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El gran legado Publicado en El Mercurio, 28.08.2016

El gran legado

Le doy vueltas y vueltas al Gobierno con el ánimo de ser ecuánime en su evaluación global, pero el ejercicio termina siendo infructuoso, una búsqueda en la que a menudo fracasan hasta los integrantes de la Nueva Mayoría, y que tiene sumidos en la frustración a millones de chilenos. Muchos nos preguntamos: ¿cómo es posible que naufrague una administración que arrancó con una popularidad envidiable y una mayoría parlamentaria que le permitía hacer cuanto se propusiera? ¿Cómo puede ella estar flotando ahora con un salvavidas de apenas 15 por ciento de aprobación?
 
Salvando las distancias, esta situación me hace pensar en una conocida imagen, relacionada con la etapa más álgida del gobierno de Salvador Allende: un obrero que, en una marcha de la Unidad Popular, alzó un letrero de cartón que decía: "Este gobierno puede ser una m..., pero es el mío". Palpitaban en ese letrero la honestidad individual y también una convicción que toda la izquierda compartía: para hacer tortillas y llegar al socialismo hay que quebrar muchos huevos, y valía la pena hacerlo porque la recompensa social era supuestamente elevada. Hoy lo traumático para el país es que se han quebrado demasiados huevos, pero nadie sabe bien para qué. Y si algunos lo saben, la deficiente gestión gubernamental ha terminado por desdibujar sus metas. Sabemos qué de-construye la Nueva Mayoría, mas no qué desea construir. Dejará una obra gruesa a medias, sin afinado ni terminaciones, inhabitable. En lugar de obreros con letreros como el mencionado, hoy aparece gente premunida de remos, pronta a desembarcarse. Supongo que por eso, a los 30 meses de gobierno, Allende debe haber gozado de mayor aprobación que Bachelet en la actualidad.
 
Para que nadie me acuse de sedicioso ni me atribuya intenciones desestabilizadoras (que no abrigo) contra la República, quiero manifestar que, pese a todos sus bemoles, creo que esta administración también deja un legado positivo en la educación política ciudadana. Los chilenos no gozamos de buena memoria y aprendemos poco de los fracasos como país, pero confío en que esta vez muchos estemos sacando conclusiones, aprendiendo. Siete son, en mi opinión, los aportes que el Gobierno dejará como positivo legado en parte considerable de la población:
 
Primero, desconfianza hacia candidatos presidenciales huérfanos de un programa sólido y responsable, que eluden el debate y a la prensa, y basan su campaña principalmente en la simpatía o dotes que son secundarias para el ejercicio del cargo. Segundo, actitud vigilante hacia candidatos que se propongan refundar el país, que desconozcan lo alcanzado por generaciones de compatriotas y crean que la buena historia nacional va a comenzar con ellos. Tercero, distancia frente a candidatos que ofrezcan soluciones fáciles e improvisadas para los desafíos de Chile. Cuarto, escepticismo frente a candidatos que justifiquen, aplaudan o sientan nostalgia por dictadores o dictaduras de cualquier color, o no condenen enfáticamente la violación de derechos humanos donde ocurriere.
 
Quinto, actitud más crítica hacia expresidentes que, tras dejar el cargo, asumen altas responsabilidades en el extranjero que supuestamente les impiden referirse a la patria que hasta hace poco condujeron. Soy un convencido de que el cargo más elevado que puede ejercer un chileno es el de servir al país como Presidente, y que eso impone ciertas restricciones por el resto de la vida. Sexto, aprensión frente a candidatos o presidentes que desprecian la búsqueda de acuerdos y consensos para dirigir el país, y creen monopolizar la verdad. Séptimo, rechazo a candidatos o mandatarios populistas, o que promuevan la democracia directa o busquen instalar una relación excluyente entre ellos y "el pueblo", en desmedro de los partidos políticos.
 
Este legado no tendrá impacto pleno, desde luego, pero es probable que influya en muchos, aleccionados por la experiencia actual. Los malos gobiernos -al actual los chilenos le otorgan nota 3,3- no solo son malos porque estancan y perjudican la calidad de vida de las personas durante su período, sino también porque sus efectos los sufren de igual modo las personas bajo la administración siguiente. Sea del color político que sea el próximo inquilino de La Moneda, también a él o a ella le tocará cargar como lastre con las consecuencias de la deficiente administración actual. Tal vez una de las peores consecuencias sea algo que nadie comenta: el daño que esta administración puede estar ejerciendo sobre la posibilidad de que otra mujer llegue pronto a la Presidencia de la República. El machismo en la política podría verse fortalecido en el mediano plazo. Lo interesante es que Bachelet tiene en sus manos la fórmula para revertir todo esto: la forma en que gobernó entre 2006 y 2010. Si la rescata y "resetea", no todo está aún perdido para ella, para Chile, ni para las mujeres que aspiran a la Presidencia.
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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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