema. Ese individualismo es simplemente sabiduría; lo contrario de lo que se ha vivido, por ejemplo, en la vecina Argentina. Havel, que más tarde fue presidente, habría celebrado esa chilena energía.
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