El milagro de Milei
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Publicado en El Mercurio Valparaíso, 02.04.2018He leído algunos comentarios donde se plantea que el caso de la mujer descuartizada; la agresión a un haitiano que le lanzaron un completo; y la represión policial contra una comerciante (que además es de origen mapuche) también son violencia y que solo referirse a lo de Kast denota una preocupación deshonesta por la violencia y un desdén por los débiles.
En eso hay un error de raciocinio profundo. Uno podría efectivamente plantear que ninguna forma de violencia debería ser aceptada y que todos deberíamos siempre estar libres de agresiones. Esa es una declaración loable de buena intención pero que no comprende el problema suscitado con respecto al ex candidato presidencial. Es obvio que a nadie le gusta que un psicópata descuartice mujeres, ni que un racista agreda a otra persona por su fenotipo, ni que la fuerza policial del estado actúe con prepotencia y fuerza desmedida con respecto a los ciudadanos desarmados. El punto con la situación vivida, en este caso por José Antonio Kast, no se relaciona ni siquiera con él en sí, sino con el uso público de la razón y lo que entendemos como espacio público, político y democrático.
En otras palabras, lo grave con lo de Kast no es el tipo de violencia ejercida contra él (obvio, el descuartizamiento y los garrotazos son lejos más terribles que las patadas, la tierra en la cara y los escupitajos). El punto en cuestión es el contexto en que ocurre tal situación y más importante aún, el cómo se intenta justificar y validar esa violencia a través de la opinión pública.
El punto central de la crítica a la agresión contra Kast está en que el espacio público, entendido en su complejidad simbólica y pluralista, no debería estar permeado por la violencia. Este punto es clave pues ahí está la distinción entre lo que es una sociedad civil y lo que sería un estado de naturaleza donde prima la simple violencia. De hecho, es esa ruptura la que muchas veces lleva a las sociedades a situaciones de violencia máxima y altamente dañinas.
"Las sociedades civilizadas han luchado y luchan constantemente por acotar la violencia y por eso tenemos normas morales y jurídicas que la sancionan y restringen"
Las sociedades civilizadas han luchado y luchan constantemente por acotar la violencia y por eso tenemos normas morales y jurídicas que la sancionan y restringen; por eso también elegimos y reemplazamos por vía pacífica a las autoridades y no por medio de las espadas; y por eso también consagramos el derecho de propiedad y no el derecho a la rapacería; e incluso se intenta poner límites a la violencia policial y a la injerencia de los funcionarios con respecto a la vida de los ciudadanos.
Los estudiantes, mediante su actuar violento, fueron contra todas esas pretensiones de la vida civilizada al arrogarse la facultad de hacer un linchamiento público. Los estudiantes entonces, suspendieron el ámbito de lo civil y retornaron a un estado de naturaleza brutal donde no hay justicia ni derecho. Y el problema es que muchos, personas con connotación pública y partidos o agrupaciones políticas, han avalado aquello como si fuera una muestra de Justicia cuando por el contrario, es una muestra clara de lo que origina la barbarie.
Por eso, presumir que porque lamentablemente hay violencia en la pareja, violencia racista y violencia policial, lo de Kast no es grave, es simplemente validar la violencia en todos los espacios de la vida social. Ese es el problema que aquellos que dicen que frente a otras situaciones lamentables de violencia, lo de Kast no es nada, pues parecen no entender que el problema con lo ocurrido con Kast o con quien sea, es que la violencia es aceptada en un espacio que debería no estar permeado por ella sino por el uso de la razón, la universidad.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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