El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Pinguino, 07.09.2020Probablemente muchos presumen o idealizan el proceso constituyente como una gran reunión donde las personas se reunirán y discutirán de forma elevada, sin mediar intereses sino altos fines, los elementos que conformarán una eventual nueva constitución. Sería genial que un proceso de tal importancia, como el redactar la norma fundamental, se produjera en un ambiente de razonabilidad, tolerancia, paz y respeto, donde los criterios de lo justo se discuten de forma excelsa. Sin embargo, lo que vemos, adportas del plebiscito de octubre, es más bien todo lo contrario, proliferan apelaciones muy básicas. Las redes sociales, donde las campañas por el Apruebo o el Rechazo ya comenzaron, muestran que en torno al plebiscito no proliferan argumentos, sino más bien eslóganes muy básicos en relación con deseos o temores. La campaña del Partido Radical, quizás una de las más comentadas hasta ahora, denota un reduccionismo brutal de lo que podría implicar el proceso constituyente. Algo muy alejado de la pedagogía ciudadana que supuestamente debía cumplir la política, según lo planteaba Pedro Aguirre Cerda. Los mensajes desde el Rechazo no se quedan atrás en el reduccionismo. Mientras por un lado se promete que cambiando la constitución todo mejorará, por otro se promete que reformando, tal objetivo se cumplirá en menos de dos años. En ambos casos, se apela a la legislación como una especie de varita mágica que por simple voluntad de quienes la crean, alterarán todo orden de cosas, haciendo de Chile un país escandinavo. Ninguna campaña explica qué se discute al momento de conformar una constitución o cuáles son los elementos fundamentales que deben estar presentes en una carta fundamental. Así, mientras el proceso constituyente se promueve como la posibilidad de un debate elevado e informado entre los ciudadanos, la realidad reflejada en las campañas más bien muestra que estamos, lamentablemente, ante la lógica de las barras bravas, que buscan definir posiciones en función de bajas pasiones como el odio o el miedo. Lo que muestran las campañas es que se tiende a moralizar el plebiscito y el eventual proceso constitucional como si fuera una pugna entre el bien y el mal. Poco se promueven las reglas del juego democrático, el debate informado o principios esenciales para la discusión pública como el respeto y la tolerancia. El riesgo de hacer del plebiscito una especie de End Game donde unos se presumen los justicieros contra el mal radical es que, bajo esa perspectiva, cualquier sistema de reglas democrático puede terminar pisoteado bajo vindicaciones morales irracionales. Así, la democracia y el debate constitucional podría terminar bajo cánticos más propios de feligresías fanáticas que presumen ser poseedoras del bien radical. No sería muy democrático ni constitucional que ese tribalismo político se instale e invada la esfera pública y que termine permeando otras dimensiones de nuestra vida social como las relaciones amorosas, laborales, vecinales o deportivas. Si hay algo que debe estar presente ante una eventual discusión constitucional es que los ciudadanos tenemos, a lo menos, el derecho a no estar sometidos a los efectos de decisiones cortoplacistas producto de la acción de votantes y políticos ignorantes, fanáticos, ineptos e irresponsables. En ese sentido, las campañas en torno al Apruebo y el Rechazo deberían estar centradas más en informar de la mejor forma posible a los ciudadanos respecto a qué implica el debate constitucional y no en promover posturas sesgadas para convertirlos en hooligans de una opción u otra. De lo contrario, la promesa de un debate constitucional abierto, razonable y respetuoso es solo una quimera engañosa, donde el único velo de ignorancia que imperará no será aquel que planteaba John Rawls, sino el de las barras bravas.
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