Un debate espinudo
El problema de las pensiones es uno de los que Jonathan Haidt calificaría de espinudo: difícil de formular, con información […]
La reciente visita del destacado parlamentario británico Jesse Norman así como la publicación de su libro La gran sociedad (IES-Ciento Ochenta) han hecho presente en Chile una mirada distinta sobre las relaciones entre estado, mercado y sociedad civil que puede ser de gran ayuda para vitalizar y renovar un debate nacional cada vez más repetitivo y estéril.
Las ideas de Norman forman parte de una importante reorientación ideológica del Partido Conservador bajo el liderato de David Cameron que enfatiza el papel clave de la sociedad civil y el sentido de comunidad en la vida social. Como tal, se opone a lo que Norman define como los dos grandes fundamentalismos que han dominado la escena política contemporánea: el estatista y el de mercado. El primero trata de expandir constantemente la presencia del estado en la vida social, mientras que el segundo pone las relaciones comerciales en su centro. Con ello, lo que debieran ser herramientas al servicio de una sociedad civil fuerte y floreciente se transforman en principios cada vez más excluyentes de organización social, empobreciendo las relaciones humanas y el sentido mismo de la vida en sociedad.
Este enfoque entronca con una serie de reflexiones clásicas dentro del pensamiento liberal-conservador que quisiera recordar antes de volver sobre la idea de la Gran Sociedad tal como la han esbozado Cameron y otros pensadores británicos.
Los dos individualismos
Quisiera iniciar estas reflexiones aludiendo a un texto de Friedrich Hayek. Se trata de un ensayo publicado en 1946 que recoge una conferencia dictada a fines de 1945 en el University College de Dublín bajo el título de Individualismo: el verdadero y el falso (http://www.cepchile.cl/dms/archivo_947_64/rev22_hayek.pdf). Hayek hace allí una distinción muy importante entre dos formas de ver y plantearse el individualismo. Por una parte, está el individualismo verdadero –yo diría, liberal–, que debe afirmar y defender la sociedad civil ya que ésta es, según Hayek, la expresión necesaria de la libertad individual. Nuestra libertad se realiza en la constitución de la familia y de una red de relaciones cercanas de cooperación, asociación y solidaridad, en todas esas “formaciones espontáneas” que, en palabras de Hayek, son las “bases indispensables de una civilización libre”.
El pensador británico Edmund Burke, en sus famosas Reflexiones sobre la Revolución en Francia de 1790, habló de esas formas básicas de asociación como el “pequeño pelotón” (little platoon) al que pertenecemos y que forma la base de nuestros afectos e identidades así como de nuestra vida y solidaridad sociales. Esta alusión la hizo Burke en el contexto de su crítica al impulso revolucionario que por entonces conmovía a Francia y que quería arrasarlo todo, disolver todos los órdenes y afectos, borrar la herencia del pasado y quebrar nuestras solidaridades básicas, para que de esta manera se pudiese imponer un orden nuevo, surgido del designio revolucionario y plasmado en un estado que se arrogaba la tarea de rehacer totalmente la sociedad. Para ello, el estado revolucionario precisaba de individuos libres de todo vínculo, de toda fe, de toda lealtad, para poder hacerlos dependientes de un solo vínculo, de una sola fe y de una lealtad única: aquella con el estado revolucionario.
Esta es una observación fundamental ya que la destrucción de la sociedad civil y la atomización del individuo son, sin duda, las bases del estado fuerte. El debilitamiento o destrucción de todas esas “estructuras intermedias” donde el individuo plasma sus relaciones sociales lo deja, para resolver sus necesidades vitales, absolutamente dependiente del estado. En suma, mientras más débil es la sociedad civil, más fuerte es el estado.
Esta reflexión es central para Hayek y él la conecta con las ideas de otro pensador clásico: Alexis de Tocqueville. Es en su famoso libro Sobre la Democracia en América, donde Tocqueville, visitando los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XIX, hace un descubrimiento esencial: que la verdadera fuente de la libertad, la democracia y la prosperidad de los americanos era una fuerte sociedad civil, que fluía de la verdadera pasión de los americanos por asociarse, es decir, por resolver sus problemas por sí mismos, sin recurrir a otros o al estado, sino formando directamente una respuesta asociativa a los problemas que les presentaba la vida.
