El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Dínamo, 08.06.2020El 4 de junio se conmemoró otro aniversario de la masacre de la plaza de Tiananmén, funesto holocausto que terminó con la vida de miles de jóvenes chinos que reclamaron mayores espacios de libertad y que a cambio solo recibieron plomo y exilio por parte de la cúpula de Deng Xiaoping. Para muchos especialistas, este luctuoso evento supone el inicio de la nueva era del comunismo chino que hoy padecemos más que nunca: con más dinero que antes, pero con la misma tiranía incapaz de admitir sus crímenes y enfrentar sus culpas con rigor histórico. Uno de sus sobrevivientes, Fengsuo Zhou, en una entrevista al portal Disidentes señaló que dicha fecha sigue siendo clave, en cuanto «le demuestra al mundo que los chinos sí queremos libertad y democracia, que queremos expresarnos y que tenemos aspiraciones personales. Este modelo embrutece a la gente, controla todo y restringe la libertad, dejando fuera cualquier espacio para la disidencia».
Tras leer dicha entrevista me acordé de un profesor muy querido que en una clase citó de memoria un poema de Roger Frost que termina así: «Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo/ Yo tomé el menos transitado,/ Y eso hizo toda la diferencia». Grandes hombres han tomado el camino menos transitado y otros, todavía más grandes, lo han hecho en nombre de la justicia; enfrentando duros obstáculos quizás sin llegar a ver los frutos de tanto empeño y sacrificio.
Si hablamos del valor de los disidentes tendremos que hacerlo obligadamente de dos formas, no solo porque así lo exige la polisemia de la palabra “valor”, sino también porque ambos significados permiten observar con justicia los méritos de la legítima disidencia.
Por una parte, cabe reconocer la valentía de aquellos que se levantan en contra de las injusticias que los oprimen. Obviamente, la fortaleza supone vulnerabilidad, porque no han sido superhéroes los que han conseguido sendas victorias morales en el pasado; siempre se ha tratado de personas de carne y hueso —como usted y como yo— que han resistido todo tipo de amenazas y atentados por parte de sus opresores, y también de incomprensión por parte de sus seres queridos. Sirva el ejemplo de tantos —como Vaclav Havel, Oswaldo Payá o Gandhi— para afrontar la vida con un poco más de valentía.
A su vez, es preciso reconocer la valía de la legítima disidencia para el bien común, sobre todo de aquella que denuncia la injusticia de una disposición sin negar la aceptación general del sistema. En tiempos donde es casi imposible defender la paz mientras se exige justicia, hoy más que nunca deben interpelarnos las palabras de Martin Luther King, cuando, desde la cárcel de Birmingham, nos decía que los medios debían ser tan puros como los fines perseguidos.
En definitiva, que nunca se apague el anhelo de libertad y democracia que hace 31 años con brazo de hierro se quiso aniquilar. Para esto, los disidentes son fundamentales para reivindicar la justicia, aunque eso suponga elegir «el camino menos transitado».
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