El delirio institucional del feminismo de género
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Se abrió la caja de Pandora con el vínculo entre política, negocios y Estado, y lo que surge, azora. Los males nutren la curiosidad y la ira ciudadana, y consumen las energías nacionales. Esto, en un país que desde el verano parece volar con piloto automático. Críticas a la falta de liderazgo presidencial afloran también de la Nueva Mayoría. Incluso la declaración conjunta de partidos del oficialismo y la oposición sobre probidad puede interpretarse como invitación a Bachelet a ejercer su rol como "actor central y articulador".
La reacción urgente exigida por la crisis, que de no resolverse dentro de la institucionalidad puede consumir la sustancia de la República y crear un escenario donde todo sea posible, debe llevarnos a examinar otras tareas que la Presidencia tendrá que abordar a la brevedad: la contención de la crisis, el paso a la ofensiva política y la renovación del discurso.
Es patético que la izquierda siga proclamando su superioridad ética cuando algunos dirigentes no solo callan ante la violación de derechos humanos, sino que exhiben dos rostros: uno cuando pronuncian apasionados discursos, otro cuando tienden con disimulo la mano.
Sobre la contención: La Moneda recurrió en un inicio al silencio presidencial para el control de daños, pero eso ya no rinde frutos. Emplea ahora la "política blanca": delantal y asistencia a inauguraciones de jardines infantiles y salas cuna. Emerge también el "cosismo", y desde fuera algunos alegan ya que sufre "discriminación de género". Se procura subrayar su liderazgo "blando", pero los esfuerzos no rinden frutos, pues la pérdida de confianza en la Presidenta extingue las brasas del fuego de su simpatía. En "El fin del poder", Moisés Naím afirma que "la degradación del poder" se inicia con el debilitamiento de "las barreras que protegen a los poderosos", un proceso mundial que en Chile parece haber acelerado el liderazgo inclusivo y acogedor.
Con respecto a la necesaria ofensiva que debe iniciar Bachelet para recuperar terreno: ¿Lo hará buscando acuerdos con la oposición, consciente de la merma de su popularidad, la alicaída economía, el rechazo ciudadano a reformas estructurales y el desprestigio de los políticos? ¿O atará su suerte al programa, como en 2014, cuando alcanzó la categoría de dogma revelado? ¿Ofrecerá ramas de olivo o retroexcavadora? Lo primero puede conducir a la recuperación del país y del liderazgo presidencial mientras no implique un acuerdo transversal para barrer irregularidades bajo la alfombra y eluda los nuevos desafíos. Lo segundo, empero, generará división y polarización en un Chile que atraviesa su peor etapa en decenios.
La tercera tarea comprende al Gobierno y también a la Nueva Mayoría: deben modificar su relato político. La revelación de que políticos e instituciones de izquierda y centroizquierda, que convirtieron en leit motiv de su vida la denuncia contra el dictador Pinochet, la conquista de la igualdad social y la lucha contra "los poderosos de siempre", han pasado por años el sombrero ante empresarios vinculados al régimen militar, o perseguido afanosos el enriquecimiento personal, revela un doble estándar. Esto exige sincerar el discurso. Es patético que ese sector siga desplegando las mismas banderas y proclamando su superioridad ética cuando algunos dirigentes no solo callan ante la violación de derechos humanos bajo regímenes de izquierda, sino que, al igual que Jano, exhiben dos rostros: uno cuando pronuncian apasionados discursos, otro cuando tienden con disimulo la mano.
La crisis constituye la última oportunidad de la actual constelación de políticos. Se trata de un desafío transversal. Es posible salir del marasmo sin sacrificar la verdad y la justicia. Es apenas una esperanza. Pero es la misma esperanza que, cuando Pandora abrió la caja y escaparon todos los males, quedó apresada en su fondo. También la Presidenta tiene hoy una gran oportunidad: rescatar la esperanza.
Fuente: El Mercurio
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