El delirio institucional del feminismo de género
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PulsoEugenio Tironi comparte una serie de puntos de vista de alto interés en su columna de El Mercurio del 28 de julio. Su punto de partida es la debacle del Gobierno de Michelle Bachelet.
Su juicio al respecto es lapidario: “Al menos desde el retorno de la democracia, jamás un proyecto de gobierno se desplomó de una manera más brutal, y por causas estrictamente endógenas”. Así es, pero Tironi advierte también del riesgo de interpretar a la ligera lo ocurrido.
La mayoría quería inclusión en el modelo, pero no su destrucción. De ahí deriva el error clave de diagnóstico de la Nueva Mayoría.
A su parecer, no se trata simplemente del fracaso de “una banda de timadores ante quienes nos entregamos como niños”. El éxito de los “timadores” de la Nueva Mayoría se basó en una predisposición a ser timados de parte de muchísimos chilenos. Y esto es lo que hay que entender ya que de otra manera, como apunta Tironi, “volveremos a tropezar en la misma piedra”.
O peor aún. Existe el riesgo de que la próxima piedra sea mucho más dañina que la anterior. El desprestigio generalizado de la clase política chilena conlleva el riesgo evidente de que sea un populista descarado quien capitalice el descontento imperante. Chile, como subraya Tironi, ha efectivamente cambiado y solo entendiendo ese cambio se puede elaborar una visión de futuro que le cierre las puertas a una aventura populista.
Los cambios son el resultado de la larga fase de gran crecimiento económico iniciada ya bajo la dictadura y consolidada durante los gobiernos de la Concertación. La “objetividad” chilena cambió de manera sustancial al triplicarse el ingreso per cápita, dando paso al rápido retroceso de la pobreza, el surgimiento de amplias clases medias y un enorme salto educacional expresado en la masificación de la educación superior.
Ello fue de la mano con una verdadera revolución de las expectativas que generó una especie de “malestar del éxito” muy perceptible ya a fines del decenio pasado. La perspectiva imperante se desplazó del vaso medio lleno al medio vacío, de celebrar lo logrado a ansiar todo aquello que faltaba por lograr, de las virtudes del camino recorrido a sus deficiencias.
Surgió así una “subjetividad” descontenta y exigente que encontró su expresión más radical en la irrupción de la primera generación postdictadura. Eran los hijos del éxito del “modelo” que entraron ruidosamente en escena política por medio de ese happening contestatario que fue el 2011.
Pero fue justamente allí donde las cosas se torcieron, dando origen al gran equívoco que todavía nos pena. Ese equívoco ha sido muy bien analizado en el notable discurso de Óscar Guillermo Garretón en el seminario de Security realizado el 6 de agosto. A su juicio, Michelle Bachelet y la Nueva Mayoría “vieron los movimientos de 2011 como estudiantiles, cuando no lo eran.
Los estudiantes fueron solo punta de lanza de un movimiento clasista y familiar que resentía las diferencias de calidad en la educación y veía ahogarse sus sueños de padres en costosos aranceles. Creyeron ver también en esos movimientos la demanda de ‘cambio de modelo’ cuando la demanda era ensanchar espacios dentro del modelo. Se construyó todo un edificio ideológico en torno a ese error”.
L O QUE la mayoría quería era inclusión en el modelo, no su destrucción. Para ello demandaba reformas del mismo, no su demolición. Quería mejores condiciones para ampliar sus conquistas, no una retroexcavadora refundacional. La tragedia es que esas legítimas aspiraciones no encontraron otra canalización que no fuese la alternativa radical que propulsaron los líderes estudiantiles y que Bachelet hizo suya. Ello se debió, en buena medida, al fracaso rotundo de la derecha en entender el cambio del país y la importancia clave de las demandas de inclusión en condiciones de mayor igualdad de oportunidades.
Como bien dice Garretón: “La centroizquierda entendió mejor la centralidad que adquiría el reclamo por las desigualdades, pero erró gravemente en el diagnóstico. Mientras, la incapacidad cultural de la derecha histórica para asumir una demanda de más igualdad, es razón central de su desfondamiento”.
En suma, la derecha se quedó en silencio y de esa manera no solo se condenó a sí misma a la intrascendencia política, sino que le entregó a la izquierda el monopolio de la definición y canalización de las demandas igualitarias.
Y lo más paradójico es que esto coincidió con lo que fue un gran Gobierno de centroderecha, liderado por quien, a juicio de Garretón, fue un “Presidente realizador”, pero “incapaz de hacer de sus ideas un sueño colectivo mayoritario”. Así fue. Chile progresó notablemente en todos los frentes y Sebastián Piñera incluso encabezó con éxito gestas épicas, como la reconstrucción del país después del 27/F y el rescate de los 33.
Pero su Gobierno terminó con la debacle electoral de la centroderecha. Aprender de ello será vital para hacer realidad la mejor alternativa que se avizora en el panorama chileno actual: un retorno del ex mandatario a La Moneda. Para lograrlo debe hacerse el vocero de las demandas sociales del Chile emergente que quiere continuar por la senda del progreso, potenciando así su capital de buen gobernante con una propuesta de futuro que se transforme en “un sueño colectivo mayoritario”.
Ese será su gran desafío, pero para enfrentarlo con éxito hará falta algo muy distinto y mucho más audaz que sumar los restos de una derecha tradicional medio agonizante.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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