El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en El Líbero, 13.10.2023«Creo que hay que atreverse a hablar de decrecimiento. Es una opción económica posible y que busca un bienestar, una mejora social y ambiental, y no lo contrario» decía Juan José Martín cuando coordinaba la comisión de medio ambiente y modelo económico en la fallida Convención Constitucional. No se trataba de una opinión extravagante al interior de dicho organismo. Todo lo contrario, representaba de uno de los pilares de la Constitución «ecologista» propuesta a la ciudadanía y rechazada ampliamente por la misma en 2022.
El decrecimiento supone que la protección del medio ambiente y la prosperidad económica son conceptos excluyentes. Si esto fuera estrictamente así, no se entendería que países con altos niveles de vida como Dinamarca, Reino Unido o Finlandia estén a la cabeza del Índice de Desempeño Ambiental que año a año desarrolla la Universidad de Yale. Obviamente, la relación entre estos dos conceptos es mucho más compleja que la que nos pretenden ofrecer algunos activistas.
La protección del medio ambiente precisa de presupuestos antropológicos y económicos que se alejen tanto de la misantropía y el pobrismo, como de la pueril idea de que el hombre puede someter la tierra sin límite alguno y no pagar las consecuencias de ese intento. Curiosamente, los que con orgullo creen que despreciando el medioambiente se ensalza el progreso no son más que víctimas del falso dilema que establecen los ecologistas más extremos. Bailan la música que les pone el contrario.
Pero esto no tiene que ser así, tal como Terry L. Anderson y Donald B. Leal lo demuestran en su libro Ecología de libre mercado, texto clásico de la materia que acabamos de publicar en la Fundación para el Progreso por primera vez para el mercado chileno.
«Existe una percepción errónea de que el mercado es el principal culpable de los problemas medioambientales y que se solo a través de intervenciones gubernamentales centralizadas se pueden corregir estos desafíos».
En él, Anderson y Leal sostienen que la prosperidad y el medioambiente puede coexistir en el marco de un sistema de libre mercado que valora y defiende los derechos de propiedad sobre los recursos naturales. Estos derechos, ya sean propiedad de individuos, empresas, ONGs ecologistas o comunidades, establecen una disciplina para quienes usan dichos recursos, ya que el bienestar económico de los propietarios depende de decisiones acertadas en su gestión.
Por otro lado, existe una percepción errónea de que el mercado es el principal culpable de los problemas medioambientales y que se solo a través de intervenciones gubernamentales centralizadas se pueden corregir estos desafíos. Sin embargo, la historia es rica en brindarnos ejemplos que demuestran que los procesos centralizados no siempre tienen la capacidad para gestionar los recursos naturales o solucionar problemas ecológicos complejos.
A su vez, en la ecología de libre mercado se observa una fundamentación profundamente humanista, que nos invita a no subestimar la capacidad adaptativa del ser humano, el cual, ha demostrado a lo largo de siglos su habilidad para innovar, reducir consumos innecesarios, encontrar alternativas a recursos que en su momento se presumieron irremplazables y mejorar la eficiencia en la producción. Demostrando que es la prosperidad y no la pobreza el principal aliado para un futuro más verde y sostenible.
Aunque pueda ser antipático reconocerlo, la verdadera sostenibilidad no se consigue por medio de gestos o puestas en escena al estilo Greta. Se logra a través de instituciones sólidas, derechos de propiedad claros y el imperio de la ley. En este contexto, el libre mercado, lejos de ser el villano, puede ser el héroe inesperado en nuestra búsqueda de un futuro sostenible.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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