El establishment feminista y su falso desempeño
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Publicado en La Segunda, 09.10.2024La palabra «intenso» es de común uso en este tiempo. Es que es muy intenso, mejor que no venga; sí, ella es muy intensa, y por eso esas salidas; y así. No sé si durante los 60 o 70 era común, pero sospecho que se puso de moda. En política, o más bien en la ciencia política, se utiliza un símil para estudiar cuán activas son las personas: «participación política». La palabra intensidad se usa para otras cosas —y poco, quizás por haber sido utilizada por personajes oscuros—. En fin, es sabido que los jóvenes son más intensos al momento de tomar una u otra bandera, y durante los últimos años, los jóvenes se politizaron.
«Bastaron tres semanas de azuzamiento desde la izquierda impudorosa que celebraba las evasiones violentas de escolares, más ese terrorismo que nunca sabremos de adónde salió, para que la violencia política, sin un solo político de izquierda condenándola, se desatara».
Durante los noventa, politizarse era más bien sospechoso, de burócrata. Estos años, la cuestión se revirtió. En todo caso, históricamente, ya sean viejos o jóvenes, los más intensos en política suelen ser de izquierda. Aquí y en la quebrada del ají. Ellos se coordinan, van a marchas y apuntan con el dedo. Independiente de lo que implique ser de izquierda hoy —ahora creen en la militarización y en regular la inmigración—, ellos se reconocen buenos, marchan y se manifiestan. Y al revés, quienes recluyen en sus casas, en sus familias, o andan con sus problemas por la vida y no se creen más buenos que los demás, salen poco a marchar o a manifestarse con algarabía. Votan por la derecha o no votan. Tienen sus causas silenciosas, sus amigos; penurias; problemas; obsesiones; e intensidades. ¿Se acuerdan del acto por el Apruebo días antes del plebiscito? Más de quinientos mil entusiastas alrededor del GAM mientras Amparo Noguera leía la propuesta constitucional, cual Pablo Neruda musical. ¿Y el acto por el Rechazo? Apenas unos pelagatos reunidos en ansiedad. Los encuestólogos, en acto desesperado y humillante, actualizaron sus pronósticos.
Así fue como se inició nuestro octubre en 2019. Después de años de retórica chilena culpando de nuestros males a los malos —a la derecha y a los empresarios—, llegados éstos al gobierno —y por segunda vez, lo que ya era mucho—, había que encararlos y salir de nuevo a las calles. Y bastaron tres semanas de azuzamiento desde la izquierda impudorosa que celebraba las evasiones violentas de escolares, más ese terrorismo que nunca sabremos de adónde salió, para que la violencia política, sin un solo político de izquierda condenándola, se desatara. Ellos la celebraban incluso, extasiados, en su intimidad. ¿Y la «gran marcha» seudopacífica del 25 de octubre? Lo mismo que el evento del Apruebo, intensificado en unos decibeles, obvio. ¿Alguien lo duda? Revisen la prensa, o sus WhatsApp durante esos días, o «los académicos» lean la caracterización esos manifestantes que han hecho Cox, González y Le Foulon; Sapelli y Órdenes; y Fernández y Del Solar. Y los jóvenes en primer o segundo año de universidad, almas intensas durante esos días, ahora buscan trabajo. Ya sabemos que se arrepintieron.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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