El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en Discourse Magazine, 21.11.2023Conocí a Javier Milei en Buenos Aires en 2016 a través de un amigo común que, como nosotros, formaba parte del movimiento de libre mercado de América Latina. Cuando nos encontramos un día para tomar un café, Milei me pidió que le firmara mi libro de 2009 «La fatal ignorancia», que analizaba cómo las ideologías colectivistas en mi país, Chile, se estaban apoderando de las instituciones gubernamentales y predecía que esto eventualmente llevaría a la destrucción del sistema de libre mercado allí. Desgraciadamente, pocos años después, esa sombría predicción se hizo realidad.
El auge del colectivismo en América Latina fue sin duda una preocupación que cautivó a Milei entonces, y esa preocupación ha adquirido un nuevo significado ahora que Milei ha sido elegido presidente de la vecina Argentina. Milei se ha convertido en uno de los defensores más acérrimos del libre mercado en la región y, cuando asuma el cargo, hay que esperar que actúe con rapidez para garantizar que la economía argentina no acabe como la chilena.
Cabeza de una revolución libertaria
La caída del libre mercado chileno impactó profundamente a Milei. Durante la reciente campaña presidencial, a menudo defendió que la única forma de dar la vuelta a Argentina era crear una nueva hegemonía cultural capaz de sustituir al socialismo, al keynesianismo y al peronismo. Así, a diferencia del ex presidente Mauricio Macri y de la mayoría de los tecnócratas argentinos, Milei llegó a creer que lo crucial era ganar la batalla de las ideas en todos los niveles posibles, y por eso dejó el sector privado para convertirse en un intelectual público con el objetivo de cambiar la narrativa colectivista imperante en Argentina.
El celo apostólico con el que Milei defendió la libertad frente a la casta de «parásitos» que han hundido Argentina, unido a su estilo agresivo e intransigente, transformaron a este futbolista y economista de segunda fila, hasta entonces desconocido, en el líder de la revolución popular más transformadora de la historia moderna de América Latina. Tras entrar en la esfera pública hace seis años y en la política mucho más recientemente, ha cambiado por completo los términos del debate político en Argentina, aprovechando la ira de los votantes por la inflación de tres dígitos y el aumento de la pobreza y poniendo en marcha una verdadera revolución libertaria.
El magnetismo de la prédica de Milei sólo puede compararse al del caudillo estatista Juan Domingo Perón. Perón surfeó una ola colectivista que se había despertado décadas antes de que él llegara al poder en 1946. Milei, en cambio, creó un movimiento libertario casi de la nada en un país colectivista hasta la médula. Esto le convierte en un fenómeno político aún más improbable que Perón y en un caso de estudio para todo el mundo occidental. No es el caso, como muchos han argumentado, de que la gente que le apoya lo haga principalmente porque rechaza el establishment actual y quiere que alguien radical lo castigue. Más bien, Milei ha logrado realmente un cambio estructural en la mentalidad de millones de personas, especialmente de los jóvenes, acercándolos a los ideales libertarios.
¿El Messi de la política argentina?
Aunque Milei había sido descartado por casi todos los analistas políticos de la región, siempre creí que podría convertirse en el próximo presidente de Argentina. Después de ese primer café que disfrutamos allá por 2016, él y yo dimos una serie de conferencias por todo el país. Desde el primer momento en que subimos al escenario para hablar frente a un millar de estudiantes universitarios, me di cuenta de que este excéntrico personaje poseía lo que el sociólogo alemán Max Weber llamó "liderazgo carismático." El liderazgo carismático, explicaba Weber, requiere una capacidad extraordinaria para inspirar a los demás con la visión y la misión de uno, y es algo que Milei posee a raudales.
En cierto modo, la misión de Milei en la política argentina se parece mucho a la misión de otro hijo de Argentina. El año pasado, Lionel Messi llevó a Argentina a la victoria en la Copa del Mundo, restaurando el estatus de Argentina como la mejor nación futbolística del mundo tras décadas de frustración. Puede que la política sea un negocio mucho más turbio que el fútbol, pero al igual que Messi dio esperanzas a los desesperados aficionados argentinos, Milei también ha dado esperanzas a millones de sus conciudadanos de que se puede recuperar la antigua gloria económica del país.
