El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en La Segunda, 06.12.2023Anduvo acá el presidente de Paraguay. En conferencias y pasillos se esparcía el eslogan de que Paraguay era como el Chile noventero; un país pobre, donde habría mucho por hacer —parques, túneles, hidroeléctricas y supermercados—. El maldito dinero. Todo eso, eso sí, porque se están respetando las reglas. Los delirios ya estarían controlados, como en el Chile de los noventa, parece. Esos años los Rolling Stones «no eran negocio», al igual que en el Paraguay de hoy, como dijo un productor musical de allá: no puedo llevar a los Stones porque simplemente no nos da. Los Stones vinieron a Chile el 95 y no lograron llenar el Estadio Nacional. Ese mismo año llenaron cinco veces el Monumental de River, en Argentina. Volvieron allá el 98, llenaron cinco estadios más, pero no cruzaron a Chile. Lo mismo en 2006. Solo vinieron en 2016, en un tour exclusivamente latinoamericano. Esta historia se podría repetir con varias bandas, en parte por la cultura chilena, pero principalmente porque Chile era pobre. Ni siquiera se encontraban discos de los Stones, Blur, Beck o Pulp en las disquerías. Se pillaba uno que otro, o había que escudriñar entre amistades. Y cuando se descubría alguno, se corría la voz para ir a buscarlo y grabarlo en algún cassette o disco, después. Se esperaba expectante, también, a quien viajase a esa ciudad inalcanzable que era Buenos Aires. Varias cuestiones cambiaron: cultura, costumbres y plata de los chilenos —además de Napster, Groveshark y Spotify.
«Taylor Swift llenó estadios en Buenos Aires, Río y Sao Paulo, pero no vino. Quizás por culpa de nuestro presidente Boric. Él, al revés del paraguayo, espanta inversionistas. Tal vez también espantó a Taylor Swift con sus tweets».
La semana pasada tocaron Blur, Beck y Pulp. Se hizo además el festival Fauna Primavera, y hubo llenos totales en los recitales de Roger Waters, The Cure, Red Hot Chili Peppers, Pet Shop Boys y ya no sé cuál más. Waters proyectó imágenes de frases como «resist capitalism», aunque vendía entradas a casi 400 mil pesos. «Entradas (casi) a sueldo mínimo», podría haber dicho —aludió a también a Orwell, quizás confundido—. Taylor Swift llenó estadios en Buenos Aires, Río y Sao Paulo, pero no vino. Quizás por culpa de nuestro presidente Boric. Él, al revés del paraguayo, espanta inversionistas. Tal vez también espantó a Taylor Swift con sus tweets.
En una de sus tantas subjetividades -poco- importantes que se encarga de transmitirnos, como su íntima y seudopoética carta de amor de despedida, se declaró un «swiftie» en medio de una polémica con Damon Albarn, a quien calificó como alguien que necesitaba llamar la atención con polémicas por ser un don nadie. Igual triste no conocer a Damon Albarn cuando te paseas por la vida transmitiendo una supuesta sabiduría en cultura, música y letras. Imposturas adolescentes. Cultura, bondad y ternura impostada. Descubre un libro y lo cita como experto, como ahora que descubrió hacer deportes y sea pasea con selfies y peroratas al respecto. Y ahora le dio con la economía. Adolescencia eterna o tardía.
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