El delirio institucional del feminismo de género
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Tal vez la aparición de lugares comunes en el discurso gubernamental se deba a que nos hallamos en una transición de la fase de los silencios a una etapa nueva, a una que tal vez implicará opiniones claras y liderazgo decidido.
El gobierno de la Presidenta Bachelet está incurriendo en forma frecuente en el uso de lugares comunes en sus declaraciones, lo que no sería preocupante si el país disfrutase de una situación holgada y estable.
En estos días, por ejemplo, la Mandataria suele anunciar como novedad de portada que llamó a los integrantes del gobierno a colaborar con las instituciones que investigan los casos Penta, CAVAL y SQM. En rigor, la noticia sería tal si Bachelet anunciara que instruyó lo contrario a sus colaboradores. Pero aparecer ante la prensa para hacer tal anuncio tiene poco sentido en un estado de derecho, donde asumimos que toda la presidencia está advertida ya de ese deber.
También el ministro Secretario General de Gobierno recurre a lugares comunes. Consultado sobre la opinión del gobierno sobre el folleto del Instituto Nacional de Derechos Humanos, que ofende a Carabineros de Chile y es distribuido con fondos públicos a las escuelas, Elizalde subraya que la institución que dirige la señora Fries es un ente “autónomo”. En lugar de expresar el juicio del gobierno sobre una campaña que daña el prestigio de carabineros nada menos que ante los niños, el ministro elude el tema describiendo el carácter del instituto.
Veo al gobierno incómodo cuando tiene que opinar. Supongo que esto se debe a la práctica de la Mandataria de “pasar” ante ciertos temas. Hasta hace poco eludir temas candentes y apartarse de la contienda política, no le generaba costos, sino beneficios.
Hay una escena inolvidable en la que, consultada como candidata sobre un tema complicado, respondió “paso”. Esa “avivada” fue premiada por la ciudadanía. Parecía un nuevo estilo de hacer política, simpático y coloquial, que la hacía emerger ajena a las polvorientas disputas de políticos y por encima de ellos. Era, desde luego, un Chile diferente, donde en la política había espacio para el humor, pero las cosas cambiaron y la risa la arranca hoy la rutina de los humoristas sobre los políticos, La Moneda incluida, lamentablemente.
También vimos en acción la práctica de abstenerse de opinar cuando fue consultada por la prensa sobre su hijo en relación con CAVAL. Respondió con evasivas y limitando a tres las preguntas. Craso error. Todo pudo haber sido tan distinto si, aprovechando su popularidad, ella se hubiese “sincerado” de cara al país, hablando con el corazón abierto, pero esgrimiendo al final, como corresponde, la batuta presidencial.
Hay otros silencios recientes que defraudan. Me hubiese gustado, por ejemplo, escuchar a la Mandataria responder a Evo Morales cuando éste anduvo varias semanas con incontinencia antichilena. Unas frases bien escogidas y contundentes, un “párale” al estilo Lagos o Rey Juan Carlos, habrían bastado. También hubiese querido una reacción maciza ante Ollanta Humala, quien acaba de pasar por una pataleta en contra de Chile. Concuerdo que un presidente chileno no debe exponerse, pero uno espera que la máxima autoridad del país reaccione de forma tal que los críticos de Chile sepan que criticarnos no es arrojar lodo y abrazarse.
Falta de claridad veo también ante el régimen de Venezuela, donde se violan los derechos humanos de forma escandalosa, y en relación con la Alianza del Pacífico. En relación con esta hemos caído en una indefinición inaceptable al promover la integración entre ella y el Mercosur, cuando el mundo sabe que este último es más bien una entelequia retórica.
En rigor los silencios de la Mandataria constituyen tradición. Históricos son sus silencios frente a Fidel Castro y a la violación de derechos humanos en la isla, y frente al régimen de la extinta República Democrática Alemana.
Tal vez la aparición de lugares comunes en el discurso gubernamental se deba a que nos hallamos en una transición de la fase de los silencios a una etapa nueva, a una que tal vez implicará opiniones claras y liderazgo decidido. O tal vez todo seguirá igual, fiel al refrán que dice “eres dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras”.
Me temo que al final los silencios presidenciales se pueden sumar hasta formar un lastre que un día pasa la cuenta.
Fuente: El Libero
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