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Daños colaterales del gobierno El Libero

Daños colaterales del gobierno

Pese a la compleja situación por la que atraviesa el país debido a la crisis por la interacción entre política y dinero, y la parálisis gubernamental en varios ámbitos, uno trata de continuar su vida cotidiana como si estuviera en una situación normal. Para un escritor esto implica seguir escribiendo, leyendo, promoviendo sus libros, asistiendo a ferias y congresos, y elaborando columnas y ensayos. Sin embargo, esto ya no es posible como antes, y con ese antes me refiero al Chile de antes, ese que representaba un caso ejemplar y una excepción en América Latina. En efecto, las nuevas circunstancias causan daños colaterales que nos persiguen como una sombra implacable.

De partida, en una reciente gira literaria por América Latina y Reino Unido no sólo me preguntaron por mis novelas sino también por lo que ocurre en Chile. Y el tenor de la pregunta ante micrófonos o una mesa, resultó siempre incómoda: ¿Y qué le pasó a Chile que se “latinoamericanizó” de golpe? ¿Cómo un país líder de la región decide cambiar completamente sus estructuras? La respuesta es difícil, desde luego. Paralelamente, la Presidenta Bachelet atravesó circunstancias similares en Bélgica, Italia y Francia, cosa que me ayudó en alguna medida, pues intenté usar su estrategia defensiva ya que prefiero lavar la ropa sucia en casa: no somos un país poco serio, crecemos pero no tanto, tenemos corruptos pero no muchos, en el escándalo está involucrada La Moneda, pero sólo algunos ministros y el hijo y la nuera de la Mandataria… De todos modos, las circunstancias fueron difíciles e incómodas, desacostumbradas para un chileno. No hay duda que afuera la buena imagen de Chile se deterioró y tardaremos años sino decenios en recuperarla.

Existe otro tipo de daño colateral por efecto del gobierno: como muchos, he decidido no hablar de política con colegas y amigos de izquierda, porque sé que perjudicará la amistad. Después de 1989, cuando noté que políticos de izquierda y derecha eran grandes amigos fuera del hemiciclo, me juré que nunca más perdería a un amigo por política. Por eso, cuando me reúno con amigos que son (de los pocos) simpatizantes que le quedan a Bachelet, evito la política nacional. Chile está hoy dividido en partes desiguales: en el parlamento una cómoda mayoría a favor del gobierno, pero afuera una cada vez más amplia mayoría crítica a la administración. La polarización política está afectando la convivencia nacional y la vida de cada uno, y me temo que esto sólo pueda empeorar. El agresivo lenguaje y las descalificaciones que emplean hoy entre sí los miembros de la Nueva Mayoría eran inimaginables hasta entre gobierno y oposición hace sólo un par de años.

Otro daño colateral (son más, pero prefiero no abundar), fruto de la incertidumbre y la falta de liderazgo gubernamental, terminó por afectar mi vida en un sentido profundo. Soy un seguidor de Epicuro, el filósofo griego de Samos, que buscaba la felicidad personal a partir de llevar un modesto estilo de vida en un jardín o “quinta”, donde bastan queso, nueces, pan, aceitunas, una copa de vino y un par de amigos. Ese objetivo me condujo a regresar a Chile y refugiarme en Olmué. Para Epicuro, la felicidad después de cierta edad, la procura alejarse de la polis y su dinámica, y disfrutar el sosiego, la lectura y la conversación con amigos escogidos.

Pero nada de eso es hoy ya posible. La crisis golpea la vida privada de los chilenos. Si refugiarme en mi jardín epicureano de Olmué parecía hasta hace un año una solución sabia, hoy, en medio del desconcierto creado por el gobierno, marginarse de la polis me parece una irresponsabilidad. En medio de las actuales circunstancias, una incipiente suerte de anarquía y el peligro de populismo, refugiarse en un jardín es eludir el deber cívico. Gran parte de lo que hoy nos inquieta se debe a que más de la mitad de los chilenos se quedó en casa en las últimas elecciones. Soy un convencido de que hoy corresponde defender los logros que Chile alcanzó en los últimos decenios gracias a amplios acuerdos, condenar la política que promueve la división y la polarización nacional, exigir aquellos cambios graduales y consensuados, y denunciar a los populistas y a quienes ven el futuro en el retrovisor y admiran a los Castro, los Chávez-Maduro e incluso a Kim Il Jong.

Lo lamento, pero a mis años, con lectores en cuatro continentes y ganas de escribir y leer más novelas, escuchar jazz y música clásica, reunirme con amigos, interrumpiré mi retiro para unirme a quienes se proponen defender a Chile de quienes, ajenos al sentir ciudadano mayoritario, aspiran a seguir impulsando profundas reformas estructurales que, como los resultados ya lo presagian, llevan a Chile a un naufragio del cual tardaremos años en recuperarnos.

Pareciera que muchos estamos atentos al negativo impacto que están teniendo las reformas gubernamentales en la vida económica y política del país, pero estamos ignorando el efecto que ya muestran ellas en la vida privada y los planes familiares de los chilenos.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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