Con asombro, Tocqueville nos dice: “Los norteamericanos de todas las edades, de todas las condiciones y del más variado ingenio, se unen constantemente y no solo tienen asociaciones comerciales e industriales en que todos toman parte, sino otras mil diferentes: religiosas, morales, graves, fútiles, muy generales y muy particulares […] Así, el país más democrático de la Tierra, es aquel en que los hombres han perfeccionado más el arte de perseguir en común el objeto de sus deseos, y han aplicado al mayor número de objetos esta nueva ciencia.” Y la verdad es que ninguna sociedad ha estado tan cerca del autogobierno como la sociedad estadounidense clásica y esa fuerza de la sociedad civil es aún hoy un rasgo distintivo de los Estados Unidos.
Frente a este individualismo asociativo, que para Hayek es el verdadero individualismo liberal, existe otro individualismo, que él llama “falso individualismo” y que yo llamaría individualismo socialista o, incluso, totalitario. Puede parecer contradictorio hablar de individualismo socialista o totalitario, pero no lo es. Se trata de aquel individualismo que invita al individuo a romper todo lazo importante con su entorno humano, a “liberarse” de toda obligación y de toda dependencia de sus seres más cercanos y, en vez de ello, ofrece una gran solución para nuestras necesidades vitales que no es otra que la del Gran Estado.
Esta reflexión es muy parecida a la que hizo Hanna Arendt al estudiar las raíces del totalitarismo moderno. En su célebre obra de 1951 Los orígenes del totalitarismo Arendt señaló una fuente fundamental de ese siniestro fenómeno: la soledad de la moderna sociedad de masas, aquella donde surge el “hombre-masa” (mass man), ese átomo aislado, indistinguible de miles de otros átomos que finalmente encuentran un sentido de pertenencia y comunidad abandonándose a otros, a un movimiento de masas, un estado o un Führer, que los rescate de su soledad.
Como bien dice Arendt: “Los movimiento totalitarios son organizaciones de masas de individuos aislados. Comparados con todo otro partido o movimiento, su característica más conspicua es su exigencia de una lealtad total […] (que) solo puede esperarse de seres humanos completamente aislados que, carentes de todo otro vínculo social, […] derivan su sentimiento de tener un lugar en el mundo exclusivamente de su pertenencia al movimiento o al partido.”
Es esa alienación de vivir con extraños, de vivir en sociedades vacías de comunidad, de no tener lazos fuertes con los seres humanos más cercanos ni pertenecer a un entramado asociativo autónomo, de no formar nada que tenga solidez y permanencia en torno a la vida cotidiana, la que, según Arendt, lleva a la búsqueda de aquella comunidad militante y total que ofrecen movimientos políticos como el nazismo o el comunismo. Ahora bien, de esa misma fuente beben también los grandes estados benefactores socialdemócratas, que con sus aparatos asistenciales, sus planificadores y expertos, ofrecen resolver desde arriba, desde el aparato del estado, aquello que la sociedad civil tradicionalmente había resuelto desde abajo, mediante la autoorganización civil y gremial.
Esta dialéctica que lleva de la debilidad de la sociedad civil a la soledad y de la soledad a la dependencia del estado ha sido perfectamente comprendida por el socialismo y las otras ideologías colectivistas. Por ello su propensión a promover la disolución de los lazos cercanos fuertes, como aquellos representados por la familia. El individuo sin familia o con vínculos familiares débiles y superficiales, es un individuo que necesariamente va a tener que recurrir al Estado. Esto es algo patente en los regímenes comunistas, pero lo mismo se puede decir al estudiar a aquellos países, como los nórdicos, que llevaron el proyecto del estado benefactor a sus límites más extremos.
Cameron y el relanzamiento de la sociedad civil
Esas reflexiones nos dan un contexto de ideas que nos permite volver a una de las figuras políticas más interesantes de la Europa actual: David Cameron, Primer Ministro del Reino Unido desde el 11 de mayo de 2010.
