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Cornershop versus Cencosud Publicado en La Segunda, 26.09.2018

Cornershop versus Cencosud

Después de la venta de Cornershop, uno se pregunta por qué no se celebró la venta de los hoteles chilenos Atton a una cadena francesa o, al revés, las compras de Falabella en México. De las columnas de Daniel Matamala se podría decir que hay dos causas: no se celebran empresas de «rentistas», esas de guatones relajados que se hacen ricos esperando mes a mes un cheque que llega por la ausencia de competencia, y tampoco las de «clubes», esas que contratan amigos y familiares. Matamala dijo, además, que nuestros emprendedores eran una vergüenza comparados con los de Finlandia, donde vivían muchas menos personas que en Chile. Menos mal no criticó a los vendedores de Valdivia por no ofrecer trajes Armani como lo hacen los del SoHo en Nueva York (lugar en el que, de hecho, viven muchas menos personas que en la ciudad sureña).

Los que acusan la abundancia de rentistas acá son los mismos que critican a las multinacionales que llegan a competirles.

Hay entonces que ponerse de acuerdo: o dejamos que sólo existan empresas chilenas, rentistas y regalonas —como lo era la CTC—, o abrimos los mercados para que compitan —como las telefónicas compitiendo hoy, nada de relajadas—.

Y la idea es que compitan a tal nivel, y sean tan eficientes, que se permitan salir a ganarles justamente a los rentistas de Brasil, como lo hizo Sonda; y a los de Colombia, como lo hizo Cencosud. Esto es casuística, obvio, pero la cuestión es preguntarse si antes, con «el otro modelo», esto ocurría, era al revés, o simplemente nadie competía. Es cierto que todavía hay mercados que se pueden mejorar, como el financiero, por ejemplo, y es cierto que han aparecido colusiones —como la de CMPC—, prácticas anticompetitivas —como las de LAN— y casos de corrupción —como SQM—, pero, ¿acaso antes no existían? ¿O es que ahora, por primera vez, se descubren, se hacen públicas y se multan?

Respecto al famoso «club»: Horst Paulmann, inmigrante de provincia, ¿habría podido surgir antes de 1950, cuando los salones del Club de la Unión eran saturados de políticos, empresarios, complicidades, humos de habanos y brindis de coñac, todos hombres además? ¿Serán realmente más abiertos o con más oportunidades los países que siendo similares a Chile tomaron caminos diferentes?

Sobre el taquillero discurso de diversificación, queda decir que ésta no es mejor per se. Si fuese así, dejemos de vender cobre y ¡oh, solución! Uno vende lo que comparativamente mejor hace, o más barato obtiene. El maniqueísmo y carencia de matices en estos discursos refleja desconocimiento de economía e historia chilena, además de una tremenda ingenuidad al creer que hacer una aplicación tecnológica es superior —incluso moralmente— a tener una empresa que hace pan o vende martillos.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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