La vuelta a la edad de oro económica
A diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos, Argentina tiene una edad de oro económica a la que echar la vista atrás. A finales del siglo XIX y principios del XX, Argentina tenía una renta per cápita superior a la de Italia, Japón y Francia. En 1895, incluso alcanzó la renta per cápita más alta del mundo, según algunas estimaciones. Además, el crecimiento anual del PIB argentino del 6% durante los 43 años anteriores a la Primera Guerra Mundial es el mayor registrado en la historia. Los impresionantes resultados económicos de Argentina no se basaron únicamente en la exportación de materias primas: Entre 1900 y 1914, la producción industrial del país se triplicó, alcanzando un nivel de crecimiento industrial similar al de Alemania y Japón. Todo ello fue acompañado de un progreso social sin precedentes. En 1869, entre el 12 y el 15% de la población económicamente activa de Argentina pertenecía a la clase media; en 1914, esta cifra había alcanzado el 40%. Al mismo tiempo, el analfabetismo se redujo a menos de la mitad de la población.
«Puede que la política sea un negocio mucho más turbio que el fútbol, pero al igual que Messi dio esperanzas a los desesperados aficionados argentinos, Milei también ha dado esperanzas a millones de sus conciudadanos de que se puede recuperar la antigua gloria económica del país».
Juan Bautista Alberdi, padre intelectual de la Constitución de 1853, sentó las bases de la prosperidad argentina. Admirador de los padres fundadores estadounidenses, Alberdi concibió la constitución argentina para restringir la capacidad del gobierno de interferir en la libertad económica y las libertades individuales. La Constitución Federal argentina contiene «un sistema completo de política económica, en cuanto garantiza, por disposiciones estrictas, la libre acción del trabajo, del capital y de la tierra, como agentes principales de la producción», explicó Alberdi. Pero con la elección de Perón, el peronismo pasó a dominar la vida económica y social. Bajo su mandato se introdujeron por primera vez controles de precios y se nacionalizaron decenas de empresas. Se reformó la Constitución, se restringió el libre comercio y se incrementó el gasto público, lo que provocó un aumento explosivo de la inflación.
Mientras que otros países abandonaron más tarde las políticas antimercado que habían adoptado durante la década de 1930, el peronismo quedó tan arraigado en las instituciones y la cultura política de Argentina que el país nunca consiguió restablecer la libertad económica. En 1975, en torno a la muerte de Perón durante su tercer mandato como presidente, Argentina ocupaba el puesto 10 entre 106 países en el Índice de Libertad Económica publicado por el Instituto Fraser de Canadá. En 2020, ocupaba el puesto 161 entre 165 países. En pocas palabras, Argentina –que fue uno de los países más ricos del mundo– se ha convertido en una sociedad corrupta, empobrecida y rentista, con una inflación anual del 150%, una tasa de pobreza de casi el 50% y un éxodo masivo de jóvenes profesionales en busca de mejores oportunidades en otros lugares.
Por eso Milei cita a menudo a Alberdi y no pierde ocasión de recordar a los argentinos el glorioso pasado que hicieron posible las instituciones del libre mercado. Alberdi dijo una vez que la raíz de la mayoría de los problemas era la dependencia de los individuos de la ayuda gubernamental, y ahora Milei sostiene que lo único que necesitan los argentinos es tener fe en sí mismos y estar dispuestos a correr el riesgo de abrazar la libertad. «No he venido aquí a pastorear ovejas, sino a despertar leones», declaraba casi cada vez que hablaba ante multitudes durante la campaña presidencial. No es de extrañar, pues, que el símbolo de la campaña de Milei fuera un león rugiente, con una voluminosa melena y los dientes al descubierto. Su mensaje era claro: Milei llegó rugiendo a la escena política, y la oligarquía le teme porque sabe que va en serio.
No cabe duda de que Milei se enfrenta a desafíos al asumir el cargo más alto de la nación. Desde el primer día, tendrá que tomar medidas inmediatas para arreglar la economía; de lo contrario, perderá su capital político de la noche a la mañana. Sin embargo, sus posibilidades de éxito pueden ser mayores de lo que se piensa: Su sólida victoria de dos dígitos sobre el candidato peronista Sergio Massa le otorga un claro mandato para aplicar cambios drásticos. Además, Milei consiguió ganar en todas las provincias del país, excepto en tres, y obtener el apoyo de distintos grupos sociales, económicos y de edad. Los argentinos han demostrado que prefieren emprender el duro camino cuesta arriba de las reformas estructurales antes que la consabida cuesta abajo del declive económico. Ahora le tocará a Milei domar la economía argentina y asegurarse de que su rugido se ve respaldado por medidas reales.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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