El 19 de julio de ese mismo año Cameron pronunció en Liverpool un discurso de alto interés ideológico y programático que se conoce como Big Society Speech. En él, Cameron relanzó, ahora como Primer Ministro, lo que había sido la idea central en su carrera política: que la gran misión de su partido no es otra que la de cambiar radicalmente la relación entre estado y sociedad civil en el Reino Unido. En ese discurso, Camerón dijo que “hay cosas que se hacen porque son un deber”, como terminar con un déficit fiscal insostenible, pero hay otras cosas que se hacen porque “son nuestra pasión” y, agrega, “mi gran pasión es construir una Gran Sociedad”.
La Gran Sociedad es la respuesta a los dos ejes tradicionales del poder y del debate político: el “Gran Gobierno” (Big Government) y los “Grandes Negocios” (Big Businesses). En su discurso, Cameron definió la Gran Sociedad de la siguiente manera: “Podéis llamarla liberalismo. Podéis llamarla empoderamiento (empowerment). Podéis llamarla libertad. Podéis llamarla responsabilidad. Yo la llamo Gran Sociedad. La Gran Sociedad es un enorme cambio cultural […] donde la gente, en sus vidas cotidianas, en sus hogares, en sus barrios, en sus lugares de trabajo […] no siempre se dirige a los funcionarios, a las autoridades locales o al gobierno central buscando respuestas a sus problemas […] sino que, en vez de ello, se sienten libres y con el poder necesario para ayudarse a sí mismos y a sus propias comunidades […] Se trata de una liberación: la más grande y la más dramática redistribución del poder desde las élites en Whitehall (símbolo del poder político y administrativo central) al hombre y la mujer corrientes.”
Esto implica, según Cameron, “una perspectiva completamente nueva sobre el gobierno”, que lo “pone completamente de cabeza”. En consecuencia, el norte que orientaría su gobierno sería hacer todo aquello que “ayuda a potenciar el impulso comunitario” y “no hacer nada que lo aplaste”. Para llevar adelante este programa de devolución de funciones del estado a la sociedad civil Cameron mencionó tres instrumentos: políticas públicas para fomentar la acción social, reforma de los servicios públicos, abriéndolos a una pluralidad de proveedores, y empoderamiento comunitario. Ello debe ser promovido a través de la descentralización del poder político, la transparencia del accionar público y la creación de fuentes de financiación que apoyen el impulso comunitario.
Lo que Cameron planteó fue, en suma, un proyecto de largo alcance y gran calado, que implica que las comunidades vayan, desde abajo, transformando a un estado que se hace parte de su propia transformación mediante políticas públicas que promuevan y faciliten la reconquista paulatina del poder real por parte de la sociedad civil, paso a paso, función a función, guardería a guardería, escuela a escuela, centro de salud a centro de salud.
Los conservadores rojos
Estas ideas no son únicas de Cameron, sino que se enmarcan dentro de lo que es una gran reflexión ideológica del Partido Conservador británico. Jesse Norman es un representante destacado de esta corriente, pero la expresión tal vez más radical de la misma es el influyente think tank conservador londinense ResPublica, liderado por Phillip Blond.
La postura ideológica de Blond constituye un desconcertante desafío a mucho de lo que durante décadas ha sido una parte constitutiva del mapa político británico. El título de su libro de 2010, Red Tory (“Conservador Rojo”), es una buena síntesis de las innovaciones desestabilizadoras de Blond, que no duda en lanzarse a la conquista de un sentimiento de solidaridad social y activismo de base que la izquierda tradicionalmente había definido como suyo. Su ofensiva, en nombre de una verdadera solidaridad social y de la recreación y empoderamiento de la sociedad civil, pone al laborismo socialdemócrata como los verdaderos “azules”, en el sentido de fríos, lejanos y ajenos al sentir popular.
Los planteamientos de Blond son muy amplios y parten de lo que en su libro define como un colapso cultural y moral producto “de la desaparición de la sociedad civil británica”, cuyos espacios de poder cívicos han sido copados por “el estado centralizado o por el mercado monopolizado”. Se ha creado así una “sociedad plana”, vacía de comunidad y, por ello, de civilidad y moralidad, reducida a las opciones del estado y el mercado: “El estado y el mercado han avanzado desde la izquierda y la derecha, copando prácticamente todos aquellos espacios de autonomía y autogobierno que antes conformaban la sociedad civil en Gran Bretaña.”
En un discurso de noviembre de 2009 titulado El futuro del pensamiento conservador , Blond resumió en tres puntos las bases de lo que llamó“un nuevo pacto y un nuevo fundamento” (a new deal and a new settlement) deuna sociedad “con un futuro mejor y más estable”: estado civil (“civil state”),mercado moralizado (“moralised market”) y sociedad asociativa (“associative society”). El estado civil es, para Blond, el nuevo estado de bienestar que debereemplazar al actual: un estado anclado en la sociedad civil, que promueve elpoder del asociacionismo y permite a los ciudadanos tomar el comando sobresus estructuras y funciones. Pero la ofensiva de Blond no solo se dirige contra elestado “antisocial”, sino también contra la panacea del mercado propia de lo que él llama el“modelo neoliberal”. Esa panacea es la que, a su juicio, está destruyendo,mediante el accionar amoral de los grandes oligopolios y conglomerados, alverdadero mercado libre. Blond, que se declara “un pensador radicalmente promercado”, aboga por ello por lo que llama “mercado moralizado”, es decir,regulado por fuertes restricciones de carácter ético que harían innecesariasmuchas de las intervenciones del gran estado regulador. Finalmente, está lasociedad asociativa, los “pequeños pelotones” de que hablaba Burke y a los que explícitamentealude Blond. Esa debe ser la base de todo el nuevo entramado social propuesto,y al servicio de ella deben ponerse tanto el estado como el mercado.
Una alternativa liberal asociativa
Es dentro de esta corriente de pensamiento que se inscriben las ideas que Jesse Norman ha propugnado tanto en su libro como durante su visita a Chile. Él lo hace desde una perspectiva que se autodefine como “compassionate conservatism” (“conservadurismo empático” es la traducción de Pablo Ortúzar de este término) y que trata de recuperar, más allá del estado y del mercado, el verdadero sentido y núcleo de la vida social: nuestra vida en común, en sociedad civil, a partir de nuestra autonomía y encuadrada por fuertes valores morales de libertad, responsabilidad, honestidad y solidaridad.
Esta perspectiva confluye ampliamente con la vertiente liberal asociativa presente en el texto ya comentado de Hayek, pero recoge también parte del espíritu de aquella corriente libertaria de izquierda, tan antagónica al socialismo estatizante, que llevó al célebre mutualista francés Pierre-Joseph Proudhon a decir: “Multiplicad vuestras asociaciones y seréis libres”.
En todo caso, y más allá de su raigambre y del título que le pongamos, se trata de un conjunto de ideas extremadamente importantes para vitalizar un debate político hoy empobrecido por el maniqueísmo estado-mercado y la reducción del ser humano a facetas de su actividad –la económica o la política– que en sí no deben ser fines sino medios para fortalecer nuestra autonomía y enriquecer nuestra existencia.
Desde este punto de vista, la gran tarea de renovación política no es otra que unir la inquebrantable defensa de la libertad individual con una defensa igualmente inquebrantable de las formas de asociación civil en que se expresa esa libertad. El ser humano se mueve propulsado por dos fuerzas que parecen repelerse la una a la otra: la necesidad de ser libres y la necesidad de pertenecer a una comunidad. La búsqueda de la libertad ha sido siempre el lado fuerte de las ideas liberales, pero a menudo se ha quedado en el tintero la respuesta a la búsqueda de la comunidad. Con ello se le ha hecho un flaco favor a las ideas de la libertad y se le ha dejado el terreno abonado a los socialistas de todo pelaje para que hagan su oferta de seguridad, pertenencia y comunidad al precio de una subordinación creciente al estado y sus designios. Pero eso no tiene por qué ser así. Si sabemos hermanar libertad y pertenencia, autonomía individual y comunidad, podemos crear una propuesta de sociedad que nos convoque a realizar ese esfuerzo común que Chile necesita para seguir avanzando por el camino de la libertad y para resistir la tentación del estatismo socialista hoy en el poder.
En esta perspectiva no cabe sino felicitar a La Otra Mirada, a la Fundación Ciento Ochenta y al Instituto de Estudios de la Sociedad por habernos dado la oportunidad de conocer de primera mano una corriente de pensamiento que, sin duda, puede enriquecer decisivamente nuestro debate sobre el futuro de Chile.
Fuente: El Libero
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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